Profesor de biología y experto en tecnología alimentaria
Lunes, 30 de enero 2023, 00:14
Seguro que tiene algún conocido que desde hace un tiempo luce «tipín». El cambio puede haber sido, incluso, notable. Pero la sorpresa llega al interrogar a nuestro amigo sobre dicha transformación y los sacrificios severos que lleva asociados. La estupefacción es mayúscula cuando nos relata ... que todo lo contrario: «Como sin restricción y de lo rico; carnes grasientas, en especial, hasta que no puedo más». La conversación fluye por lo fácil que es seguir dicha dieta y los resultados casi mágicos logrados en poco tiempo. La pregunta es obvia: ¿cómo se llama semejante prodigio? Aquí nos encontraremos diferentes opciones de nomenclatura pero tres nombres se suelen repetir: Keto, cetogénica o Atkins.
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La variedad en su ejecución es considerable, de ahí la utilización del plural. Pero debe existir un elemento común que es la restricción masiva en el consumo de hidratos de carbono, siempre por debajo del 10%. Esto provoca que el cuerpo agote las reservas energéticas más directas que son precisamente los hidratos de carbono en forma de glucógeno. Para seguir funcionando, nuestro organismo va a recurrir a la otra gran fuente energía que son las grasas. La metabolización de dichas grasas se va a producir, principalmente, en las células de hígado y riñones. En estas células se sintetizarán unas sustancias procedentes de la degradación de los ácidos grasos conocidas como cuerpos cetónicos, que son principalmente tres sustancias: el ácido acetoacético, el ácido betahidroxibutírico y, en menor proporción, la acetona. En inglés se denominan «ketone bodies», de ahí lo de dieta keto.
Si disminuimos de forma tan drástica la proporción de hidratos de carbono tendremos que incrementar la de los otros dos macronutrientes: proteínas y grasas. En especial las grasas con porcentajes en torno al 60%-70%.
Una dieta de este tipo suele provocar una pérdida de peso a corto e incluso a medio plazo. Básicamente porque el cuerpo moviliza las grasas almacenadas para poder seguir viviendo, ya que carece de glúcidos. Este procedimiento, bioquímicamente hablando, es de lo más ineficaz en cuanto a rendimiento energético se trata, de forma que se gastarán más grasas de las que un principio cabría esperar. Por último, hay que destacar que la dieta es muy alta en lípidos, es decir, muy saciante, lo que disminuirá el apetito y evitará comer más de la cuenta.
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Las dietas keto no son nuevas, de hecho, tienen casi 100 años de antigüedad ya que se utilizaban en el siglo pasado para tratar la epilepsia. Su utilización como dieta adelgazante comenzó en los años 70.
Se han hecho diferentes estudios de adherencia y consolidación de la pérdida de peso. Ninguno de los dos ofrece datos especialmente positivos. La adherencia es la capacidad de mantener dicha pauta alimenticia en el tiempo, algo fundamental para cualquier opción dietética. Pues en este caso no es de las que más fidelidad genera. En cuanto a su eficacia en el mantenimiento de la pérdida de peso a largo plazo, tampoco merece un puesto destacado dentro de las dietas adelgazantes.
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Nos empieza a sonar a más de lo mismo: dietas que a corto plazo son prometedoras incluso revolucionarias, pero que a medio y largo plazo no consiguen su objetivo y pueden devolvernos nuestro peso inicial con efecto rebote incluido.
Privar al cuerpo de lo que nos aportan frutas, verduras, cereales integrales o legumbres no suena demasiado bien a priori. Recordemos que es el grupo de alimentos que nos proporciona más fibra, vitaminas o sales minerales. También tienen el mayor contenido en compuestos antioxidantes y anticancerígenos.
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Por otro lado, estamos en proporciones muy altas de grasa 60%-70% y es seguro que se producirá un mayor consumo de grasas saturadas, colesterol LDL (el malo), sustancias cancerígenas como las que aparecen en las carnes rojas o en las procesadas…
No parece muy halagüeño pero, ¿qué dice la ciencia? Pues existen multitud de estudios, pero uno de los más sólidos fue publicado en 2021. Se trata de una revisión publicada por Frontiers donde prestigiosos centros de investigación clínicos y universitarios en EE UU y Canadá analizan las consecuencias de este tipo de dietas sostenidas en el tiempo. El estudio advierte del aumento a largo plazo del riesgo de padecer cáncer, diabetes, alzhéimer o enfermedades cardiacas. Parece lógico que dietas tan desequilibradas con respecto al consumo de grasas tuvieran consecuencias. De hecho, la hipertrigliceridemia y la pancreatitis son viejos conocidos y tampoco es raro el aumento de la incidencia del cáncer si reducimos las sustancias anticancerígenas y aumentamos los carcinogénicos. En especial el cáncer de colon, ya que de la fibra también nos hemos olvidado.
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Desequilibrios internos como la cetoacidosis tampoco son raros, sabemos que los cuerpos cetónicos tienen carácter ácido. La muerte prematura no es ajena a la ensalada de malas noticias, como sugiere otro estudio publicado en Alemania y para las embarazadas tampoco es nada recomendable, ya que las dietas bajas en carbohidratos están relacionadas con un mayor riesgo de defectos del tubo neural en el bebé.
Otra variable es que la dieta keto suele ser a su vez hiperproteica, una práctica muy peligrosa para personas con afecciones renales, pudiendo acelerar la progresión de la enfermedad renal crónica.
Podríamos seguir hablando de más consecuencias, como el mal aliento, pero creo que el escenario ha quedado lo suficientemente dramático como para que nos lo pensemos dos veces antes de someter nuestro cuerpo a semejantes tensiones metabólicas. Es curioso como personas que meditan sesudamente antes de tomar un paracetamol se sumergen alegremente en determinados experimentos bioquímicos con su medio interno.
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