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Viajemos hasta hace unos 3 millones de años. Un acentuado cambio climático se está produciendo en la zona oriental de África. El Valle del Rift lleva varios millones de años abriéndose y generando cadenas montañosas que se prolongan durante miles de kilómetros bloqueando las ... nubes cargadas de humedad. En la zona ecuatorial oriental la frondosa selva comienza su lenta pero inexorable transformación en sabana y unos prehomínidos, atrapados en esta zona, tienen todas las papeletas para extinguirse.
Estos prehomínidos son animales perfectamente adaptados para la vida arborícola (pulgares oponibles, visión especializada en medir distancias, estructura muscular flexible…) pero en una zona sin apenas árboles son seres torpes y asustadizos. La razón principal es que hay otros animales que les llevan millones de años de evolución. Más rápidos, resistentes, fuertes… con órganos de los sentidos a juego. La extensión de la sabana fue un regalo para ellos. Nuestros antepasados parecían la presa ideal que iba a durar lo justo en este nuevo ecosistema.
Estos desdichados primates no destacaban en nada, excepto en una cosa: tenían una capacidad craneal un poco superior y si pretendían sobrevivir deberían explotarla en todo su potencial. Solo los más imaginativos, audaces o con mejor memoria podrían perdurar y reproducirse. Esto supuso una presión evolutiva formidable dando lugar a cambios de todo tipo. Hace unos tres millones de años estos cambios llevaban cientos de miles de años desarrollándose y uno de los más importantes estaba teniendo lugar en ese mismo momento.
Alimentarse de fruta en el vergel de una selva ecuatorial tiene su mérito, pero si los árboles empiezan a desaparecer la situación se vuelve insostenible. Si además no eres buen cazador, ni eres capaz de desenvolverte con soltura en las extensas llanuras, lo último que puedes ser es delicado a la hora de comer.
Ser un oportunista era la única opción para sobrevivir. Un omnívoro que no le hace ascos a nada y que ve proteínas dónde otros ven repugnantes bichos o vomitivos despojos.
Esta solución radical tuvo consecuencias inesperadas. Aumentar nuestro consumo de alimentos de origen animal nos permitió acceder a más y mejores proteínas, ácidos grasos esenciales o vitaminas como la B12. Todo esto propició un mayor crecimiento cerebral y cambios anatómicos como la reducción del tamaño de nuestros intestinos o de nuestra mandíbula.
Toda esta carrera evolutiva por la supervivencia dio lugar a un género nuevo el «Homo» que, periódicamente, fue alumbrando diferentes especies hasta llegar a una que se impuso de forma exclusiva a las demás, el Homo sapiens.
Nuestros antepasados se convirtieron en formidables cazadores. Desarrollaron armas y estrategias para las que ningún animal estaba preparado. De hecho, los últimos estudios confirman la relación entre la desaparición de la «megafauna del cuaternario» y la extensión territorial de nuestros ancestros.
Hace unos 30.000 años la última gran glaciación arreciaba en Eurasia. La caza era complicada y las condiciones de vida penosas. En tales circunstancias no era tolerable tener un competidor cerca o ¿sí?
A priori el lobo rivalizaba por las mismas piezas que el Homo sapiens cazador pero existía una diferencia que lo cambiaría todo. Nuestra asimilación de las proteínas tiene un límite en torno al 40% de nuestra dieta diaria. Límite que el lobo no sufre pudiendo tener una alimentación donde las proteínas son, prácticamente, las únicas protagonistas.
Esto generó una inesperada sinergia según ha publicado un reciente estudio de la revista 'Nature'. En una época donde casi toda la alimentación disponible provenía de la caza existía un superávit de proteínas que podían ser compartidas.
El lobo aprendió que acercarse a los grupos humanos no era tan mala idea y que esta audacia podía suponerle un buen trozo de carne, a su vez, los «primates superevolucionados», supieron ver un gran aliado en el cánido. Esta relación se fue perfeccionando con el tiempo seleccionándose aquellos individuos que mostraban mejores actitudes para la vida dentro de los grupos humanos y para la caza, de forma que una nueva especie aparecía por simple adaptación en la convivencia con los humanos. De hecho fue la primera especie domesticada y única en nuestra época de cazadores-recolectores, el resto de especies domesticadas apareció con la revolución agraria posterior.
Sabemos que este relación fue muy estrecha y lo de considerar a los perros parte de la familia no es algo reciente pues hace unos 14.000 años se registraron los primeros enterramientos de estos cuadrúpedos.
La aparición de «el mejor amigo del hombre» no fue una simple casualidad genética sino una cuidada selección de los individuos más aptos precedida de un cambio alimentario y un límite de absorción proteico. Quién lo diría.
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