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¿Agua del grifo o embotellada?

¿Agua del grifo o embotellada?

Si el agua que sale por nuestras casas es considerada potable, como en el 99,5% del territorio español, es completamente sana y no se justifica, en modo alguno, recurrir a las de supermercado

Domingo, 26 de enero 2020, 01:52

Cuando alguien está dispuesto a pagar, como mínimo, 100 veces más por un mismo producto es que la diferencia debe ser notable. Pero no es solo pagar una burrada de más sino acarrear del supermercado un peso superior al de un sherpa del Himalaya y asumir el coste medioambiental de embotellar y trasladar, desde sus zonas de origen, toneladas de peso.

Lo dicho, el beneficio debe ser incuestionable porque en ciudades como Málaga, nada menos que, el 62% de la población bebe agua embotellada. Un dato sorprendente y que después de ver lo que implica el suministro en el supermercado nos hace suponer que lo que sale por los grifos debe ser un brebaje insalubre y maloliente.

Un negocio redondo

El comercio de las aguas embotelladas mueve en España unos 1000 millones de euros al año, un negocio lo suficientemente lucrativo como para que la maquinaria del márquetin de lo mejor de sí misma.

Determinadas marcas no tienen ningún problema en asociarle a su transparente producto propiedades como las de adelgazar, depurar el organismo o, incluso, la mejora de la salud cardiaca. Sobra decir que nada de esto es cierto, más allá de lo que contribuye cualquier otro humilde vaso de agua.

El envase y la imagen de marca son también cuidados con esmero, al fin y al cabo están vendiendo agua, así que si quieren multiplicarle el precio exponencialmente será importante atender los detalles. Colores y formas ayudan a incrementar el precio hasta el punto de otorgar cierto estatus y posición social, por no hablar de las cartas de agua de ciertos restaurantes, puro postureo.

La calidad en el agua

La calidad del agua está sostenida en diferentes parámetros. Algunos referidos a elementos como el sodio, calcio o magnesio. Otros a compuestos como el bicarbonato y conceptos un poco abstractos como el de «residuo seco» que es simplemente la cantidad de materia que queda tras la evaporación, y suelen ser en su mayoría sales minerales. En general cada marca de agua embotellada defenderá lo que más le convenga. Si tiene una mineralización alta dirá que el manantial de turno le aporta «fuerza» y destacará que un correcto nivel de sales disueltas es esencial para mantener una vida sana. Si por el contrario la mineralización es débil sacará músculo por el efecto «depurativo» o la conveniencia de su consumo en la población infantil.

El calcio y el magnesio están relacionados, en general se recomienda que sus valores sean altos puesto que contribuye a la remineralización de los huesos alejando, por ejemplo, la posibilidad de desarrollar osteoporosis. Esto es interesante porque durante mucho tiempo se ha difundido que las aguas con alto contenido en calcio desarrollaban piedras en el riñón, algo que se ha comprobado que no es cierto y que al parecer tiene mucho más que ver con el tipo de dieta o la predisposición genética. Es decir, pagas por tener aguas bajas en calcio y luego vuelves a pagar porque ciertos alimentos estén enriquecidos en calcio, todo un negocio.

Los niveles de bicarbonato están asociados con la digestibilidad del agua por lo que son interesantes niveles moderadamente altos.

En cuanto al sodio hay que recordar que las personas con hipertensión deben controlar su contenido, en este caso son más convenientes las aguas bajas en este elemento, son las consideradas aguas diuréticas.

Agua y cáncer

Un reciente estudio ha relacionado el consumo del agua con el aumento en la incidencia del cáncer de vejiga. Algunas publicaciones se han apresurado a titular con frases del tipo «el agua del grifo produce cáncer» un traje a medida para la industria embotelladora pero esa sentencia es más que matizable.

Las sustancias que han provocado esta controversia son los trihalometanos (THM) que son subproductos producidos al adicionar cloro al agua y su cantidad dependerá de la cantidad de materia orgánica, el PH o la temperatura. Los límites de seguridad están marcados en los 100 microgramos por litro y la media en España está en los 28,8. Recordemos que los límites se plantean con amplios márgenes y que la media española está muy por debajo. Es cierto que en Europa la cantidad suele ser más baja y es un terreno donde podemos mejorar.

El estudio está siendo muy controvertido en especial por el modo en que se ha trasladado a la opinión pública. Los propios autores indican que no se puede concluir una relación causal inequívoca entre el consumo de agua y el cáncer de vejiga, que no se puede descartar la «confusión residual» y que no se han tenido en cuenta factores como el alcohol o la alimentación. De hecho la principal responsable del estudio, la doctora Cristina Villanueva, afirma «Cumplimos con la ley, el agua es potable y se puede beber».

Se trata de una estimación teórica, no extraída de la evaluación de los casos reales de cáncer de vejiga causados por los trihalometanos. Es un estudio de casos y controles, un tipo de investigaciones que ocupa la posición más baja en el pódium de las evidencias científicas. Es el típico estudio que nunca habría trascendido a la opinión pública de no haberlo ataviado de los jugosos titulares con los que se vistió. Si de verdad nos preocupa el cáncer de vejiga lo que debemos hacer es evitar el tabaco, que si ha demostrado su capacidad de aumentar hasta en 4 veces la posibilidad de desarrollarlo.

Si seguimos sin fiarnos demasiado de este compuesto de difícil pronunciación debemos recordar que se trata de una sustancia derivada del cloro y que es muy volátil. Por lo que si dejamos una botella de agua abierta dentro de la nevera (para que no proliferen los microorganismos) un par de horas los THM se habrán evaporado.

¿Qué agua bebemos?

Para contestar a esta pregunta debemos contemplar la normativa existente en torno a la potabilización de las aguas y los parámetros admisibles. Estos son muy estrictos, como corresponde a la importancia de nuestro protagonista. En pocas palabras, si el agua que sale por nuestros grifos es considerada potable, como en el 99,5% del territorio español, esa agua es completamente sana y no se justifica, en modo alguno, recurrir a las aguas embotelladas. Su consumo solo sería defendible, desde la lógica, en personas con problemas concretos de salud, a los que se asociaran aguas con concentraciones muy específicas.

¿Y en Málaga?

Málaga arrastra una fama de aguas de pésima calidad, de hecho, el consumo de agua embotellada es muy superior al resto del país. Esto era debido, en parte, a la presencia de manantiales salinos en los embalses que abastecen la capital. Algo que se solucionó en 2005 con la puesta en funcionamiento de la depuradora de El Atabal que reduce en un 75% la presencia de sales minerales. Tanto es así que en una reciente cata ciega de las aguas consumidas en las principales ciudades de España, Málaga obtuvo el segundo puesto.

Ese sabor, que convenció al sumiller Faustino Muñoz, parece no resultar atractivo para muchos vecinos. Está claro que la costumbre de consumir determinados tipos de agua embotellada influye y condiciona el sabor con el que apreciamos el resto. El olor a cloro, que suele ser residual en las que viene de los depósitos municipales, tampoco suele ayudar (aunque debiera producir tranquilidad desde el punto de vista microbiológico). Dejar la botella abierta dentro de la nevera puede mejorar su sabor, pero sobre todo empezar a mirar con otros ojos al humilde grifo.

Está claro que los condicionantes históricos y de desinformación publicitaria pesan a la hora de elegir con que aliviamos la sed. Pero la lógica de la realidad sanitaria o del coste y la huella ecológica producida no permiten amparar, en modo alguno, el consumo masivo de agua embotellada.

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