![En busca de la vitamina D](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202301/09/media/cortadas/leche-ky2B-U190207809272Ss-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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La vitamina D es una sustancia esencial para nuestro desarrollo vital. Se encuentra dentro de las conocidas como vitaminas liposolubles. Algo que solo nos habla de una determinada propiedad físico-química y es indicativo de la dificultad que tenemos a la hora de definir, químicamente, ... sustancias tan complejas como las vitaminas.
En realidad hablamos de una molécula con una extraordinaria funcionalidad ya que es esencial en la absorción del calcio, el crecimiento y la salud del hueso, la fuerza muscular, la función inmune, la respuesta inflamatoria y la regulación de la proliferación, la diferenciación y la apoptosis (suicidio celular) de las células. Las alteraciones en la concentración de esta vitamina tampoco salen gratis, especialmente su deficiencia, se han correlacionado con diversas enfermedades crónicas, como la autoinmunidad, el cáncer, la enfermedad cardiovascular y la diabetes.
La presencia de esta vitamina en los alimentos suele ser muy baja y su contenido real en sangre, en la forma químicamente útil, se relaciona con la exposición al sol. Exposición al sol que propicia una compleja transformación el 7-deshidrocolesterol se convierte en pre-colecalciferol, que luego pasa a colecalciferol, o vitamina D3.
Prehomínidos y homínidos tuvieron su principal desarrollo evolutivo en África, muy cerca del ecuador. Esto garantizaba suficientes horas de sol como para no preocuparse de la síntesis de la vitamina D. De hecho la preocupación era otra, ¿cómo protegerse del sol? La pigmentación de la piel a través de la melanina era la solución. Esta melanina oscurecía la piel y absorbía los fotones protegiendo nuestra dermis y epidermis del exceso de irradiación. Esto también reducía la síntesis de vitamina D, pero como las horas de sol sobraban no había ningún problema.
El sentido de la vida, biológicamente hablando, es claro, sobrevivir y reproducirse. Una de las principales estrategias para conseguirlo es quitarte competidores de encima. Si pasas de una zona saturada de población a una que no lo está las ventajas son claras. Estas ventajas pueden mantenerse aunque el entorno empiece a ser hostil en términos climáticos. Si eres capaz de adaptarte a climas más fríos y menos horas de sol tendrás más recursos para ti solo.
Recordemos que el proceso adaptativo se sirve de la variabilidad propia de la reproducción sexual y de las mutaciones como grandes palancas transformadoras. La variabilidad es clara, solo tenemos que pensar en un grupo de hermanos que poseen multitud de diferencias, entre ellos, en comportamiento y habilidades. En cuanto al tema mutagénico tenemos que recordar que todos albergamos mutaciones que en la mayoría de las ocasiones no tienen implicación alguna, en otras tantas estas son perjudiciales y unas pocas (muy pocas) suponen una ventaja que permiten a la especie una mejora sustancial. Estas pocas mejoras acumuladas durante millones de años explican el actual árbol de la vida.
De forma que moverse podía albergar numerosas ventajas pero era un indudable reto.
El cambio de latitud suponía asentarse en ecosistemas menos explotados y con escasos competidores pero también un clima más hostil y menos horas de sol.
Las horas de sol tenían una importancia capital. Recordemos que un principio nuestros antepasados estaban protegidos para el exceso de irradiación algo que afectaba a la síntesis de vitamina D, esto más al norte podía ser trágico. De modo que los individuos que nacían, de forma natural, con un color de piel un poquito más claro tenían una ventaja competitiva con el resto, ya que la mayor producción de vitamina D favorecía, por ejemplo, el funcionamiento de su sistema inmunitario.
Esto explica porque el tono de piel se va aclarando conforme nos alejamos del ecuador, dando una infinidad de tonos. Lástima que los racistas no tengan ni idea de bioquímica.
La necesidad de vitamina D era tan acuciante que los individuos tenían más probabilidades de sobrevivir dependiendo de su color de piel. Pero no era solo una cuestión dermatológica. La alimentación también podía ayudar.
La leche y sus derivados son una excepcional fuente de vitamina D de forma que si puedes asimilar dichos alimentos tienes una indudable ventaja evolutiva. Esto explica por sí solo porque la intolerancia a la lactosa es mucho menor en países del norte. En la zona central de África la intolerancia suele estar entorno al 45% y en países como Suiza no superan el 10%.
Las poblaciones más al norte no podían desaprovechar este extraordinario alimento de forma que los individuos que de manera natural mantenían la enzima que digiere el azúcar de la leche (la lactosa) más allá de los 2 años tenían más probabilidades de sobrevivir y reproducirse.
El consumo de lácteos comenzó hace unos 10.000 años y fue una pieza fundamental para la consolidación de las poblaciones en el norte de Europa. Esa capacidad de conservar la lactasa suponía un hecho diferencial.
Resulta llamativo como hoy en día las leches sin lactosa se han puesto de moda y muchos individuos sin ningún tipo de intolerancia las consumen con verdadera devoción. Las leches sin lactosa no es que tengan menos azúcares, la cantidad de azúcar es igual. Lo único que hace la industria es añadir lactasa y romper el disacárido que forma la lactosa. Es decir, le ahorramos a nuestro cuerpo la producción de esta enzima. Esto no suele ser una buena idea porque nuestro cuerpo funciona, muchas veces, con el mecanismo de feed-back de forma que más pronto que tarde dejará de producir lactasa por sí solo, fabricando una intolerancia donde no la había. A veces no todas la evoluciones son positivas.
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