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Profesor de biología y experto en tecnología alimentaria
Sábado, 21 de mayo 2022, 14:15
El planeta está contra las cuerdas. Los científicos avisan de la cercanía temporal al punto de no retorno donde los procesos ya serán irreversibles. Una serie de fenómenos, como la liberación del metano atrapado en el permafrost, no podrán controlarse por mucho interés que muestren los diferentes países.
Está previsto que la población mundial alcance los 8.500 millones en 2030, 9.700 millones en 2050 y 11.200 millones en 2100. Estos datos, por si solos, ya proyectan la contundencia del problema. Pero lo que no indican es que hoy en día, con casi 8000 millones de personas sobre la Tierra, muchas de ellas se encuentran en plena transición al modo de vida occidental. Imaginemos a países como China, India o Nigeria con las desproporcionadas necesidades per cápita que exige un estadounidense.
Industrias como las del transporte o la de producción de energía ya han empezado a dar pasos decididos en su transformación. Entre otras cosas porque la obtención de energía renovable lleva tiempo siendo más competitiva que la tradicional y que el futuro de los combustibles pasa por independizarse de los países productores de petróleo con curriculums, muchos de ellos, nada tranquilizadores con respecto a la defensa de los derechos humanos.
Pues aquí hay mucho que decir. El 80% de la tierra agraria es para las vacas, cerdos o pollos, ya sea en forma de pastos o para cultivar el grano con el que alimentarlos. La agricultura y ganadería es responsable de un tercio de las emisiones que están tras el cambio climático. El uso de la tierra para fines agrícolas, silvícolas y de otra índole supone el 23% de las emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero. Solo la ganadería es el segundo sector que más gases de efecto invernadero emite, aproximadamente el 18%, después del transporte (que representa un 22%). Esto nos hace pensar que lo que nos ponemos en el plato no le sale gratis a la naturaleza. Por ejemplo, obtener un kilo de carne de ternera, cerdo o pollo conlleva propagar 27, 4,8 y 3,5 kg de CO2 respectivamente.
Las cuencas del Amazonas y el río Congo se enfrentan a una amenaza sin precedentes debido a la continua extensión de áreas de cultivo y zonas ganaderas. Solo en 2021 se batió el récord histórico de deforestación en un país como Brasil.
Esto no parece que vaya a remitir. En los últimos 60 años la producción de carne se ha doblado y el aumento de la población, junto con la mejora en su nivel de vida, no augura nada diferente para los próximos años. De forma que en algún momento de este siglo el sistema es probable que colapse.
Se pueden plantear cambios de vida y de estilos alimentarios. De hecho la dieta vegetariana (bien planteada) es perfectamente viable. También es necesario recordar que el consumo de proteínas, en casi todos los países, suele ser excesivo. Generando problemas metabólicos y poniéndole el pie en el cuello a un planeta ya extenuado. Pero esas alternativas no parecen suficientes, así que conviene hablar, directamente, de sustitutos de la carne o de carne obtenida por otros medios.
Las hay de origen vegetal, como las hamburguesas de soja, células animales cultivadas en laboratorio y también están las proteínas microbianas derivadas de la fermentación. Esta última es de las alternativas más prometedoras debido a su calidad proteica y a la textura que ofrecen cultivos como el del hongo Fusarium venenatum, muy parecido al de un filete debido a su estructura filamentosa.
Esto ha sido objeto de estudio y publicación en la revista Nature. En esta investigación los científicos han proyectado que pasaría si para 2050 el 80% del consumo de carne, a nivel global, se hiciera con proteínas de origen microbiano como el hongo anteriormente mencionado. Se ha tenido en cuenta el crecimiento de la población y sus notables demandas a futuro, siendo los resultados simplemente espectaculares.
El propio estudio habla de la desaparición de los problemas de deforestación a nivel mundial y eso teniendo en cuenta los cultivos necesarios para sostener la nueva producción de «carne» básicamente azúcar para permitir los procesos fermentativos. En cuanto a la reducción de la emisión de los gases de efecto invernadero esta se sitúa en el entorno del 87%.
Los impresionantes datos ofrecen alguna duda. ¿Está la población, en general, preparada para cambiar sus hábitos? Algunos expertos mantienen su escepticismo con respecto a estas alternativas u otras más cercanas como determinados insectos que ya se pueden encontrar en algunos supermercados.
La palatabilidad de esos nuevos alimentos y las modas serán clave para asegurar la adherencia de la población, que ya ha protagonizado algún llamativo cambio de criterio como con el marisco. Solo hay que recordar que en el siglo XIX la langosta era considerada una comida de pobres en la costa este de EE UU.
Pero también una concienciación de que somos animales omnívoros y por tanto oportunistas, una de las claves de nuestro éxito evolutivo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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