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Desde sus terrazas hasta el mar hay apenas medio centenar de metros. Las golondrinas dáuricas intentan hacer sus nidos en sus pérgolas de madera. No es de extrañar, porque es un lugar privilegiado, que valoran sobre todo los que buscan un edén frente al Mediterráneo. Vistas y cercanía al mar son algunas de las virtudes que tienen las casas rurales El Delfín y El Velero. Hasta hace medio siglo fueron un acuartelamiento de la Guardia Civil en la playa del Cañuelo, una de las tantas calas idílicas que hoy tiene el paraje natural de los Acantilados de Maro, en Nerja.
Aunque hoy están divididas en dos casas, ambos inmuebles conforman desde hace ocho décadas un mismo edificio. Si en aquel entonces era un lugar estratégico para la vigilancia de la costa, por su ligera elevación sobre el nivel del mar, hoy son codiciadas por sus vistas privilegiadas y la cercanía a la playa. De hecho, ésta está contigua a ambas casas. Sólo hay que bajar unos metros por una rampa para pisar el arenal y darse un baño en las cristalinas aguas de este espacio protegido.
No son alojamientos rurales idóneos para clientes ruidosos. No sólo porque estos alojamientos tienen las restricciones propias de un paraje natural sino también porque distorsionan la tranquilidad y el propio paisaje. «Nos gustan que vengan huéspedes que quieran disfrutar de este lugar, porque llevamos unidos a esta casa desde hace muchos años, la hemos cuidado mucho y la preparamos como si fuéramos a quedarnos nosotros», explica Nuria Ortiz, de la casas rural El Delfín.
Con la música alta y con mucha algarabía no se acercarían por allí los ejemplares de cabra montés que habitan en la zona. Ni se verían de cerca las aves que lo suelen sobrevolar. Tampoco tendría sentido que el ruido fuera protagonista en unas casas rurales que tienen rincones para relajarse, como las hamacas bajo la sombra de los árboles que miran al mar, las mesas idóneas para comer con el telón de fondo del Mediterráneo, zonas ajardinadas o incluso un pequeño parque infantil -en la casa Velero-.
A ello hay que añadir el interior de las dos viviendas contiguas. La del Delfín cuenta con tres habitaciones, dos baños y una capacidad de entre 6 y 10 personas aproximadamente, mientras que la del Velero, que fue restaurada hace unos años, dispone de más aforo, con seis dormitorios, tres baños, un aseo y un máximo de 15 huéspedes.
Un lugar tan exclusivo, en primera línea de playa y dentro de un paraje natural, tiene un precio. En concreto, en temporada baja, un fin de semana puede estar entre los 600 y 950 euros aproximadamente en El Delfín y El Velero, respectivamente. En julio y agosto se exige al menos una estancia de una semana, que está entre los 2000 y los 3400 euros en ese mismo orden. En ambos casos, normalmente trabajan con plataformas on line que sirven de intermediarios, como Booking, Hotelmix o Airbnb, entre otras.
Además de ser un lugar único, estos alojamientos rurales ofrecen otras ventajas a sus huéspedes, como es el acceso en vehículo. Los clientes cuentan con una serie de plazas y con el permiso pertinente para bajar desde la N-340. Se trata de todo un privilegio, ya que desde hace años está prohibido descender por ese carril en vehículos privados sin autorización. De hecho, sólo se puede bajar a pie, en bicicleta o en las lanzaderas autorizadas por la Consejería de Medio Ambiente.
Por otra parte, los clientes del Delfín y del Velero, están a un paso de los chiringuitos situados en la propia playa y, por supuesto, a otro de un reconfortante baño de aguas cristalinas en una de las joyas ecológicas de Andalucía. El paraje natural de los Acantilados de Maro está protegido tanto en un tramo terrestre como en otro marítimo. En este último, aguardan numerosas especies biológicas protegidas. En muchas ocasiones incluso se ven delfines desde las terrazas de ambos alojamientos turísticos.
El inmueble se construyó o se aprovechó para convertirlo en una de las casas cuartel que salpicaron esta zona escarpada de la costa axárquica. Estas dotaciones se habilitaron en la década de los años cuarenta, en plena posguerra, con el fin de vigilar a la guerrilla antifranquista, más conocida como maquis. Desde la Torre Macaca hasta Cerro Gordo, hubo varios inmuebles en los que se crearon lugares de vigilancia e incluso casas cuartel, como la del Cañuelo.
Tras la desaparición del maquis, dejó de tener sentido estos acuartelamientos, que, poco a poco, fueron desmantelados y abandonados. En la década de los años setenta, el inmueble situado en El Cañuelo salió a subasta, aunque dividido en dos propiedades. En principio, lo adquirieron unos vecinos de Nerja. Pero, la situación ruinosa de los edificios, los complejos accesos que había en aquella época y la falta de suministro eléctrico y de agua hicieron que esos dueños quisieran desprenderse de ambas casas.
En este punto de la historia es donde interviene la familia de Nuria Ortiz. Ella era una niña cuando sus padres decidieron comprar la que hoy es la Casa El Delfín. Junto a sus padres solían ir a la contigua playa de la Alberquilla, desde donde divisaban estos inmuebles. Enamorados de esta zona litoral, que, por aquel entonces, no era paraje natural, decidieron adquirirla, restaurarla y ponerla en valor. Después llegó su conversión a alojamiento rural. Poco después, los tíos de Nuria hicieron lo mismo con el inmueble contiguo, que salió a subasta de nuevo, esta vez por embargo a los propietarios. Así, nació años más tarde la que hoy se conoce como Casa El Velero. Ambas están separadas hoy, pero, además de estar unidas por nexos familiares, también tienen un mismo pasado en común, que las hace aún más exclusivas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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