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Situada en lo que en el antiguo Al-Ándalus fue el fértil Campo de Cámara, la aldea de Villanueva de Cauche es un reducto de paz junto al puerto de las Pedrizas, ese camino histórico que entre escarpadas sierras calizas comunica el valle del Guadalmedina con la ciudad de Antequera.
Por su tamaño, con tan sólo tres calles en su casco urbano, podría ser una de esas pequeñas poblaciones del interior que pasarían casi desapercibidas. Incluso tendría las condiciones para ser víctima de la tan temida despoblación rural. Pero, por su ubicación e incluso por su singular historia, Villanueva de Cauche ha roto muchos tópicos sobre los diseminados rurales de Andalucía.
A mediados de la década de los años noventa dejó de ser el último feudo de Europa. Hoy es una tranquila aldea antequerana habitada por setenta y siete habitantes. Villanueva de Cauche, situada en un lugar estratégico entre Málaga y la ciudad de los Dólmenes, junto a la A-45 y a la AP-46 (la autopista de peaje), es hoy un destino codiciado por los que buscan el sosiego del mundo rural sin que esto conlleve el aislamiento por carretera.
En los días laborables, por sus tres calles (Granada, Sevilla y Málaga), lo difícil es encontrar a algún vecino paseando. Muchos están trabajando fuera y algunos jubilados están sentados a la entrada del casco urbano, donde se encuentra el bar La Peña, que es desde hace muchos años el único negocio que hay allí. Ni farmacias ni comercios de alimentación. Pero, eso no significa ni mucho menos que Villanueva de Cauche no sea un destino atractivo para muchos.
El edificio más espectacular, donde hubo un antiguo castillo árabe -desaparecido tras un incendio en 1849-, es el palacio de las Marquesas de Cauche. Se trata de un cortijo con mucha historia, propiedad de los herederos de esta familia de la nobleza, que está deshabitado. Por sus dimensiones y su historia dio pie a que se especularan en su día muchos proyectos en él (un museo o un hotel rural, entre otros). Pero hoy, maltrecho, sólo es la única huella del feudo de Cauche. En su interior, alberga la iglesia del pueblo, que no tiene acceso desde el exterior. Es necesario entrar en el recinto para verla por dentro.
Eso sí, la cal, como en otros pueblos del interior de Andalucía, sigue dándole luz no sólo a este palacio sino también al resto de inmuebles de Villanueva de Cauche. Algunos están en muy mal estado, otros rehabilitados. Sin embargo, entre ellos lucen muchas macetas y en algunos puntos plantas ornamentales y aromáticas que dan vida a esta tranquila aldea.
Desde que en 2015 sus vecinos consiguieran olvidar la última losa de haber sido un feudo anacrónico, Villanueva de Cauche ha logrado incluso aumentar ligeramente su población. En el último lustro, según explica su alcalde pedáneo, Alejandro Pascual, «se ha pasado de 65 a 77 habitantes». Esto ha sido posible gracias a las nuevas familias que se han instalado en su pequeño casco urbano, compuesto por tan sólo tres calles.
En concreto, en estos últimos años se han trasladado a esta pedanía de Antequera familias procedentes de Torremolinos, Málaga, Lucena (Córdoba) e incluso de Londres (Reino Unido). «Por su ubicación y por su tranquilidad es un sitio idóneo para muchas personas», apunta el alcalde pedáneo. No en vano, el precio de una casa allí no es precisamente barato, ya que suelen estar por encima de los 30.000 euros, pero no están para entrar a vivir sino para echarlas abajo. Hay que tener en cuenta que se trata de inmuebles que pueden llegar hasta dos siglos de antigüedad. «Entre la demolición y la construcción de una nueva casa, el precio no siempre compensa a los interesados», explica Alejandro Pascual.
Eso sí, al menos ha desaparecido uno de los problemas que se tenían heredados de su condición de feudo de las Marquesas de Cauche. Desde el año 2015 no hay obstáculos para escriturar las viviendas y, por tanto, para solicitar una hipoteca cuando se necesite.
El único contratiempo que se encuentran los vecinos de esta localidad de Antequera es la burocracia para tramitar las licencias para reformar o construir viviendas, ya que muchas de ellas se encuentran en el entorno protegido del Cortijo de las Marquesas de Cauche, catalogado como Bien de Interés Cultural. «Afortunadamente, en los últimos meses se ha avanzado con las administraciones para agilizar estos trámites y pronto no habrá que esperar cinco o más meses para reformar un cuarto de baño», indica Pascual.
Este diseminado rural tiene hoy mucha vida. De su población actual, hay más de una decena de niños que cuentan con un equipado parque infantil, situado junto a un gimnasio al aire libre, como ocurre en muchos barrios y pueblos de la provincia de Málaga.
Pero, ese número de niños se duplica en los fines de semana o en vacaciones, según apunta el alcalde pedáneo. Incluso durante la pandemia se ha aumentado la población total de esta aldea, hasta cerca de ciento cuarenta personas, entre adultos y menores. «Hay muchos propietarios que tenían aquí su segunda residencia que han preferido vivir el confinamiento y los siguientes meses aquí», añade Pascual. Tranquilidad y contacto con la naturaleza no les ha faltado.
Esta aldea tiene su origen en el siglo XVII, cuando se creó el Marquesado del Castillo de Cauche. A partir de ahí, dependiente de esta familia noble, fue creciendo la población actual, con trabajadores que se asentaron en su entorno para trabajar las fértiles tierras de su entorno. A cambio de morar en sus propiedades, aquellos agricultores tenían que pagar como tributo anual una gallina. Así ocurrió hasta finales del siglo pasado, cuando el marquesado recaía en las hermanas Carmen y Teresa Rojas Arrese, que no tuvieron descendencia y legaron aquel feudo a sus primos.
A partir de ahí, tras dos décadas de reivindicaciones, las familias que habitaban las poco más de treinta viviendas construidas en el poblado consiguieron la propiedad plena de éstas. Así acabó la historia de este reducto feudal y empezó la etapa de una tranquila aldea antequerana que rompe tópicos respecto a la despoblación del interior.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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