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Domingo, 27 de agosto 2023, 00:09
El camino más corto es siempre la línea recta. Pero la vida no es así. La vida es como los supermercados, o como los controles de seguridad de los aeropuertos: un laberinto inútil de pasillos que atraviesas en zigzag, dando rodeos, explorando recovecos, buscando las mejores ofertas. Ocurre así cuando mentimos, cuando tratamos de olvidar, cuando dudamos, cuando definimos el dolor.
No sé qué dice, señora. Yo solo le he preguntado que si quiere bolsa.
Recuerdo que dolías como una pausa en la respiración como un alfiler pinchando un dedo la vida dolía como una incertidumbre mal pronunciada y yo salía a buscarte a las calles oscuras y húmedas ya desprovistas de humanidad botas como cuchillos la ciudad se adhiere a su piel el retrovisor sucio Marta gritando como Van Gogh y los colores gastados y la tierra el cemento la imagen del suicidio sigue el volumen el machete la vaca su pensamiento retumba en el niño tiene una voz ronca el latido caliente los bajos chocan en el pecho su pequeño espacio rasga el aire camina sobre el amarillo se arrastra por la cosecha los huesos densos las ramas blandas y aunque no entienda mucho lo que haces ni las matemáticas o la geometría yo tuve un sueño volver a casa darme un baño fresco tomar una cerveza fría descansar en tu sofá.
Tengo el bisturí en la mano.
La mamo me temblequea.
Tengo la paciente anestesiada tendida en la camilla con un tubo negro en la boca y un gorrito ridículo en la cabeza.
Aunque tapado el cuerpo con una sábana puedo deducir que es una chica bonita de unos pocos veinte años.
Una simple apendicitis, pero la tengo que abrir en canal y no sé cómo empezar.
No debería haberme tomado el café de buena mañana y menos regado con un chorrito de anís. Estoy bien despierto, pero tirito de miedo.
Levanto la mano para empezar la operación y me alerta un silbido.
Doy un puñetazo a la maldita alarma del despertador que hoy ha sido mi tabla de salvación.
La chica ha desaparecido. El sueño se ha disipado.
Si ni siquiera soy médico.
Me levanto y me voy a reparar zapatos que lo que si soy es un zapatero remendón.
Otro día para enfrentarse a esta especie de compulsión en la que se ha convertido mi vida y sin la necesidad de la sugestión de una meta u horizonte, me afeito, defeco, orino y me cepillo los dientes y a la vez me miro en el espejo y me pregunto como se ha convertido mi vida en un Enloquecido y Lamentable Espectáculo, ja, ja, ja.
Érase
perdices.
FIN
Ella estaba acostumbrada a los paisajes verdes y húmedos de Galicia, donde el gris de las construcciones de piedra se mezclaba con los tonos verdes de la vegetación. Pero el verano pasado el amor la llevó a un pequeño pueblo de Málaga, Cómpeta. Allí descubrió el encanto de Andalucía y se enamoró más.
Esas casas blancas, las calles estrechas y empinadas, las gentes amables y alegres.
Probó el gazpachuelo, las papas a lo pobre, la sopa de huevo y quiso ser malagueña.
Pero volvió a Galicia y extraña el sol, los aguacates, el 'no ni ná'; 'darse bulla'; y a su amor.
Se peina con raya en medio y tararea un fandango en la ducha.
No sabe si volverá, pero lo que sí sabe es que un trocito de su corazón está allí.
Siempre había preferido el metro al coche para ir al trabajo porque eso le daba tiempo para leer. Adoraba leer. El viaje en metro era su momento para su pasión. Aquel día andaba sumergido en una novela redactada con unos profundos diálogos. Bajó de su vagón para hacer el transbordo. Se volvió a zambullir en el libro. Realizó otro cambio de línea y la novela volvió a atraparle con sus tentáculos metafóricos. Otra parada y otro cambio de línea, unos cuantos párrafos más y otro transbordo. ¿Pero cuantos eran hasta su parada? Siguió haciendo un cambio tras otro sin ser capaz de encontrar su destino y salir del metro. Fue entonces cuando alzó a vista, pausó la lectura, colocó el marcapáginas y se dio cuenta de que aquella novela le obligaba continuamente a leer entre líneas.
Mientras yo nacía una mano nos arrojaba encima una bolsa de basura. A la vez que se perforaba mi saco amniótico, el plástico oscuro también se desgarraba a mi alrededor. Una piel de plátano y un hueso de pollo medio roído. El impacto con la vida es tan fuerte que te proyecta otra vez hacia el vientre materno. Pensé que el mundo olería así de fuerte y sería tan violento todo el rato. Cuando de repente me encontré el pezón turgente de mi madre en la boca ya no tenía claro dónde acababa mi cuerpo y dónde empezaba el suyo. La leche cruda es el pacto de sangre primigenio, la celebración primera, ofrecer la pasividad de un cuerpo sin miedo a ser dañada por el otro. Llorábamos todos, mi madre mis hermanitas y mis hermanitos: «¿Estaré contigo para siempre, mamá?».
Miao, contestó.
Al comprar el libro la dependienta me había dado un ticket para el parking municipal. Valía por una hora gratis. Había aparcado quince minutos antes, así que me sobraban cuarenta y cinco. Muchas veces me ha sobrado comida, me ha sobrado gente, siempre me ha sobrado trabajo, pero nunca jamás me había sobrado tiempo.
Cuarenta y cinco minutos. Es lo que dura medio partido de fútbol, o una clase de instituto o un capítulo de tu serie favorita. Tres cuartos de hora gratis que podía usar para lo que yo quisiera con total libertad. Un vacío sin condiciones, arrepentimientos, prejuicios o temores.
Cuarenta y cinco minutos exactos es, según mi móvil, lo que tardo en llegar a tu nueva casa andando. Te lo digo porque estoy llegando ya.
¿El parking? Me da igual, me sobra el dinero.
Viernes.
Es la quinta ola la que ha provocado el verano más caótico del siglo. Mi padre me ha dejado bajar al sótano para conocer a su mascota. Dice que no debo tenerle miedo. La araña está embarazada y no se puede mover. A la luz de la vela la tela me la imaginaba gigante como en las películas de terror y resulta que sólo es una pequeña red enmarañada con líneas viscosas que llegan hasta el suelo, como una cortina de cuentas. Creo que mi padre está enamorado de ella y ha sacrificado hasta el último animal de la granja para alimentarla. Ha tapiado las ventanas para controlar la temperatura. Dice que las crías necesitarán alimento cuando nazcan y que su madre se dejará comer para que no mueran. Demasiado terrible para quedarme a mirar. La puerta se ha atascado. ¡Papá, papá, papá!
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