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Sábado, 22 de julio 2023, 00:16
Tantos años estudiando en perfecta soledad los secretos de la física, las raras brechas en su lógica despótica, tantos años esperando probar al fin esta máquina del tiempo de mi invención, y ahora sólo puedo preguntarme en qué sentido valdría la pena viajar. Descarto enseguida el futuro, por su potencial de decepción, así que escojo la insegura certeza del pasado. He pensado que retroceder en el tiempo me permitiría advertir a mis antepasados de alguna catástrofe futura, anticipar tal vez el nombre de un tirano todavía por nacer, y hasta disuadirles de ciertas tentaciones fatales de orden político en que podrían caer confundiendo la solución compleja de sus problemas con la seductora simpleza de los demagogos.
Pero siempre he sabido que quise crear mi máquina para retroceder al instante atroz de mi pasado en que, niño aún, puedo saltar y evitar ser aplastado otra vez por aquel camión sin frenos.
Desconfiando de los demás e intentando clarificarlo todo, borrar cualquier duda y que el crimen no quedase impune, mi autopsia la hice yo mismo. Pero fui malinterpretado: confundieron mi asesinato con un suicidio.
¿Alguna vez has pensado qué ocurriría si desaparecieras en un instante? Yo sí, muchas veces. Cuando se nace siendo lo que uno no desea es difícil no hacerlo.
Con obstinación quiero imaginar que soy un pájaro. Vuela también, puede ver el mundo desde arriba y maneja a su antojo las corrientes. Incluso puede descansar sin temor, defenderse y hasta huir del peligro. Ser pájaro es mi sueño y nada me va a convencer de otra cosa. Sé que mientras lees estas líneas mi vida va llegando a su fin con premura.
Entre miles de colores y delicados reflejos luzco mi apariencia, hermosa. Te hago sonreír, eso me encanta, pero no es suficiente. Soy…
Ideo lo que me apetece y no me entristezco porque la realidad se empeñe en atraparme.
Soy una burbuja que, durante un soplo, fue feliz a pesar de su efímero destino.
El Señor Pérez era licenciado en Licenciatura, doctor en Doctorado y sabía transformarse en gato; algo que utilizaba habitualmente después de un día duro de trabajo para refugiarse hecho un ovillo en el sofá.
¿Cómo...? ¿que lo conociste ayer y cuando le comentaste que creías ciegamente en el destino se fue al servicio y al regresar te enseñó ese tatuaje: 'Laura, forever' dentro de un corazón azul?
Sí, hija, si tú lo dices será magia, pero en la foto que me envías por whatsapp me parece escrito con rotulador. ¡Perdóname! pero te apuesto mi pensión a que si lo frotas con una esponja desaparece.
Además, estoy casi segura de que ibas sin lentillas y de que el destino no tiene nada que ver con esto porque, si te fijas bien, no pone Laura, pone Paula.
Cada año confío en la suerte. No en la trascendente de estar vivo, ni tolerar más que pequeños achaques, el huidizo cupón de la ONCE o del pertinente sitio necesario para aparcar. Tampoco de que me deje algún molusco, ese señor chino que arrampla con todos los bichos de concha en el Mercado de Huelin.
Hablo de un amuleto imbatible que no he querido desgastar ni probar en otros trances, pero que me funciona en este determinado aprieto y desde hace años ejecuta la suerte a mi favor. Tantos como unos veinte. Yo me curo en salud, y lo llevo todo mirado, preparado, arreglado, que también pongo de mi parte y hago los deberes, pero reconozco que el toque último no es mío.
Mañana, como siempre, viene mi mujer, mi «patita de conejo», acompañándome, para pasar la ITV.
Cada día, al entrar en clase, inspiro profundamente. Siempre vengo bien preparada para enfrentarme a mis pupilos: un buen arsenal de ideas motivadoras, una sonrisa en los labios y, por supuesto, la piel de elefante. Que no me vean dudar, que no me angustien sus carencias, que no me afecten sus lágrimas… Una gruesa piel de elefante es muy útil. Pero hoy, cuando Yasmina se acercó a mi mesa, se me cayó ese blindaje.
–¡Me han dado la beca, profe! ¡Puedo estudiar Medicina!
Sin coraza, su alegría lacera mi alma. Yo sé cuánto le ha costado llegar, conozco su lucha, me duele la injusticia con la que la vida la ha tratado ya tantas veces y la injusticia que todavía le queda por sufrir. Ella, valiente y ajena a mis miedos, se recoloca el hiyab y sonríe a su frágil futuro.
La muerte es como el viento que es invisible a nuestros ojos. No obstante, sentimos su presencia. No podemos tocarla, pero percibimos sus efectos en el mundo que nos rodea. Joven pájaro, eres una criatura alada en el vasto cielo. Sientes cómo el viento te acaricia y te impulsa a volar por los aires. Sin embargo, aunque experimentas su fuerza, no lo ves. De manera similar, la muerte, es un fenómeno invisible para nosotros.
No podemos contemplarla en su esencia, pero su influencia se revela en la sutileza de las experiencias y de los cambios. Con el vuelo del pájaro como su recordatorio constante, se comprometió a aprovechar cada suspiro y cada latido, sabiendo que la muerte, como el viento, estaba presente en cada paso del camino.
Lee los microrrelatos del día 16 de julio
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