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Domingo, 20 de agosto 2023, 00:03
Dibujamos y recortamos buitres negros y acentores. Con plastilina moldeamos ranitas de San Antonio. Sacamos de una revista un par de lagartos verdinegros. Con alambre y felpa confeccionamos pinos, cerezos y abedules; e hicimos lagunas con terciopelo azul. Luego lo esparcimos todo por nuestro hogar.
Le dijimos al abuelo que le íbamos a dar un paseo por la sierra, pues últimamente se lamentaba de que ya no podía subir a caminar. Miró emocionado las aves de goma eva que surcaban el techo de la cocina y la nieve pintada sobre las montañas de fieltro que pusimos en el patio. Anduvo descalzo por la hierba de papel del pasillo hasta que se puso el sol.
Se le ve tan feliz que no hemos quitado el decorado aún, pero nos preocupa el arroyuelo que empieza a manar de las paredes y el musgo de verdad que está cubriendo todo el salón.
Salí de casa y el cielo estaba tapado por una inmensa tela roja, ¿qué había pasado?, ¿a qué venía aquella inmensidad que se perdía por el horizonte?.
El ganado estaba en el prado, mi vecina buenorra me saludó como cada mañana desde la parada del bus, y al fondo de la carretera asomaba la furgoneta de Correos puntual y eficiente como siempre.
Por la radio la alcaldesa hacía balance de las intervenciones más destacadas del invierno y primavera pasados, a saber: repoblación forestal, construcción de la torre del agua, inicio de las obras del nuevo túnel...
Pero lo más sorprendente lo dijo el locutor del informativo: «Este año, la lona verde que los meses de verano cubría la maqueta Ibertren (ref. 802) en la que vivimos pasa a ser sustituida por una tela roja».
Ella no lo amaba. Su romántico destino tenía que ser una muerte trágica. Sus últimas palabras fueron, claro está, para ella. «Yo te prometo amor eterno», y saltó. Eso fue en 1885. El tipo todavía anda rondando por casa.
A mi abuela le gusta el verano. Mi Abu Lolita es una moza de nueve décadas disfrutona de las playas, mar y sol de Málaga. La caló, el terral, el copo han sido sus escenarios habituales, las tertulias vecinales al fresco sus Instagram y Twitter y los días de feria sus festivales de verano.
Lolita nunca ha sido amiga de encerrar las estaciones en un calendario, el verano no tenía día de entrada ni de salida, comenzaba con las hogueras de San Juan y se apagaba con los rayos del sol, el fresco en la sombra o el rocío frío de las noches al olor perdido de los jazmines.
Mi Abu, últimamente, anda confusa, despistada. El verano llega antes de que toque y no se siente obligado a irse cuando las biznagas se marchitan.
–¡Abu! cosa de tu mente, del clima, de todos.
Mi madre cogió el Cercanías embarazada de nueve meses. Subió al tercer vagón y al poco de emprender la marcha ella rompió aguas. Sin la ayuda de nadie nací yo: un bebé de poco más de dos kilos. Como era testaruda, mi madre continuó viaje como si tal cosa. Cuando se quiso dar cuenta, yo llegaba con los pies al suelo. «Ya eres toda una mujercita», comentó al verme, con una eterna sonrisa.
En la siguiente estación había desarrollado. «Pronto te echarás novio», me dijo. Dicho y hecho, me enamoré de un muchacho de ojos castaños que no paraba de observarme dos filas más allá. Y allí mismo, en presencia de dos testigos, nos casó un concejal que acudía de mañana al consistorio.
Mamá se bajó del tren sin conocer a su primer nieto. Era su destino. La última parada. A veces pienso que mi tren va demasiado deprisa.
Este verano, extrañamente, no hay hormigas en mi casa. El verano pasado sí las hubo.
Tuve que colocar estratégicamente trampillas envenenadas; y, aun así, ellas siguieron desfilando, acumulando alimentos para el invierno, que es lo que tengo entendido que hacen. Quizá el veneno haya hecho su efecto, o quizá el cambio climático, ya que este último invierno apenas hizo frío. Pero ¿qué veo?; no, están junto al tarro de la miel. Y hay muchas, demasiadas. Debo proceder a golpearlas con la palma de la mano. Pobres hormigas, tan indefensas. Deberían ayudarme a pagar la hipoteca, o la luz. Ellas saben donde está el dinero que el antiguo propietario, antes de morir, ocultó.
La ducha debe durar el tiempo exacto de una canción, a lo sumo dos, si son breves.
Mientras mido la temperatura del agua con el dedo gordo del pie voy eligiendo 'Shine on you crazy diamond', de Pink Floyd.
Aquel 19 de julio, las temperaturas alcanzaron récords. Justa y Rufina, tan solo con una mirada, supieron lo que hacer. Torso desnudo y abanico. Una joven presente, ante tan honesto movimiento, inmortalizó con su móvil el acto. Después se creo un revuelo mediático sin precedentes. Por primera vez en la historia, dos santas se desnudan. Dos santas. Ahora el museo no puede atender tanta visita.
Me acaban de despedir del trabajo por un error que antes había cometido la mayoría de mis compañeros y por el que me culparon a mí. Depresivo, me he puesto a comer recordando un refrán de mi padre, cuando un gorrión se posa sobre el manillar de mi bicicleta. Lo recibo con una sonrisa. Confiado, él.
Sorprendido, yo. Estoy a punto de terminar mi bocadillo. Al verlo cojo varias migas del pan que aún me queda, las hago bolitas diminutas y las coloco cerca del pájaro. Me extraña que no levante el vuelo. Comienza a picar las pequeñas delicias, la última la dejo en mi mano creyendo que no se atreverá a llegar a ella. Valiente, él. Feliz, yo. Siento sus patas en mis dedos, el pico sobre la palma. Acaba dando saltos hasta llegar a mi brazo. Levanta la cabeza y con el índice acaricio su capirote gris.
Mi hermana había fallecido. Busqué su móvil con la intención de darlo de baja pero, como no lo encontraba, le hice una llamada para rastrearlo. Por poco me da un infarto cuando mi hermana descolgó. Estuve charlando con ella durante unas horas y me di cuenta de que no era consciente de su fallecimiento. Yo no tenía claro qué debía hacer: ¿contárselo o esperar a que ella misma cayera en la cuenta?
Me puse en su lugar y llegué a la conclusión de que, si me ocurriera lo mismo, me gustaría saberlo. Al día siguiente, cuando nos despedimos de nuestra charla telefónica diaria, le comenté que le iba a enviar una foto por wasap. Pensé que la mejor forma de contárselo era haciéndome un selfie junto a su tumba. Al poco rato, mi hermana también me envió una foto: era un selfie de ella junto a la mía.
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