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Domingo, 13 de agosto 2023, 00:04
Los líderes mundiales, acérrimos negacionistas del cambio climático, hubieron de admitirlo cuando los más eminentes científicos de esta generación pusieron ante sus ojos la prueba irrefutable.
Al principio les resultó ininteligible lo que decía entre estornudos el caballero de piel acuosa y ojos nínficos. Hasta que consiguieron descifrar las dos únicas palabras que pronunciaba: «teléfono» y «casa», no cayeron en la cuenta de que tan repetitivo ponente era el marciano archivado en el sótano y conservado por criogenización, que se les había descongelado.
No podía saber, pero sabía que caminaba por la planicie roja del planeta Marte. Y sabía, sin saberlo, que el altísimo porcentaje de dióxido de carbono en la atmósfera la hacía irrespirable, aunque podía andar sin fatiga, asombrado y ligero, por un desierto rojizo tallado en basalto, gozando de una temperatura ideal y un suave viento que no frenaba mis pasos. La niebla que cerraba el horizonte no me impidió ver la silueta humanoide que se aproximaba. No era, como en las imágenes fantásticas que recordé súbitamente, una figura delgada y alta, sino gruesa y chaparra. Vino a mí, tendiéndome una mano de dedos elusivos, y dijo: Bienvenido, me llamo Ray Bradbury. Lo entendí perfectamente, pese a que habló en inglés y con voz ronca y confusa. Luego, sin más, desapareció en la neblina. Quise defenderme de tanto despropósito afirmando: «Es un sueño».
Pero no lo era.
Tres moscas no dejan de posarse sobre mi comida. No hago caso porque me encanta el gazpacho. Al momento advierto que mi cuerpo se convulsiona y se metamorfosea, al tiempo que mi mujer me aplasta contundentemente con el matamoscas.
Apostado en un cuaderno cada vez más grande, acabó por engrosar su tamaño con papeles sueltos y una letra que se hacía cada vez más y más pequeña. Ya nadie entendía aquellos signos imperceptibles, incluso él mismo se sorprendía leyendo páginas en blanco. Alcanzó una actividad tan frenética que dejó de comer. Sus barbas le crecieron, la barriga le menguó y sus piernas perdieron la fuerza que habían tenido en otros tiempos. Entonces empezó a leer el futuro en aquellas páginas vacías. Quiso liberarse de su propio destino, pero para entonces por sus venas no corría sangre sino tinta, sus dedos se habían convertido en bolígrafos y su piel en papel. Por las noches, cuando dormía, escribía sobre sí signos extraños que al día siguiente no alcanzaba a descifrar. Ojalá nunca hubiera empezado esta pesadilla, pero ya es tarde, ya es demasiado tarde.
Tengo una ensalada de caos en mi cabeza. Y no me la quiero comer.
Desde niña estuvo fascinada por la geometría, y disfrutaba jugando con las formas. Su vida fue geométrica desde su infancia, cuando formó parte de un hexágono con sus padres y hermanos, hasta que sus padres se separaron y el hexágono se dividió en dos trapecios distantes. En su adolescencia, se sintió como un punto aislado en el instituto, para después crecer convirtiéndose en una recta, pero paralela a las demás, porque no tenían ningún punto en común.
Hasta que por fin conoció el amor cuando coincidió perpendicularmente con otra recta. Pero ese amor se diluyó cuando irrumpió en su vida otra pareja, que con su marido formaron un triángulo amoroso y ella quedó relegada a la nada, a ser el cuarto lado de un triángulo. Después buscó otros ángulos complementarios, hasta que llegó a la conclusión de que estaba mejor siendo un ángulo completo, sin necesitar a nadie.
La ola de calor desnudó a la ciudad. Sus habitantes se refugiaron en la playa para poder combatir la ola de insomnio que produjeron esas temperaturas extremas. Hasta el mar huyó buscando tierras más frescas; se retiró tanto, tanto, que salvó a los tripulantes de la patera a la deriva.
Es verano y todos los días en la playa el paisaje despierta en calma. Son las 10:00 de la mañana y disfruto de nadie alrededor, paseando entre el silencio y el ligero murmullo de la orilla. Después me baño en el mar abandonando el cuerpo al ritmo suave de la marea que no quiere molestar, y casi me rozan dos pececillos que pasean tranquilos. Los miro, felices.
Después, tumbada al sol comento que, como mi madre hacía, muchas mujeres llegarán más tarde ya tranquilas, cuando terminen sus labores y dejen hecho el sofrito. Aquí siempre fue: «Primero la obligación y después la devoción».
Desde la arena, tibia todavía, miro a lo lejos la ciudad mientras escuchamos el cascabeleo de olitas que rompen traviesas queriendo alcanzarnos.
Le digo: Pablo, es el «sofrito's time, y reímos encantados…
Y una mañana gris la aspiradora enloqueció de repente y devoró la moqueta, los muebles, las lámparas, al perro, al gato y a nosotros mismos. Desde entonces, vivimos todos en el interior de su panza rodeados de paredes polvorientas. Por supuesto, la vida no ha vuelto a ser lo que era.
¿Mamá, qué hago contigo?
Me arranco los años para dártelos, solo porque tú me los distes todos.
Marengo, ayer saliste a faenar. Las familias, todavía bajo los efectos del tinto de verano, recogían los bártulos, los restos de sandía. Los chiquillos, colorados tras el día de sol, apuraban el último baño luchando contra las olas.
Al regresar te sorprende el silencio de la playa. Las parejas miran sus pantallas sin dirigirse la palabra. Los niños, bajo la sombrilla, murmuran a sus auriculares con los ojos fijos en las máquinas. Vuelves hoy, pescador.
Mi casa es ideal. Un pequeño agujero, oculto para ellos. Por las noches me embriaga el aroma que desprenden los contenedores colocados justo delante, como un majestuoso pórtico. La basura recién sacada de la cocina del restaurante de al lado, me proporciona alimento cada día. No puedo entender cómo los humanos pueden desperdiciar toda esta suculenta comida.
Desde mi casa, puedo oler un delicioso trozo de entrecot, casi crudo, sin duda lo pidió una persona de esas que llaman gourmet. Después de una gloriosa y empinada carrera, salto hacia él . Mientras disfruto de la cena, de repente, recibo el impacto de una bolsa de basura que apesta. Medio mareada y dolida por el golpe, rasgo la bolsa, el hedor me produce nauseas. Hay un cuerpo humano en estado de descomposición, una mujer troceada a golpe de hacha. Humanos, eso son, unos humanos.
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