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Viernes, 4 de agosto 2023, 00:19
No son tan amables como yo, pero a la vista está que les va mejor que a mí.
Vuelvo a sonreír al enésimo cliente del día, aguantando el chaparrón de la queja, mientras pienso qué serie voy a ver esta noche cuando llegue a casa.
Por el rabillo del ojo, veo a mis compañeros, que consultan el móvil, ociosos.
Y otra vez preguntan por mí en la tienda. Trato de elevar las comisuras de los labios y ensayo la enésima sonrisa del día.
La sintonía de la gala y aplausos del público anunciaron el momento cumbre, culminación de un año de duro trabajo de preparación del papel e interminables jornadas de rodaje. La butaca le pareció enorme. Recitaron los nominados en la categoría de mejor actor principal. Marta apretó su mano sudada. Jara Linares, sobrevalorada actriz, abrió el sobre y leyó con exagerada emoción: Y el ganador es Rafael Santini por 'Un segundo de felicidad'. El auditorio estalló en una atronadora ovación. Rafa se levantó de forma pausada. Dio un beso a Marta en la mejilla y descendió las escaleras con parsimonia real. Sobre la tarima, saludó a los anfitriones y recogió el galardón, para depositarlo junto al micrófono. Aclaró la voz y en un tono neutro pronunció: Gracias a la señora de la quinta fila que con su extravagante pamela pistacho me ha alegrado la velada. ¡Buenas noches!
El día que me pusieron la soga al cuello, yo era cajera en una vieja imprenta de novela negra. Estaba al frente de la caja baja cuando un río de sangre la desbordó y me vi arrastrada por un torrente de crímenes y testimonios. Mi casa se inundó. Y, con la sangre, entraron las letras. Las letras me ahogaban. Había muchas que atender y que encauzar; sin embargo, esa era ya mi historia, así que las pagué todas juntas con la misma moneda que utilizan autores y asesinos: el pellejo.
No había sido la primera vez. Pero ahora había sobrepasado la línea.
En su mirada reflejaba todo el horror que había presenciado. Sobrecogido, sus ojos bailaban sin parar moviéndose de un lado para otro. Su corazón cabalgaba desbocado, a punto de salirse por el pecho. Escondido bajo la cama, en su habitación, sufría por su vida pero temía más por la de su madre.
Desde que tengo turno de noche apenas coincidimos en casa. Yo creo que a ella le es indiferente, ya antes de que me cambiasen el turno nuestro distanciamiento había comenzado a ser algo notorio. Si yo entraba en la cocina, ella se iba al salón; si yo me sentaba en el salón a ver televisión, ya no venía a acurrucarse en mi regazo ronroneando mimosa. Ahora antes de irme a trabajar me limito a dejarle su cuenco de leche y cambiarle la arena.
Creo que yo aún la sigo queriendo.
Sada, 13 de febrero de 2011
5:15 de la madrugada, enciende la radio mientras se toma con deleite y parsimonia un café cargado y humeante. De fondo escucha hablar de la subida de los precios, nuevas violaciones en grupo, disputas entre partidos políticos, incendios, diluvios, avalanchas humanas… más de lo mismo, desde bien temprano y para todo el día. Aún sin acabar su taza, se encamina al baño, cepilla y trenza su pelo, mientras va planificando su quehacer para hoy.
5: 40 horas, sale de casa, sin saber que nunca más volvería, que sería la última vez que acariciaría a su gato justo antes de salir, que ese beso sería el último que depositaría en la mejilla de su hija plácidamente dormida y que ese pósit que escribió precipitadamente y colocó sobre la nevera, sería la única pista que, durante años investigadores de varias nacionalidades, estudiarían con detenimiento, trazo a trazo, intentando dilucidar lo sucedido.
Estamos en paz. O al menos así lo creo yo. Ella se casó con el amor de mi vida y yo, como no lo supero, sigo quedando con él. El problema es que ella es mi hermana.
Últimamente en las reuniones familiares, la noto muy arisca. Yo creo que intuye algo. Acabo de ser madre, y ella cada vez que mira a mi bebé exclama: «Los ojos de este niño me resultan familiares». Yo callo y miro con ternura a mi hijo que es igualito a su padre.
Los dos fingimos no darnos cuenta, pero nuestra relación se ha convertido en algo monótono y gris. Desde su operación de cadera vivimos en un bucle previsible: nos despertamos, ella se toma un café con magdalenas, damos un paseo, comemos y vemos el telediario, un segundo paseo, cenar y a dormir. En ese orden exacto. Cada día.
Me asfixia pensar que nunca volveremos a ser lo que una vez fuimos. Saber que todo es aburrido y, aun así, empeorará.
Por eso hoy me alejo de ella. Me escapo sin decirle adiós. La oigo gritar mi nombre y la imagino apoyada con desconsuelo en su bastón, pero decido no mirar atrás y sigo calle abajo. Deprisa. Ladrando de felicidad. Sintiendo en mi hocico el olor de la libertad.
Lo he buscado todo el fin de semana. He releído todos los microrrelatos, uno a uno, despacio, varias veces.
Los ojos se me arrasaron de lágrimas. No, definitivamente, no estaba entre ellos. Me derrumbé sobre mi silla, apoyé los codos sobre el tablero de la mesa y hundí las mejillas entre las palmas de las manos. No sé cuánto tiempo pasé así, pero cuando conseguí fijar la mirada, seca y atónita, me aseguré de que sí, de que allí estaba, insultantemente vacío de letras y desnudo de vida.
Aquel folio en blanco, buscador de palabras, me esperaba impaciente. Logro controlar ese llanto inoportuno, le sonrío con un guiño de complicidad, ordeno mis ideas y comienzo a vestirle de historias húmedas, abrazándole rotunda con mis sueños.
Ahora sí, ahora le buscaré ansiosa, con la seguridad ilusionante de encontrarle.
Las que miran distraídas su propia vida y dejan que los monstruos se apropien de sus sueños. Las que desatan palabras sucias sabiendo que duelen como dientes cariados. Las que presumen de saber lo que jamás sabrán de ellos mismos. Las que tiran sus recuerdos en la cuneta para nunca volver a encontrarlos. Las que caminan detrás, delante o de lado pero nunca en su propio centro. Las que se vuelven tan adultas que llenan sus días de muecas y grietas imborrables. Las que no buscan el aire, las que no escriben en el agua, las que no aprietan la tierra, las que no esculpen el fuego. Las que no dejan que tiemble su estructura y se pierden de vista para siempre. Huyo de las personas como tú y como yo.
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