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Sábado, 12 de agosto 2023, 01:29
Con el aroma del café pongo las noticias en la tele.
Una seria formación de ciudadanos sostienen un !BASTA YA!. Han asesinado una madre.
Ahora veo una patera vacía y un bebé sin vida que la marea ha depositado en la orilla.
Ucrania igual que ayer, juguetes rotos en los escombros.
Mis hijos de 4 y 7 años entran despertando la cocina, la varita mágica pone a pokemon en la tele.
Esta caja que parece reloj, no es un reloj. No marca ninguna hora, a pesar de ese cansino tic tac. Esta cifra que se aprecia en la parte frontal -cuatro mil trescientos ochenta-, mañana cambiará. Va en cuenta regresiva. Son los días que me quedan de vida. Nunca había encontrado una máquina más inútil y espeluznante; yo no la activé, y ni siquiera sé cómo llegó aquí. Supongo que fue el regalo cruel de alguien que me quiere tener angustiado, y luego tres metros bajo tierra. A veces me parece graciosa: es una bomba de tiempo que solo estallará dentro de mí. Mañana la cifra será cuatro mil trescientos setenta y nueve, repasaré cada número desayunando cereal, mirando de reojo el arma que he dejado en la mesita junto al teléfono que nunca suena. Larga espera me queda hasta la llegada del día cero.
Enmarcado su coche en mi retrovisor. Idéntica velocidad, aceleración y trayectoria. ¿Por qué corría hacia mi cuando me alejaba? En cada curva lo buscaba; que en el aburrido paisaje, se me hacía emocionante adivinar quién pilotaba aquella berlina negra de lunas tintadas. Un juego seductor de acercamientos y adelantamientos que duró muchos kilómetros. Seguía la música en mi coche con una coreografía cervical muy ochentera, aún lo recuerdo. ¡Qué cortos se me hicieron aquellos trescientos kilómetros! ¡Qué vértigo sentía en el estómago!
Luego, enmarcado en mi retrovisor, el lago de Enol.
Mientras chirrían tus arrugadas costuras de bronce, recuerdo con dulzura, mientras una sonrisa ilumina mi cara, el día que llegaste a mi vida.
Fue la mañana de un día de Reyes. No me hiciste mucha ilusión porque me pareciste un regalo anticuado y cursi. Gracias a Dios, capté el mensaje antes de dejarte de lado con indiferencia. La diminuta bailarina de tutú rosa, daba vueltas al son de una música maravillosa, la favorita de mi madre. Fue idea suya y contigo, sin palabras, me hizo sentir amada y especial. Un abrazo de oso fue mi respuesta.
Su piel, suave y rugosa, me invita a tocarlo. Tiene el punto justo de dureza y madurez. Imagino su interior levemente dulce y suave.
Al principio no me gustó. Demasiado insípido. Lo probé fuera de temporada.
Demasiado joven para mí. Un poco verde, quizás.
Días más tarde nuestras miradas coincidieron de nuevo. Flirteamos. Había madurado. No pude evitar acariciarlo. Me cautivó. Lo confieso. El ansia de probarlo me invitó a llevarlo a casa..Pensé en una cena romántica, unas velas, música relajante, un baño... Gula y lujuria aseguradas.
Pero todo ocurrió en la cocina. Lo deseaba tanto que lo caté en la encimera. En un imperioso y sádico arrebato lo abrí por la mitad, le retiré la piel en pequeñas tiras, le puse miel...
Me deleité ávidamente con su textura y sabor mientras imaginaba formas alternativas de degustarlo de nuevo.
Estoy atrapada, estoy prisionera, vivo en una cárcel, en una jaula. Añoro mis años de juventud en los que caminaba y corría libremente. Pero mi cárcel no tiene muros, ni barrotes, ni cerrojos de hierro. Desgraciadamente, estoy aprisionada en mi propio cuerpo, que se ha convertido en mi cárcel. Mis frágiles huesos se han transformado en infranqueables barrotes, mis pies parece que llevan unas pesadas cadenas con una enorme bola de hierro que me impiden moverme. Mis débiles piernas son mis carceleras, las que me niegan la libertad de movimientos, pero tengo un resquicio de salida: aún tengo mi cerebro activo, rebosante de ideas por escribir y de imaginarios viajes por inventar, aunque no los pueda caminar.
- ¿Ves esas grietas alargadas que recorren el techo? Mi abuelo me explicó que son las líneas de vida de los que viven en esta casa. Aquella tan larga de la izquierda es la suya. ¿Ves cómo se quiebra al fondo como si le hubieran dado un tajo? Tu bisabuelo vivió ochenta y cuatro años y se murió de viejo en esta misma cama. La de su derecha es la de mi padre, tu abuelo, que vivió noventa y dos y también apareció cortada cuando volvimos el verano pasado.
- ¿Cuál es la tuya, papá?
- La mía es aquella. Como ves es más corta ya que sólo tengo cincuenta años.
Y la tuya es aquella pequeña junto a la ventana. Todavía te queda mucho por vivir…
Un siniestro crujido retumbó en la siesta y un trozo de yeso cayó sobre la cama cortando la tercera grieta.
-Papá. ¡Papá! ¡Papá!
Hoy estaba dispuesto a hacerlo. Se armaría de valor para contradecir a sus padres. A sus 10 años ya cuestionaba muchas de las cosas que le decían ellos, sus maestros y el cura. Su espíritu indómito empezaba a aflorar.
Fue andando despacio, sintiendo la humedad en sus pies y en su cabeza borboteaba el miedo a un castigo, pero sobre todo a que sus padres tuvieran razón y fuese una decisión fatal. Con el agua por la rodilla estuvo a punto de volverse.
Un último impulso de valor y rebeldía le hizo dar una carrera y tirarse de cabeza al agua, cuando aún no había pasado ni media hora desde que se había comido el filete empanado, los huevos duros y los sándwich de atún con lechuga y mayonesa que su madre preparaba para el día de playa, y que ahora gritaba asustada desde la orilla.
El mensaje de whatsapp me dejó intranquilo. Mientras lo analizaba, una llamada inesperada interrumpió mis pensamientos.
—¿Es usted familiar de Laura?—me preguntó a bocajarro el agente de policía.
—Soy su prometido—acerté a decir con un hilo de voz—. ¿Qué le ha pasado?.
—El marido de la fallecida acaba de hacerse cargo de su cadáver—me espetó con frialdad el comisario—. El caso está bajo secreto de sumario.
Soñé que te partía en dos con una espada láser en un corte limpio, sin sangre.
Tu mirada amenazadora se vaciaba hasta quedar congelada.
Al despertar comprobé, inquieta, que seguías de una pieza a mi lado.
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