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Jueves, 24 de agosto 2023, 23:35
La ratita de mi jardín es un magnífico ejemplo de libertad bien comprendida. Mediano tamaño, armónicas proporciones, ojos vivos, paso ligero pero elegante, cuerpo flexible y elástico, piel sedosa al tacto y de un encantador color gris amanecer. Una simpatica belleza salvaje. La muerte violenta, tiempo ha, de una antepasada suya de visita en nuestro almendro, nos llenó de pena y remordimiento, y prometimos tratar con respeto a sus descendientes, si los hubiera. Los había, y siempre se han comportado con una perfecta elegancia. Nunca ha aparecido más de una por verano, paseando discretamente por nuestro emparrado, y nos saluda cortés –aunque brevemente– antes de desaparecer yendo a sus asuntos en los vecinos jardines. Decididamente vegetariana, muestra una modernidad y una educación envidiables, que hacen honor a este pueblo de tanta tradición e importancia histórica.
La mayor parte de la semana no era, esperaba. Viernes, repetía en su cabeza con anhelo, y entonces aparecían las palpitaciones, las manos le sudaban, su corazón latía feliz, sin duda eso era sentir mariposas en el estómago, estaba enamorada. No era la situación ideal para una pareja de enamorados, pero se había propuesto que la distancia no fuera el olvido. Si alguna ventaja tenía la situación para María era que podía planificar los detalles para su encuentro semanal, la cena, la mesa, las velas, elegía el vino con más cuidado que su vestido. Cada encuentro solo tenía un inconveniente, María, los martes tenía que madrugar, una lástima que Viernes solo librara los lunes por la noche.
Lo arreglo con pañuelos y pelucas. Paso horas innumerables, tratando de amoldar mi físico nuevo a los cánones de esta sociedad extraña, me dicen que es importante aumentar mi autoestima para sanar antes porque se produce una interacción entre lo físico y lo psicológico. Me dibujo las cejas, necesito comunicarme con alguien. Cuando en el autobús me ceden el sitio con un mal disimulado gesto de compasión pienso en los infinitos paisajes grabados en mi memoria, siento que ya lo conozco todo en esta vida, estoy preparada para dar el paso. ¡Misión cumplida! Establezco conexión con la base para decir que los terrícolas son una raza primitiva, tan absortos en sus ideas preconcebidas que mi verdadera naturaleza de visitante pasa desapercibida, seguirán pensando que soy una enferma, también aseguran que en Marte no queda resto alguno de vida.
¡Alerta Planeta Rojo nos preparamos para la invasión!
é que maté a un hombre en Bombay y también que lo merecía. Por ello la justicia me busca, sigo corriendo y me agoto en la escapatoria. Tras derramar la sangre, el mundo es oscuro y apenas veo. Por fin toqué un metal, y luego otro parecido: no eran lanzas, por lo que lo juzgué una valla de jardín. Encontré con las manos el portón, y tras tantear abracé una torre espaciosa, de ladrillo. Me fue dado subir por unas escaleras, hasta que la energía casi me abandonó. Al llegar a lo alto una gran luz iluminó un cadáver: el de aquel hombre, corroído por las alimañas. Abajo esperaba la policía. Creí ver lo divertido que les resultaba encontrarme. Era una torre parsi. Sobre mí aleteaban, torpemente, los buitres.
Insertó el marcapáginas delante del último capítulo, Apocalipsis final; y apagó la luz. Aún no había amanecido. Un forcejeo en el pomo le hizo dar un salto en la cama y agarrar el libro; lo primero que encontró para protegerse. La puerta se abrió lentamente. Tenía que ser una pesadilla... Uno de los personajes había salido de la historia y arrastraba los pies por su habitación. Era una figura desgarbada, decrépita, con un fuerte olor a putrefacción, que se dirigía hacia ella. Unos dedos gélidos tocaron la mano con la que amarraba su escudo de papel. Con una voz de ultratumba, el zombi le susurró en la oreja: «Tranquila, mamá, soy yo. Ya estoy en casa». Suspiró aliviada. Cada fin de semana la misma historia... Y el mismo susto de muerte.
Había llegado el día, por fin iba a tener una cita con el chico de la sonrisa bonita. A mis 15 años, todas mis amigas ya habían sido invitadas y yo era la única que seguía a la espera, hasta que apareció él.
Estaba tan nerviosa que dudaba que ponerme, yo solo quería impresionarle. Al final me decidí por ese vestido que se ceñía a mi cintura y un collar de perlas brillantes. No pude evitar tararear 'Te Quiero Te Quiero' de Nino Bravo y dar vueltas por mi habitación suspirando como sería un beso suyo.
Recordé que había olvidado rizarme las pestañas, así que corrí al baño, mi corazón iba a mil, en poco tiempo llegaría a recogerme. Al mirarme en el espejo me sorprendí, en el reflejo no había una niña de 15 años como yo recordaba, sino que una señora mayor me miraba asustada.
El niño miró la pecera y se quedó admirado de los peces de colores. Eran brillantes y luminosos y de colores imposibles. Así estuvo un rato, mirándolos embelesado, con los ojos muy abiertos y la boca sin cerrar. Pero pasado un tiempo empezó a pensar que los peces de colores debían de estar muy aburridos, siempre dando vueltas en la misma pecera, sin apenas espacio, recorriendo siempre el mismo camino, de arriba abajo y de lado a lado, de arriba abajo y de lado a lado. Lástima de peces. Pensó que era como tener prisionera la belleza. El niño todavía era un niño, así que decidió actuar con osadía: rompió el acuario y dejó que los peces deambularan a su antojo por el piso. Miró el suelo y se quedó admirado del reguero de peces muertos: eran brillantes y luminosos y de colores imposibles.
Mientras desayuno leo el SUR, esta vez desde la terraza del bar. Es temprano, las tribus ocultas todavía sueñan con ovejas metálicas. Frente a mí, a lo lejos, observo a un hombre asomado a un balcón. El hombre en el balcón suena a distopía de P. K. Dick. Nuestro protagonista es un varón menudo y se está fumando un pitillo mientras exhibe su torso velludo y canoso. Nuestro hombre se pone a mirar el móvil y empieza a teclearlo mientras creo que me observa. Fantaseo en lo que puede estar escribiendo; a lo mejor está empezando un cuento sobre un tipo que desayuna frente a él mientras lo contempla. Veo palomas picotear restos de pan a mi alrededor. Vuelvo a mirar y el hombre ya no está; quizás nunca estuvo y haya sido fruto de mi imaginación. Termino mi desayuno y dejo el periódico sin avanzar de la sección Microrrelatos.
La página en blanco le produce náuseas, hasta que una idea revolotea a su alrededor, la atrapa sin dilación. El germen de la historia es el de un piloto de avión comercial que, encarcelado, reflexiona sobre los motivos que le llevaron a delinquir. El autor no puede parar de escribir, necesita plasmar el signo del punto final. Pero su vejiga no entiende de premuras emocionales y exige protagonismo. A la vuelta, el folio donde el texto tomaba forma ha desaparecido. Instintivamente se asoma a la ventana, y a lo lejos aún puede apreciar la hoja que, en forma de avión, vuela en busca de la libertad.
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