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Ni en nuestros peores sueños nos hubiéramos imaginado un año así, pero llegó sin preguntar si estábamos preparados y cada uno lo ha llevado como ha podido. Quien más y quien menos ha pasado por la negación (parecía al principio que iba a ser otro ... susto sin consecuencias, aunque algunos se quedaron anclados en esa fase cuando ya había miles de muertos), la incredulidad y la sensación de irrealidad de las calles vacías y las casas llenas, el horror de las muertes y los hospitales de campaña, y los aplausos a los sanitarios, seguidos de la indignación por el colapso de la atención primaria. Llegaron también el teletrabajo y la televida, las críticas al Gobierno cuando parecía que éramos los únicos que pecamos de imprevisión y que había países que lo hacían bien y se libraban, la sensación de recuperar (un poquito) nuestra vida de antes en verano, la llegada de la segunda ola, que ha tenido más muertos, pero nos ha pillado más cansados y menos sensibles al sufrimiento, y las nuevas restricciones con el objetivo de 'salvar la Navidad', como si poder vivir estos días en el espejismo de que no hay una pandemia fuera más importante que salvar la vida hasta que llegue la vacuna.
Nos han confinado y obligado a estar en casa, en familia, sin quedar con los amigos ni ir de bares. Castigados sin conciertos, ni fútbol, ni cine, ni viajes. El teletrabajo, que parecía la llave mágica para conseguir la conciliación, no resultaba nada apetecible cuando era obligatorio.
Nos vendieron que había una solución política a esta crisis y luego nos dimos cuenta de que la salida de una pandemia tiene que ser necesariamente científica. Naturalmente que hacen falta directrices de gobierno para aguantar mientras tanto y para reactivar la economía después, pero tampoco sirven de nada sin la responsabilidad individual y la colaboración de todos:nos necesitamos unos a otros, una perspectiva interesante para un mundo cada vez más individualista, más dividido y polarizado.
Hasta se ha producido un hecho inaudito: a las distintas administraciones no les ha quedado más remedio que colaborar, en lugar de limitarse a tirarse los trastos a la cabeza unas a otras, porque había algo urgente que no admitía quedarse en declaraciones de reparto de culpas. Había que pasar a la acción y cada uno tenía que asumir sus responsabilidades.
Esa necesaria cooperación es una lección interesante para el futuro. Pero mucho me temo que no la hemos aprendido. De ésta vamos a a salir más pobres, pero no más preparados para afrontar lo que venga.
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