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Hace justo un año, Málaga era un destino bullicio, con un crecimiento imparable y miles de negocios llenos de vida. Por aquel entonces, las tiendas, ... bares y restaurantes vivían uno de sus mejores momentos históricos y hacían caja como nunca, en parte por ese gran impulso turístico, en parte por la imagen que se ha ganado la provincia durante los últimos años. Pero hace justo un año nadie imaginaba que todo iba a cambiar de la noche a la mañana y que una pandemia mundial iba a encargarse de hundir por completo la actividad empresarial de Málaga; hasta el punto de convertir el año en dramático para el comercio y la hostelería.
El coronavirus ha golpeado de forma decisiva a ambos sectores durante nueve de los doce meses que ha durado el año y ha provocado el cierre prematuro de cientos de negocios, sobre todo en los municipios más turísticos. Según sus estimaciones, el Covid se ha llevado por delante entre un 10% y un 20% de los comercios, y entre un 20% y un 30% de los bares, restaurantes y establecimientos hosteleros. Es más, a tenor de los datos que maneja la Cámara de Comercio, la pandemia ha podido provocar la desaparición de unas 30.000 empresas en Málaga, sobre todo vinculadas al sector servicios.
Pero no sólo han sido cierres. Sin llegar a esta situación tan extrema, los negocios que han logrado resistir a esta marejada sanitaria y económica, acumulan pérdidas millonarias que les hace peligrar en un futuro inmediato. El cierre obligado durante más de dos meses, la reducción del número de visitantes y la cancelación de todos los grandes eventos (Semana Santa, Feria y Navidad) han impactado de forma directa en las cuentas de resultados de todas las empresas, que reseñan pérdidas de más del 50% en el global de todo el año.
Estas consecuencias –dramáticas para cualquier negocio que se precie– ha provocado que empresarios de todos los sectores se hayan desgañitado durante todo el año reclamando unas ayudas públicas que no han terminado de llegar. Tanto comerciantes como hosteleros han reivindicado en numerosas ocasiones que se rescate al sector y se les concedan ayudas públicas para hacer frente a las pérdidas y a los gastos fijos (hipoteca, alquiler, luz, agua, tasas...). Pero la lenta burocracia de todas las administraciones ha convertido en imposible que se entreguen en tiempo y forma.
El comercio y la hostelería, como toda la población, ha sufrido dos estados de alarma. Y desde que se decretó el primero, el pasado 14 de marzo, ambos sectores han ido renqueando entre restricciones, limitaciones de aforo y horario y toques de queda. En este panorama general, los únicos que han logrado resistir el impacto de la crisis han sido los negocios de alimentación, que han mantenido las ventas e incluso incrementado su facturación como consecuencia de que los ciudadanos pasan ahora más tiempo en casa que en la calle, y por ende, consumiendo.
Por aquellos días de marzo, los supermercados vivieron días frenéticos, ya que los ciudadanos se lanzaron en masa a hacer la compra ante el temor de que se acabaran los productos de primera necesidad, algo que no ocurrió en ningún momento. Dicha forma de actuar obligó incluso a los distribuidores y a las propias administraciones a lanzar mensajes de calma, ya que los alimentos no iban a faltar bajo ninguna circunstancia. Tanto los supermercados como las empresas distribuidoras y productores fueron considerados servicio de primera necesidad y no tuvieron que convivir con las limitaciones del resto.
En un primer momento se decretó el confinamiento de la población y el cierre de todos los negocios no esenciales. Este primer impacto duró hasta el 4 de mayo, fecha en la que Málaga entró en la fase cero de la desescalada (de las tres que hubo) y se permitió la apertura de los comercios, siempre bajo cita previa y con importantes restricciones en cuanto al aforo y a la desinfección de los mostradores, probadores o percheros. Fueron días muy complicados y la apertura fue escalonada, ya que los clientes aún tenían miedo de salir a la calle y apenas se realizaron ventas.
En cuanto a la hostelería, durante la fase cero se permitió la apertura de restaurantes y cafeterías con entrega para llevar, lo que animó a muchos establecimientos a readaptar sus cartas y comenzar a distribuir comidas a domicilio. Aunque no fueron mayoría, algunos de ellos han continuado haciéndolo a lo largo de los meses hasta el punto de incluirlo ya como un servicio añadido.
El siguiente hito en este año dramático se produjo el 18 de mayo, fecha en la que Málaga pasó a la fase 1 y se autorizó la apertura generalizada de todos los comercios (salvo los ubicados en centros comerciales) y que los restaurantes comenzaran a servir en las terrazas. Como ocurrió en la fase anterior, los establecimientos fueron recuperando la actividad de forma paulatina, y durante esa primera semana apenas abrió la mitad de los comercios y menos del 20% de los negocios de hostelería, que consideraban excesivas las restricciones para volver a trabajar.
Avanzando en el calendario, el 1 de junio fue una fecha especialmente importante para los centros comerciales, ya que el pase a la fase 2 les permitió volver a abrir sus puertas, aunque con un aforo máximo del 30% en las zonas comunes (que sólo podían utilizarse para ir de un negocio a otro) y del 40% en el interior de la tiendas.
La entrada en esta fase también supuso un soplo de aire fresco para los responsables de bares y restaurantes de la provincia, que empezaron a utilizar el interior de los establecimientos. En concreto, a los negocios de hostelería se les permitió ocupar el 50% del espacio interior y los mismos metros de terraza que hasta entonces, lo que animó a muchos profesionales y permitió la apertura de la mitad de los negocios de la provincia.
Por aquel entonces, los bares de copas y discotecas (que se han convertido en los auténticos apestados de esta pandemia) ya empezaron a mostrar su preocupación porque el Gobierno les había dejado fuera de la desescalada y aún no les había permitido abrir (ni siquiera en la fase 3, en la que ya se encontraban otras comunidades). De hecho, al sector del ocio nocturno sólo se le permitió abrir durante algunas semanas en verano y ha terminado el año con sus puertas cerradas.
La entrada a la fase 3 se produjo justo una semana después: el lunes 8 de junio, cuando se autorizó la movilidad entre provincias y comenzaron a llegar los primeros visitantes, lo que benefició al turismo, la hostelería y el comercio. En cuanto a los bares y restaurantes, una de las principales novedades fue que se les permitió a usar las barras siempre que los clientes guardaran una distancia de dos metros. Además, en este momento, la hostelería pudo ampliar al 75% el aforo de sus terrazas y al 50% el de su interior y supuso un importante desahogo para los empresarios de toda la provincia.
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La tan cacareada nueva normalidad se alcanzó el domingo 21 de junio con la finalización del primer estado de alarma y la llegada de los primeros turistas internacionales. Este hito ayudó a que tanto negocios de hostelería como comercios recuperaran gran parte de su actividad previa al coronavirus. Sin contar el inicio del año, los meses de verano permitieron que la provincia recuperara parte del negocio perdido. A pesar de las limitaciones, los malagueños y visitantes llenaron las tiendas y los bares en una clara demostración de lo que ansiaban la vida de antes.
El único 'pero' en todo este periodo fue la suspensión de la Feria de Málaga y las diferentes fiestas patronales a lo largo y ancho de la provincia, un hecho que que provocó un importante agujero en bares y restaurantes, negocios especializados en trajes de flamenca y entre el colectivo de feriantes. En el caso de estos últimos, el Ayuntamiento de Málaga trató de encontrar una parcela para que pudieran trabajar aunque fuera con limitaciones, pero finalmente no fue posible.
La alegría, sin embargo, no duró mucho para el sector productivo de Málaga. Después del verano comenzaron a repuntar los casos de coronavirus en la provincia y la Junta de Andalucía se vio obligada a activar de nuevo restricciones para contener la segunda ola del virus el 30 de octubre. Una vez más, las limitaciones afectaron de forma decisiva al comercio y a la hostelería, que se vieron obligados a cerrar antes y perdieron gran parte de sus clientes por el toque de queda y la prohibición de desplazarse.
A consecuencia de estas nuevas medidas, el comercio de la provincia reseñó pérdidas de hasta el 50% de su facturación en el inicio de la campaña navideña y los hosteleros incluso se echaron a la calle para reivindicar su derecho al trabajo. Los momentos más complejos se vivieron entre el 10 y el 23 de noviembre, periodo durante el cual todos los negocios considerados no esenciales estuvieron obligados a cerrar a las 18 horas, con el consiguiente daño a la incipiente campaña navideña.
Especialmente tenso fue el final de año para la hostelería, sobre todo por el plan de desescalada en dos fases para la campaña de Navidad. La Junta de Andalucía determinó que los negocios sólo podrían abrir hasta las 18 horas, en la primera fase, y entre las 20 y las 22.30 horas, en la segunda fase, lo que el sector consideró una «tomadura de pelo» y le llevó a pedir la dimisión del presidente de la Junta, Juanma Moreno, y manifestarse en la calle. Tras la presión las cafeterías lograron abrir en ese tramo horario, aunque sin servir bebidas alcohólicas.
A esta petición también se sumaron los empresarios de bares de copas y discotecas, que en esa época ya acumulaban nueve meses de pérdidas por el cierre obligado de sus establecimientos. En todos los casos, los empresarios reclamaban, además, ayudas económicas para lograr la supervivencia del sector, algo que no llegará hasta el próximo 2021. Un año que se espera sea mejor.
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