Cuentan los que están en primera línea de ayuda que en las colas de los necesitados nunca había existido un perfil tan heterogéneo: los excluidos de antes, los llamados 'trabajadores pobres', los que viven en el permanente filo de la navaja, los inmigrantes, las ... familias con hijos que contemplan con angustia el final de mes... Ahora, en esas colas también están los 'nuevos': los trabajadores que no han cobrado los ERTES, empresarios que han tenido que echar el cierre de sus negocios asfixiados por las restricciones y las deudas, familias de clase media que han agotado sus ahorros y que no tienen ni para el alquiler ni para llenar la nevera...
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«Antes ayudábamos a los pobres, ahora a nuestros vecinos».
El diagnóstico lo ponía sobre la mesa después de los meses más duros del confinamiento el director de Cáritas Diocesana en Málaga, Francisco José Sánchez Heras, que a día de hoy no sólo no ve que la situación vaya a mejor, sino que anuncia que «lo peor está por llegar». Para esa advertencia se preparan todas las ONG de la provincia, que desde marzo han redoblado sus esfuerzos para tratar de llegar a todo y a todos.
Pero no ha sido fácil: el estado de alarma, el cierre de servicios y la limitación de horarios, el confinamiento severo en los domicilios y la caída como en un tablero de fichas de dominó de los sistemas de protección que antes se pensaban infalibles han puesto en jaque a las organizaciones que prestan ayuda en la provincia y a prueba sus mecanismos para organizarse. En paralelo, una realidad que no han podido esquivar la mayoría: sostenidas tradicionalmente en sus grupos de voluntarios, muchos de ellos se vieron obligados a dar un paso atrás puesto que pertenecían a grupos de riesgo, en este caso a jubilados de más de 65 años que una vez terminada su vida laboral decidieron dedicarse a la ayuda desinteresada a través de su colaboración con entidades como Cáritas, Bancosol, economatos como el de la Fundación Corinto, la Fundación Harena o la Fundación Cudeca, por poner sólo algunos ejemplos.
En ese escenario extraordinario, la canalización de asistencia ha tenido que reinventarse: fue el caso de Cáritas, que puso en marcha campañas concretas de donaciones entre sus asociados y que hicieron de las nuevas tecnologías unos aliados imprescindibles para sortear las dificultades. Por ejemplo, con transferencias o ingresos vía Bizum de las cantidades específicas que necesitaba una familia para pagar el alquiler pendiente o los suministros; o con tarjetas de compra en los supermercados que, en paralelo, permitían que los demandantes de ayuda no fueran 'señalados', porque tal y como recuerda el propio Sánchez Heras «pedir ayuda, para el que no está acostumbrado, cuesta».
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Los números de esta institución dependiente de la Iglesia Católica confirman que, en efecto, han sido muchos los malagueños que se han visto obligados a dar ese primer paso en la petición de ayuda: Cáritas atendió en solo dos meses (del 15 de marzo al 15 de mayo) a 27.331 personas, 5.000 más que en todo el año 2019, con el teléfono «echando humo literalmente» y las más de 150 Cáritas parroquiales de la provincia permanentemente en línea a pesar del confinamiento.
Otro de los casos de eficacia a la hora de organizar la ayuda ha sido el de Bancosol: el gran banco de alimentos de Málaga ha sido capaz de dar respuesta, desde el pasado mes de marzo, a la crisis social que llegó casi al mismo tiempo que la sanitaria: miles de familias se vieron sin ningún recurso para subsistir de la noche a la mañana; y en lo más duro del confinamiento hubo picos de más de 58.000 usuarios directos en las 176 organizaciones a las que suministran alimentos.
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Estas cifras de máximos obligó a planificar al milímetro la estrategia para la gran cita solidaria que cada año, en torno a finales de noviembre, implica a cientos de voluntarios y a una buena parte de la ciudadanía malagueña: la Gran Recogida, que representa un enorme balón de oxígeno para el resto del año. En esta ocasión, también las nuevas tecnologías se pusieron al servicio de la solidaridad y los responsables de Bancosol organizaron la Gran Recogida en formato virtual. De los 700.000 euros que habían previsto para comprar más de un millón de kilos de alimentos, han superado una cota inédita: más de un millón de euros (1.002.625,81 euros) que permitirán dar soporte en lo básico a más de 50.000 personas.
Pero esas ayudas no sólo han llegado en el capítulo económico. También en el asistencial, con el ingente trabajo en red de decenas de asociaciones que se han servido de la teleasistencia para seguir dando soporte a los que se quedaron confinados en sus casas. Organizaciones como Proyecto Hombre, las relacionadas con mujeres maltratadas, los familiares de enfermos de alzhéimer o los colectivos que asisten a menores con necesidades especiales han dado lo mejor de sí para que el encierro haya sido, en la medida de lo posible, más llevadero.
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Si el confinamiento ha sido un auténtico reto para familias convencionales, más aún para aquellas en cuyo hogar hay un menor con necesidades especiales: los centros de día y los de atención temprana echaron el cierre obligados por el estado de alarma y se enfrentaron a la dificultad de tener que organizarse a través de la teleasistencia y sesiones de fisioterapia sólo en casos muy puntuales. El miedo de las familias a los contagios marcaron los primeros compases de la desescalada y la frenaron en seco de nuevo en los meses de verano, cuando ya se adivinaba la llegada de la segunda ola. Aún así, las asociaciones han seguido dando soporte en la distancia a cientos de familias malagueñas con las que no se cortó el cordón umbilical.
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