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Microrrelatos SUR III Premio Pablo Aranda: textos del 6 de agosto

Microrrelatos SUR III Premio Pablo Aranda: textos del 6 de agosto

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Domingo, 6 de agosto 2023, 00:13

  1. José Navarro Pérez

    El balón de Nivea

Ese era el inequívoco momento. Podrían pasar muchas cosas como punto de partida al larguísimo verano…pero ese era el inequívoco momento.

Un susurro lejano.

Todos expectantes, hasta que aparecía la avioneta.

«¡Por allí viene!» gritaba uno. Y corríamos, unos hacia el mar, otros en la orilla, abuelos, padres, niños… un guirigay para averiguar el lugar exacto en el que caería el deseado balón azul.

Descendía rasante… abría la compuerta y esa lluvia de balones tan deseada perfilaba la orilla.

Afortunados algunos, a veces veíamos perderse mar adentro con lánguida tristeza, esa esfera azul con grandes letras blancas.

Ese punto azul que se alejaba, y sin saberlo, era el punto de partida.

  1. Carmen María García Rojo

    Binomio Imposible

En la casa de Beaumont todo el mundo se paraba a fotografiarse. Sobre la pared encalada repleta de macetas azules color cian, se podía leer con anatomía tipográfica: Bésame en esta esquina de la casa de Beaumont. Nadie sabía quién era aquel tipo que convocaba a los viandantes y forasteros al acto fugaz o eterno de un beso.

Nos paramos y sonreímos. Decidí besarla mientras miraba de reojo nuestra imagen en la pantalla táctil del móvil. En el momento de pulsar el disparo, otro disparo más fuerte sonó. Observé que enfrente no había ventanas. En el lateral, solo una ventanita enrejada por la que se perfiló un contorno fantasmal. Ella se desvaneció en mis brazos. Desde entonces, cumplo mi fatal condena dando vueltas y vueltas al patio de una cárcel como peregrino sin destino preguntándome de quién era aquella sombra tras los cristales de la ventana de Beaumont.

  1. Iván Humanes Bespín

    Pececito

No es verdad que los tiburones prefieran la sal del mar al cloro. Ahora les ha dado por la propiedad privada. Eso sí, nuestro hijo nada sin parar en la piscina, sin temor a Pececito. Ya lleva así unos días, batiendo récords. Aspiramos a ganar algunas medallas olímpicas, queda claro.

-Sé una anguila, hijo- le gritamos desde el borde.

Los tres mil dientes de Pececito rozan las plantas de sus pies a la carrera. Con tanto entrenamiento el verano se pasa volando. Y es que no queda más remedio que aprovecharse del cambio climático.

  1. Merche Carrera

    La viuda

En el féretro abierto el difunto yace con su mejor traje: el de su boda. La viuda de luto riguroso con un pañuelo negro a la cabeza y un rosario en su mano derecha. Habla con el sepulturero de los detalles del entierro al lado de unos biombos de mimbre desplegados que mantienen al muerto a resguardo de los ojos que no quieran verlo. Al fondo, rodeadas de velas, las plañideras lloran desconsoladas, las mujeres del pueblo rezan sin levantar la vista al tiempo que los hombres fuman y charlan en la calle. No falta el aguardiente.

Atardece cuando el sepulturero y la viuda se miran cómplices. Uno por cada lado se esconden detrás del biombo y comienzan a besarse. El difunto es testigo de la pasión de su viuda.

  1. Luis Martínez Valcabado

    Tiempo de propina

Consciente vivía el tiempo de propina. Sus años, el deterioro físico se lo mostraban continuamente. Por su seguro de decesos, la familia sabía lo de su incineración, pero no sabía dónde poner sus cenizas.

El Mediterráneo, más paseado que bañado, era opción. Sonreía cuando recordaba la letra de carnaval gaditana que decía cuando alguien pescaba algo: «llévame para casa, dame un besito que soy tu abuelo».

Otro sería la carretera de Málaga a Alhaurín el Grande, con los niños esperando en la escuela. También el panteón familiar en el norte- ¡con tanto frío! - decía castañeando los dientes. Quizás en su piso, mientras su mujer viviera allí…La alternativa que más le gustaba.

Pasó lo que tenía que pasar. Su compungida viuda colocó, mimosamente, la urna de sus cenizas en lo alto del mueble del salón. Pensó muy sentida:

-Ahí estás. Junto al modem. ¡Con lo que te gustaba internet!

  1. Inés Torralba Arjona

    Asignatura Pendiente

Ofelia, la profesora de lengua y literatura había analizado las palabras poniendo los puntos sobre las íes y reconviniendo sustituir aquellos puntos suspensivos iniciales, por un punto y aparte.

Argimiro anhelaba ser un poeta, más que un profesor de matemáticas interino, pero sus esfuerzos resultaban vanos para despejar la incógnita que le reportara la solución exacta. Había sumado razones, multiplicado esperanzas, restado los inconvenientes y dividido su mente lógica para dejar espacio al amor. Sus sentimientos se elevaron al cubo cuando ella le citó en la biblioteca.

La profesora no quiso alargar el desenlace. Con una retórica precisa desterró la lírica y la épica de sus anteriores escarceos, sustituyendo el transitorio punto y aparte por punto final.

Argimiro, lógico y pragmático, desechó formular teorías o hipótesis para convencer a Ofelia. Se marchó pensando que lo que prometía ser un magnífico diagrama de Venn acaba de convertirse en un conjunto vacío.

  1. Victoria Sánchez Aranda

    Una de piratas

Cada noche se duerme leyendo un cuento de piratas, por eso a su madre no le importa encontrar su joyero a medio enterrar en cualquier maceta. Tampoco le molesta que desaparezca el mango de madera del plumero. Ni siquiera le enfada el descubrir agujeros del tamaño de la cuenca del ojo en sus camisetas negras. Pero las madrugadas en las que se despierta sobresaltada al grito de: «¡Al abordaje!», no las soporta. Esas noches entra en el dormitorio de su pequeña y, con suma delicadeza para no quebrarle el sueño, le retira el sable de corcho de la mano, el pañuelo anudado de la cabeza y la pata de palo atada a su pierna. Y es cuando se disgusta, y mucho, porque sabe que si deja secar los restos de ron, pólvora y salitre, a la mañana siguiente no habrá fuerza humana que logre desincrustarlos de las paredes.

  1. Lola Sanabria García

    En la calle

Aquel dibujo en el asfalto había captado a la perfección el movimiento. Una pierna doblada hacia atrás, como en el aire, y la otra tocando el suelo. Más que andar, corría. Y los brazos. El derecho con la mano abierta, como si quisiera agarrar una rama, o enlazar unos dedos amigos. El izquierdo hacia atrás, doblado por el codo, impulsando el cuerpo. Unos trazos de tiza que trascendían, de alguien que amaba a la humanidad. Podría haber sido una obra de arte, si no fuera porque enmarcaba una gran mancha roja y correspondía al perfil del cuerpo de una mujer recién asesinada.

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