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Hartazgo. Motivos socioeconómicos llevan a los hijos a vivir con sus padres hasta edad adulta. RC
La hora de abandonar el nido

La hora de abandonar el nido

Los jóvenes españoles son de los últimos en independizarse en Europa. El mercado laboral e inmobiliario no lo pone fácil, pero algunos se acomodan

Domingo, 3 de noviembre 2019, 16:55

No corren buenos tiempos para la juventud en España. Es, probablemente, la generación mejor formada, pero también la que más se lo piensa antes de coger la puerta y abandonar el nido familiar. El panorama fuera no invita a volar solos y eso les mantiene refugiados en casa, al abrigo de los padres, hasta la edad adulta. Mientras que en el norte de Europa y Luxemburgo los jóvenes se independizan recién cumplidos los 21 años, en España lo hacen pasados los 29, tres por encima de la media europea, que, tal y como constata la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), está en 26. Solo retrasan más su emancipación en Italia, Malta y Croacia. Según la última Encuesta Continua de Hogares (ECH) del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 53,1% de los jóvenes de 25 a 29 años vive aún con sus padres, casi cinco puntos más que hace un lustro.

Datos poco alentadores, que tienen consecuencias directas sobre la economía, las pensiones y los índices de natalidad. Y que, lejos de corregirse, van a peor cada año. Si estas cifras son duras, aún lo son más las que hacen referencia a los adultos que ya han cumplido los 30: uno de cada cuatro sigue con sus progenitores. Pero, ¿qué está ocurriendo en España para que los jóvenes sigan apalancados al sofá de casa? «No es una cuestión de voluntad, sino de necesidad», sentencia Elisa Chuliá, profesora titular de Sociología de la UNED.

Entre los expertos, hay consenso sobre los motivos que los retienen con sus padres. Se apoyan en los sucesivos informes del Observatorio de Emancipación Juvenil, dependiente del Consejo de la Juventud de España. En ellos, se advierte reiteradamente de dos realidades en las que este país está a la cabeza del continente: los altos porcentajes de desempleo y las cifras de precaridad laboral (salarios irrisorios, temporalidad y prevalencia de los trabajos a tiempo parcial).

La crisis dejó sin ocupación a más de la mitad de los jóvenes entre 16 y 24 años (ahora la tasa de paro juvenil se sitúa en el 33,5%) y eso empujó a muchos a formarse. Pero esa cualificación no se ha visto correspondida con mejores remuneraciones; ni siquiera con una oportunidad laboral. «Hay que examinar el modelo educativo actual, porque si nuestros jóvenes están más preparados que nunca, incluso, sobrecualificados, y no encuentran trabajo, entonces algo falla», advierte Rafael Pampillón, catedrático de Economía Aplicada del Instituto de Empresa y de la Universidad San Pablo CEU.

Doctrina legal: sentencias que marcan

Retirada de la pensión por falta de rendimiento

El magistrado del Tribunal Supremo Francisco Javier Arroyo analiza el rendimiento académico de Emilio, un joven de 23 años al que demandó su padre. «Durante su adolescencia, Emilio fue un pésimo estudiante. Acabó la ESO con 20 años. En 2011 tuvo siete insuficientes. En 2012 y 2013 no cursó estudios», dice el texto del fallo, que no solo dejó al joven sin pensión alimenticia, sino que sentó jurisprudencia.

La ingratitud sienta jurisprudencia

El magistrado del Supremo Eduardo Baena utilizó el caso de dos jóvenes madrileños que llevaban diez años sin ver a su padre, y que no tenían intención de hacerlo, para sentar jurisprudencia: «Siendo la negativa a relacionarse con el padre una decisión libre que parte de los hijos mayores de edad y habiéndose consolidado tal situación, en virtud de la cual el padre ha de asumir el pago de unos alimentos sin frecuentar el trato con los beneficiarios ni conocer la evolución de sus estudios, se considera impropio que subsista la pensión a favor de los alimentistas por cuanto se estaría propiciando una suerte de enriquecimiento injusto a costa de un padre al que han alejado de sus vidas». Esta figura del desagradecimiento también la han utilizado en el Supremo para desheredar a los hijos.

Independizarse no tiene marcha atrás

Emanciparse puede no tener marcha atrás; al menos, si los padres se niegan a volver a mantener a quien toma esa decisión. Así se desprende de una reciente sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona que rechaza la petición de un joven de 24 años que reclamaba una pensión de alimentos a sus padres divorciados, con los que no mantenía relación, seis años después de abandonar voluntariamente el hogar familiar e irse a vivir por su cuenta.

Mantiene la pensión y no vive en el hogar familiar

En un caso en que la hija abandonó el domicilio familiar, consentido por el padre, para ir a vivir con una tía, la Audiencia Provincial de Málaga, en una sentencia de 13 de octubre de 2015, no eximió al progenitor del abono de alimentos. Los obligados al pago eran ambos progenitores.

El también vocal del Colegio de Economistas de Madrid asegura que hay un «desajuste» evidente entre lo que demandan las empresas y la preparación de los jóvenes. «Hay que apostar por la FP y revisar las condiciones laborales para frenar la alta temporalidad, que roza el 27%, la más alta de toda la UE. Eso es una barbaridad. Habría que incentivar a las empresas para que hicieran contratos fijos, por ejemplo, reduciendo los costes del despido. Solo así, si hay empleo de calidad, aumentará la productividad, mejorarán los salarios y, a su vez, el nivel de vida de los ciudadanos. ¿Cómo se van a atrever los jóvenes a independizarse si viven con la incertidumbre permanente de si serán despedidos? La temporalidad propia de algunos sectores no puede ser generalizada», concluye.

Alquileres por las nubes

Y a todo eso, hay que sumar otro drama: las dificultades de acceso a la vivienda. Según la reciente Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) elaborada por el INE, si antes de la crisis (año 2007) casi el 60% de los jóvenes entre 16 y 29 años que habían formado un hogar vivía en un piso en propiedad, en 2018, este porcentaje se desplomó hasta el 29,6%. Es decir, la mitad que hace más de una década. Y esta realidad solo ha dejado una salida a los más jóvenes: el alquiler, a menudo compartido.

En la actualidad, un joven cobra de media unos 11.300 euros netos anuales (poco más de 900 al mes). Y esto, sumado al encarecimiento de los alquileres en el mercado libre (8,30 euros mensuales por metro cuadrado), lastra las opciones de abandonar el hogar familiar. Las cuentas, según el Observatorio de Emancipación Juvenil, no salen, ya que un joven tendría que dedicar casi la totalidad de su salario (el 91,2%) al pago de un alquiler, obviando el resto de gastos asociados a la vivienda.

«¿Cómo se van a independizar si viven con la incertidumbre de si serán despedidos»

«Si los jóvenes no se emancipan no es por una cuestión de voluntad, sino de necesidad»

«A un padre hay que obedecerle hasta los 18 años, pero hay que respetarlo siempre»

Este horizonte económico va asociado también a un factor sociocultural, «ya que los jóvenes han acabado asumiendo esta realidad y, en lugar de tener una actitud proactiva, se acomodan en casa. Los hemos visto protestar masivamente por el cambio climático, pero pocos han salido a la calle a reclamar mejores condiciones laborales ni a quejarse por estar sufriendo una emancipación tardía», lamenta Chuliá.

Asegura que las condiciones en casa, «mejores que hace 30 años», tampoco ayudan a que el joven tenga ganas de independizarse. «Ya no hay esa rigidez de antaño: ahora entran y salen cuando quieren; pueden llevar a los amigos y a la pareja a casa; y, si ganan algo de dinero, se lo quedan ellos. Antes, entregábamos el sueldo en casa y no teníamos la libertad de ahora», resume. La emancipación, por tanto, se sustituye por la comodidad material y la seguridad que brinda la familia.

Muchos hijos ponen así a prueba la paciencia y el bolsillo de sus progenitores. «Es habitual que se quejen de que no los echan de casa ni con agua hiriviendo», bromea Chuliá. Y el problema se agrava cuando el hijo convive con uno de los padres y recibe del otro una pensión de alimentos. Ésta no se extingue automáticamente cuando los hijos cumplen la mayoría de edad, al igual que no es una obligación para siempre. Según el artículo 142 del Código Civil, este régimen comprende no solo la comida, sino «la educación e instrucción del alimentista mientras sea menor de edad y aún después cuando no haya terminado su formación por causa que no le sea imputable».

Las cifras

  • Baja tasa de emancipación La tasa de emancipación de la población española entre los 20 y los 29 años ha empeorado en los útimos diez. Según el Índice Sintético de Desarrollo Juvenil Comparado 2018 (ISDJC-2018), elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD, ha bajado del 12 al 7% entre los 20 y 24 años, mientras que, entre los de 25 a 29 años, ha descendido del 44 al 38%. Por el contrario, la tasa de emancipación en Europa ha subido más de tres puntos desde 2009 hasta la actualidad

  • 11.347 euros anuales es el salario medio de los trabajadores de entre 16 y 29 años años, según el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España (CJE)

  • Menos 'ninis' Después de unos años, los de la crisis, con un porcentaje de jóvenes de entre 15 y 24 que ni estudiaban ni trabajaban (los llamados 'ninis') que llegó a superar el 18%, la cifra se ha reducido. Hoy alcanza cotas similares a las de principios del siglo XXI, alrededor del 12%

  • 89% es el porcentaje de jóvenes con estudios superiores o medios, frente al 20% en los inicios de la democracia. Aún así, los expertos alertan de que el sistema educativo mantiene «deficiencias»

Esta obligación se prolonga hasta que el hijo alcanza la independencia económica o se incorpora al mercado laboral. «Va a depender de cada caso, pero se está prorrogando la pensión hasta los 25 años aproximadamente», aclara Paloma Zabalgo, abogada de familia. La ley no establece una edad, pero sí criterios para retirarle la pensión: que no muestre interés por buscar su sustento o no rendir en los estudios. «No solo los padres tienen obligaciones; también las tienen los hijos, y así lo recoge expresamente el Código Civil», subraya Zabalgo.

Antes de la crisis, las pensiones de alimentos solían alargarse, incluso, hasta los 27 años, pero, con las dificultades económicas generalizadas entre la población, los jueces están cortando el grifo y son menos tolerantes con los 'ninis'. «Si antes, el joven alegaba que tenía dificultades para incorporarse al mercado laboral, ahora le dice el juez: 'Las mismas que tiene todo el mundo, incluido tu padre'», ejemplifica el también abogado de familia Javier María Pérez-Roldán. Hay otro supuesto por el que los jueces están fallando a favor de los padres: la ingratitud. Y lo hacen después de que este supuesto haya sido tomado en cuenta para la desheredación. «Es muy frecuente que los hijos, sobre todo después de alcanzar la mayoría de edad, empiecen a tener pereza por ir a visitar a sus padres», dice Pérez-Roldán. «Pero el Código Civil es muy claro en ese aspecto: a los padres hay que obedecerles hasta los 18 años, pero hay que respetarlos siempre», sostiene el letrado.

Cristina Lillo (25 años): «No estaba dispuesta a vivir de la sopa boba»

No habían transcurrido ni cuatro meses desde que se graduó como educadora social en la Universidad de Málaga (UMA) cuando empezó a trabajar en un centro de servicios sociales comunitarios de la Junta de Andalucía. «Quería hacer un máster, pero me salió esta oferta y la cogí. Necesitaba coger experiencia laboral y aposté por el trabajo; tenía muy claro que no quería vivir de la sopa boba». Ganaba un sueldo irrisorio, apenas 320 euros por media jornada, pero a Cristina Lillo (hoy 25 años) le compensaba. «Mi padre siempre me ha dicho: 'Muévete y aprovecha cada oportunidad'». Y lo hizo. «Nunca me ha faltado de nada, pero mis padres siempre me han educado en la responsabilidad y en la autonomía», recuerda.

Echó cientos de currículos, aunque su sueño siempre fue trabajar en el Hogar Champagnat, un centro de acogida de menores de la obra social de Maristas concertado con la Generalitat Valenciana. «Estudié en un colegio de ellos y siempre me gustó trabajar con menores; aquel centro conjugaba todo lo que me apasionaba», confiesa. Y el sueño se cumplió. Solo un año después de acabar la universidad, la llamaron de esta institución, ubicada en la localidad de Torrent, para ofrecerle trabajo. ¿Problema? Un sueldo de 800 euros por media jornada, que le obligaba a trasladarse a Valencia, buscar piso de alquiler y salir adelante sin la protección familiar.

Pero Cristina no tuvo dudas. Pensó en compartir piso y, cuando ya había hecho todas las cábalas posibles para que su precaria independencia no fracasara, el destino se lo puso algo más fácil. Solo un mes después, le ofrecieron un contrato de dos años por obra y servicio, a jornada completa y con un salario de 1.300 euros. Nada del otro mundo, pero Cristina lo vivió con una enorme felicidad... Hasta que bajó de las nubes y se encontró con un alquiler que se lleva 450 euros de su nómina; 800 euros en gastos; el sentimiento de soledad por la distancia, y la incertidumbre de si sería capaz de salir adelante.

Aún hoy teme fracasar, que su vida «se tambalee». «Vivo para pagar gastos, pero he aprendido a organizarme y a valorar lo que tenía en casa. Es duro salir de la zona de confort y de la burbuja en la que algunos viven, pero no se puede esperar a ganar 2.000 euros para abandonar tu casa, porque eso no va a llegar nunca».

Esteban Zamora (27 años): «Me iré de casa cuando tenga un colchón económico»

Esteban Zamora estudió Diseño Industrial y con 25 años empezó a ejercer el oficio en una empresa de ascensores. Tras dos periodos de seis meses a media jornada, en los que cobraba 800 euros, llegó el ansiado contrato indefinido. Ahora, su nómina es de 1.300 euros, un sueldo que considera «digno», pero «insuficiente» para coger el petate y marcharse del hogar familiar, donde vive actualmente con sus padres y una hermana de 24 años. «Ellos están deseando que me vaya pero, cuando les cuento la experiencia de algunos amigos, me entienden y no me fuerzan a dar el paso», asegura. Al hacerle fijo en la empresa sí pensó en independizarse, pero los temores lo frenaron en seco. «No quiero precipitarme sin tener ciertas garantías; no querría tener que volver a casa por falta de recursos», expone.

Esteban reconoce que con su sueldo «se puede vivir», pero tiene «conocidos que viven solos y van al día, muy justitos». Para evitar ese trance, se ha trazado un plan: ahuchar «al menos 15.000 euros» antes de coger la puerta y marcharse. Puede ahorrar porque, por el momento, no aporta nada en casa. «Me dijeron que me quedase con lo que ganaba y solo me encargo de pagar la conexión de la wifi», detalla. Calcula que podrá emanciparse en el primer trimestre de 2020: «Para entonces, ya tendré un colchón económico para afrontar el abandono del nido. Además, mi idea es compartir piso, lo que me permitirá disponer de más dinero».

Su familia materna –su madre es holandesa– lo ve como «un bicho raro» por estar todavía viviendo con sus padres a los 27 años. «Allí es más fácil independizarse –argumenta Esteban–, porque, aunque los precios de los alquileres son similares a los nuestros, los sueldos son más altos y eso les permite volar desde muy jóvenes, con 20 o 21 años».

Reconoce que vivir al amparo de la familia tiene «muchas ventajas» –«ahorrar, libertad para entrar y salir, llevar amigos y pareja a casa, la proximidad al trabajo...», enumera–, pero también admite que el cuerpo le va pidiendo vivir solo. «Mis padres son liberales y tengo buena relación con ellos, pero a veces uno necesita intimidad...». Por eso, una de sus preocupaciones es dar con «un buen casero» cuando esté de alquiler y unos «buenos compañeros de piso».

Jelen Gómez (31 años): «Es duro tener que volver con los padres»

La impotencia y la frustración que ha sentido Jelen Gómez en estos últimos años son difíciles de describir. Tras independizarse dos veces y haber tenido que retornar otras tantas al hogar familiar por falta de recursos, esta mujer que nació en Cuba hace 31 años (reside en España desde los 7) no tira la toalla. Confía en que a la tercera vaya la vencida, pero ve la situación «muy complicada». Para afrontar el desafío, trata de corregir errores del pasado. Asiste a la Escuela de Segunda Oportunidad de la asociación malagueña Arrabal-AID para obtener el título de la ESO. «No la terminé en su día y ahora me doy cuenta de que una formación mínima es fundamental para encontrar empleo», reconoce.

Con 21 años y ganando 900 euros en una panadería, decidió emprender su propio camino. No lo hizo sola. Junto a su pareja, fontanero mileurista, emprendieron una vida en común. Recibían una ayuda de 250 euros para el alquiler de un pequeño dúplex y salían adelante sin demasiados apuros. Los problemas se hicieron presentes de la mano de la crisis, cuando ambos se quedaron en paro. «El mundo se me vino encima. Con la llegada de mi primer hijo, nos habíamos mudado a un piso más grande. Tiramos con la ayuda al alquiler y la de mis suegros, pero al final tuvimos que irnos a vivir con ellos; es duro tener que volver con los padres», relata.

Fueron dos años de adaptación a las normas de otra casa y de «pérdida de intimidad». Pero levantaron cabeza: ella empezó a trabajar como dependienta de una tienda de ropa por 700 euros mensuales y él, como auxiliar administrativo en una gestoría a tiempo parcial ganando 600 euros. Recuperaron su independencia y, con la estabilidad reconquistada, se atrevieron con un segundo hijo. La alegría les duró poco. A ella la despidieron nada más enterarse de que se había quedado embarazada y la casera de su piso les pidió que se marcharan: «Era el boom de los pisos turísticos y los 400 euros que le pagábamos al mes los conseguía ahora en una semana». Con los alquileres por la nubes y ella en paro, tuvieron que volver de nuevo con sus suegros. «Sin estabilidad en el trabajo y sueldos tan bajos, es complicado comprar una casa para no depender de un alquiler. Además, con este panorama, es imposible que la natalidad repunte en España; solo hay que ver mi caso», reflexiona.

Juan José Heredia (28 años): «He tenido 15 trabajos en 10 años; solo he cotizado uno»

Abandonó el instituto sin haber terminado la ESO. Antes del estallido de la burbuja inmobiliaria, los sueldos que se pagaban en el sector de la construcción eran demasiado golosos como para dejar pasar oportunidades. A Juan José Heredia se le presentó una con 16 años y se lanzó a por ella. «Mi tío me ofreció un trabajo en la obra y no lo dudé. ¿Para qué iba a estudiar si con el ladrillo se ganaba el doble? Hoy me doy cuenta del error que cometí», admite. La crisis no tardó en llegar y el sueño de este joven acabó en solo dos meses. De la noche a la mañana, se vio sin empleo y sin formación para empezar otra vez de cero.

Hizo algún que otro curso formativo hasta que, a los 21 años, se independizó junto a su novia. En aquel momento trabajaba como percusionista en una orquesta, uno de los variados oficios que ha desempeñado ocasionalmente, a tiempo parcial y con sueldos «ínfimos»: camarero, fontanero, electricista, instalador de aire acondicionado, carpintero... En total, quince trabajos en una década, que se resumen en solo un año de cotización a la Seguridad Social: «Todos fueron sin contrato, con sueldos de miseria y en negro. Así es imposible vivir».

Juan José pudo hacerlo con los 500 euros que ganaba su pareja como auxiliar de enfermería y lo que él sacaba de sus incursiones esporádicas en el mercado laboral. «Todo se nos iba en las facturas y el alquiler. Empezamos pagando 600 euros por un estudio minúsculo de apenas diez metros cuadrados, aunque luego nos cedieron una casa a cambio de que la reformásemos. Parece que la solución es compartir piso, pero tampoco eso es una ganga», apunta.

Ahora, con 28 años y tras separarse de su novia, ha tenido que volver a la casa de sus padres. «Prefiero dar lo que gano a la familia, que lo necesita, antes que malgastarlo en un alquiler». Desde hace seis meses está de pruebas en una multinacional de comida rápida gracias a un acuerdo con Cruz Roja. Esta ONG colabora con el programa europeo de Garantía Juvenil (3.196 millones ha dado la UE a España hasta 2023), dirigido a la formación de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Juan José gana 500 euros por quince horas semanales y quiere volver a estudiar. «Me gustaría hacer un grado de Electrónica; ahora me mueve más la pasión que el dinero», concluye.

María (24 años): Reclama una pensión tras irse de casa para opositar

Acababa de graduarse en Derecho, pero hacía tiempo que tenía claro a qué iba a dedicarse cuando obtuviera el título. «Quería opositar a la Administración pública y para ello se había montado un plan, que pasaba por apuntarse a una academia, alquilar un piso en una localidad próxima a Madrid e irse a vivir con su novio. Y, para sufragar su proyecto, decidió demandar a sus progenitores (separados desde hacía años) para que le pasaran una pensión de alimentos», expone Roberto García, abogado de familia y representante de la madre en este procedimiento. «Quería independizarse, pero solo en el sentido físico del término; económicamente, le interesaba seguir siendo dependiente», aclara el letrado.

Aunque, durante años, María (nombre ficticio) había convivido alternativamente con ambos progenitores, en el momento de marcharse de casa residía con su padre en Ciudad Real. «Hasta esa fecha, él la había mantenido. Su madre no le pasaba ninguna pensión porque era custodia de su hermano pequeño, aún menor de edad. Es al independizarse cuando interpone la demanda para seguir viviendo de sus padres. Pedía 800 euros de pensión alimenticia», precisa García. Esta obligación, recogida en el Código Civil, la deben seguir cumpliendo los padres mientras los hijos convivan con ellos o dependan económicamente de su paraguas. En este caso, María dejó de vivir con su padre.

La demanda, presentada hace dos años, fue desestimada en primera instancia y tumbada con los mismos argumentos en la Audiencia de Málaga, después de que la joven recurriese el fallo. «Perdió el juicio de forma estrepitosa y tuvo que pagar las costas», recuerda el abogado. La jueza, sostiene, valoró la situación y sentenció que si la joven había tomado libremente la decisión de vivir de forma independiente y trasladarse a otra ciudad, ahora tendría que asumir las consecuencias de esa decisión, «que era buscarse la vida por su cuenta». «Optó por irse a vivir fuera sin contar con la aprobación de sus progenitores; por tanto, le tocaba ser consecuente y responsable. Con 23 años y una titulación en Derecho, debía haber tenido más conocimiento. Sin embargo, lo único que demostró en el juicio fue su mala educación. Tuve que callarla hasta cuatro veces en la sala», detalla Roberto García.

Claudia (27 años): Decide emanciparse siendo menor de edad

Desde un punto de vista legal, la minoría de edad es un estado civil que supone la dependencia del menor respecto a las personas que ostentan sobre él la patria potestad; sus padres o sus tutores. A sus 17 años, Claudia (nombre ficticio) no estaba dispuesta a seguir aguantando esa sumisión por la mala relación que mantenía con sus padres desde que se separaron, cuando ella tenía 12 años. La emancipación permite que el mayor de 16 y menor de 18 años pueda disponer de su persona y de sus bienes como si fuera mayor de edad, salvo excepciones como, por ejemplo, pedir préstamos. En ocasiones, la emancipación se tramita para poder contraer matrimonio, pero, en muchos casos, son los propios progenitores los que solicitan la emancipación forzosa de los hijos para no asumir las consecuencias civiles que puedan derivarse de su mala conducta.

En el caso de Claudia, la situación con sus padres era insostenible. No quería irse a vivir con ninguno: el padre era alcohólico y la madre se centró en su nueva pareja dejando de lado a su hija. Así que se fue a un notario (dio fe de su nuevo estado civil) y se emancipó. Lo hizo sola y únicamente precisó el DNI. «Fue un acto de chulería y resultado de una adolescencia mal llevada», confiesa su hermana, que prefiere mantener el anonimato.

Aquel arrebato de Claudia le llevó a malvivir sin trabajo y en casa de amigos. «Llegó a dormir en la calle», prosigue. Cuatro meses después, «y enganchada a las drogas», pidió ayuda a su hermana, que le abrió, como otras muchas veces, las puertas de su casa. «Siempre le he tendido mi mano, pero, hasta que ella no se dio cuenta del problema que tenía, no sirvió de nada», explica. La acompañó en todo el proceso de desintoxicación en Proyecto Hombre, donde permaneció dos años. Una vez 'limpia', empezó a trabajar como 'au pair' en Inglaterra. Desde entonces, no le ha faltado trabajo; Claudia es otra persona, muy distinta a aquella adolescente rebelde e inadaptada que abandonó los estudios prematuramente. No acabó ni la ESO. Actualmente, trabaja en un centro médico estético y estudia segundo de Psicología, después de haber superado las pruebas de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Se siente «arrepentida» del daño que hizo a su hermana, a la que hoy considera su «segunda madre».

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