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Cristina Lillo (25 años): «No estaba dispuesta a vivir de la sopa boba»

Cristina Lillo (25 años): «No estaba dispuesta a vivir de la sopa boba»

Domingo, 3 de noviembre 2019, 16:56

No habían transcurrido ni cuatro meses desde que se graduó como educadora social en la Universidad de Málaga (UMA) cuando empezó a trabajar en un centro de servicios sociales comunitarios de la Junta de Andalucía. «Quería hacer un máster, pero me salió esta oferta y la cogí. Necesitaba coger experiencia laboral y aposté por el trabajo; tenía muy claro que no quería vivir de la sopa boba». Ganaba un sueldo irrisorio, apenas 320 euros por media jornada, pero a Cristina Lillo (hoy 25 años) le compensaba. «Mi padre siempre me ha dicho: 'Muévete y aprovecha cada oportunidad'». Y lo hizo. «Nunca me ha faltado de nada, pero mis padres siempre me han educado en la responsabilidad y en la autonomía», recuerda.

Echó cientos de currículos, aunque su sueño siempre fue trabajar en el Hogar Champagnat, un centro de acogida de menores de la obra social de Maristas concertado con la Generalitat Valenciana. «Estudié en un colegio de ellos y siempre me gustó trabajar con menores; aquel centro conjugaba todo lo que me apasionaba», confiesa. Y el sueño se cumplió. Solo un año después de acabar la universidad, la llamaron de esta institución, ubicada en la localidad de Torrent, para ofrecerle trabajo. ¿Problema? Un sueldo de 800 euros por media jornada, que le obligaba a trasladarse a Valencia, buscar piso de alquiler y salir adelante sin la protección familiar.

Pero Cristina no tuvo dudas. Pensó en compartir piso y, cuando ya había hecho todas las cábalas posibles para que su precaria independencia no fracasara, el destino se lo puso algo más fácil. Solo un mes después, le ofrecieron un contrato de dos años por obra y servicio, a jornada completa y con un salario de 1.300 euros. Nada del otro mundo, pero Cristina lo vivió con una enorme felicidad... Hasta que bajó de las nubes y se encontró con un alquiler que se lleva 450 euros de su nómina; 800 euros en gastos; el sentimiento de soledad por la distancia, y la incertidumbre de si sería capaz de salir adelante.

Aún hoy teme fracasar, que su vida «se tambalee». «Vivo para pagar gastos, pero he aprendido a organizarme y a valorar lo que tenía en casa. Es duro salir de la zona de confort y de la burbuja en la que algunos viven, pero no se puede esperar a ganar 2.000 euros para abandonar tu casa, porque eso no va a llegar nunca».

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