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Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 31 de agosto

Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 31 de agosto

Última entrega de la sección de microrrelatos de este periódico del presente verano

Viernes, 30 de agosto 2024

  1. Isabelle Nicolas Garrido

    Pequeños placeres

Me cansé de que madre me repitiera incesantemente «apaga la luz que ya es tarde»; «si sigues así, te vas a quedar ciega, no son horas para leer». A padre nadie le lleva la contraria a pesar de que algunas noches simule estar a puerta cerrada en el despacho y no aparezca por casa hasta el amanecer. Cuando lo veo acicalarse frente al espejo del recibidor, me cuelo en su despacho y madre duerme tranquila pensando que su marido está al otro lado de la pared. Mientras tanto, doy breves caladas a su pipa, saboreo el mejor whisky de Escocia y leo sin prisa hasta altas horas de la madrugada.

  1. Fernando Moral Pinteño

    Una terrible pérdida

Cuando el fuego consiguió penetrar finalmente en aquel espacio, los efectos resultaron demoledores. Lo primero que devoró fue el Cristo de Dalí, que vencido tal como lo representó el genio, no opuso resistencia. El siguiente en aquella siniestra bacanal destructiva fue el ojo de Ra, en cuya pupila negra como el hollín se reflejaron las llamas antes de desaparecer envuelto por ellas. Los pictogramas japoneses no duraron apenas, fue llegarles el más mínimo calor y evaporarse la tinta. Luego le llegó el turno a la espada celta, el retrato que Warhol hizo de Marilyn... y así hasta veinticinco obras que se redujeron a cenizas tras la cremación de Jorge. Con lo orgulloso que estaba de sus tatuajes.

  1. María Jesús Pérez Barrios

    Alas

Dicen que está loca, pero yo no lo creo.

A la hora del recreo siempre explica que al nacer no es una palmada en el trasero lo que nos dan, sino que nos cortan unas pequeñas alas que tenemos en la espalda. «¿Quién iba a llorar tan fuerte solo por dos cachetillas de nada?», nos pregunta desafiante.

Y yo no digo nada, y coreo las risas de las otras, intentando acallar el runrún de las dos pequeñas cicatrices casi invisibles que, debajo de mis omoplatos, se rebelan y escuecen una vez más.

  1. Francisca Barbero

    Jaula dorada

El mecanismo del reloj está desde hace unas semanas desajustado y el cuclillo, a pesar de haber cantado la melodía cada treinta minutos con una precisión elogiable durante años, no puede ahora imitar el canto de las aves para anunciar las horas. Al pajarito no le anima la puntualidad, ni el engranaje que sube las pesas, ni las filigranas artesanales que coronan el balcón. De un tiempo a esta parte, su pequeño corazón noble no quiere encerrarse tras la puertecita. Sólo desea latir al compás del canto de un pequeño jilguero que le enamora en el alféizar de la ventana.

  1. Encarnación Cano Montoro

    Una boda en Gaza

Sadina se ponía el vestido de novia mirándose en el espejo. Una hermana la ayudó a fijar el velo a su pelo negro. Todos los miembros de la casa entonaron entonces la canción del adiós para despedir a la muchacha que marchaba a otra casa ese mismo día. Su adorado Hakim, el ayudante de panadero que hoy la desposaba, aguardaba en la puerta apadrinado por su tío Ibrahim. Nervioso, el novio agarró la mano de Sadina sin soltarla. Ella sintió su protección mirando en el brillo de sus ojos. Tosiendo, con la garganta seca, la muchacha abrió los ojos. No era un sueño de lo que despertaba sino de la conmoción provocada por el misil que había hecho caer toda la manzana encima de los invitados a la boda. Intentó moverse bajo los cascotes que le oprimían las piernas. Seguía agarrada a Hakim, sólo a la mano del novio.

  1. Jesús David Curbelo

    23 y 12

He decidido dejarlo todo atrás: el hambre, el miedo, la inseguridad de no saber adónde va mi vida. A partir de mañana tendré otra incertidumbre: la de levantarme con la esperanza de que habrá un futuro, algo que ya no tengo en mi país. El porvenir será incierto, pero tener una ilusión mejora los meandros de la espera: uno despierta con el deseo de vivir, no con la angustia de sobrevivir. Trabajar duro no será un problema. Lo hago hace muchos años sin apreciar el resultado. El trabajo, si es útil, alivia el tedio de la vida cotidiana.

Por eso, empaco cada documento, cada dispositivo, cada pieza de ropa, cada nimio recuerdo que me ayude a paliar la nostalgia. El puente entre mi pasado y mi futuro debe caber en dos maletas, una de 23 kilos en bodega y otra de 12 en la cabina del avión.

  1. Jeremías Guliotti

    Extraño presagio

Soñé que se inundaba mi casa. Al despertar, una suave llovizna se adivinaba en la ventana, como un extraño presagio. Al mediodía, lo que parecía ser sólo una lluvia pasajera era ya una tormenta imparable. De pronto, salvajemente, comenzó a entrar agua por todas partes ¡hasta que mi casa se inundó por completo! Ya arrinconado contra el techo de mi habitación, tomé la última bocanada de aire y me preparé para lo peor: morir ahogado. Lo curioso es que, al morir, desperté… todo había sido un sueño. Al despertar, una suave llovizna se adivinaba en la ventana, como un extraño presagio…

  1. Domingo Jiménez Lacaci

    Método científico

Ella bioquímica, yo físico. Para tener seguridad, decidimos eliminar todas las interferencias externas. Así, cortamos de golpe la relación con sus hermanas. También con sus padres, con los míos y con mi único hermano. Dejamos de relacionarnos con todos los amigos de ambos, del colegio, de la universidad y del trabajo. Dejamos incluso de saludar a los vecinos. Ni televisión ni prensa, y la hija, un curso entero a un Erasmus.

Al año, supimos con el cien por cien de certeza que no podíamos culpar a nadie, que nada nos había venido de fuera de aquellas cuatro paredes que formaban nuestro hogar. Y los dos científicos fuimos capaces de garantizar que aquel cieno denso en el que convivíamos cada día era privado y nuestro. Y que habíamos conseguido que nuestro desamor feroz, y solo eso, acabara pudriendo por dentro a dos buenas personas.

  1. Jesús Alcañiz

    Ectoplasta

Este año la casa del pueblo nos recibió hasta arriba de madalenas, millones de madalenas de las que nos horneaba la abuela Cándida hasta que nos dejó. Resultó agotador vaciarla entera durante horas con las palas quitanieves. Para colmo, a pesar de su delicioso aroma, su masa blancuzca e insípida ni siquiera era comestible. Terminamos reventados, pero nada comparable con el pasado verano: fue abrir la puerta y la casa se nos vació encima con una enorme cascada de su famoso café de puchero. Hubo que limpiarla entera, y reponer todos los enseres echados a perder nos salió por un ojo de la cara.

La abuela Cándida ya nos prometió mostrarnos su amor sin matarnos a sustos con el típico repertorio de fantasma previsible y aburrido, pero lo que de verdad nos pone los pelos de punta es imaginar su próxima ocurrencia. Mañana mismo ponemos en venta la casa.

  1. Eva Diez Crespo

    Defensa y delantero

No golpear con el balón en la pared.

Observó atentamente por si había algún cartel más en la fachada del edificio. Por suerte, no había ninguno que prohibiera encestarlo en los balcones. Hoy no sería delantero, pero defendería su derecho a jugar en la calle. Así fue como, a sus ocho años, Óscar descubrió su vocación como abogado, aunque aún no supiera lo que significaba esa palabra.

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