![Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 11 de agosto](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2024/08/10/microrrelatos_web1-U210130015152XbE-U220957706238lOI-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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Domingo, 11 de agosto 2024
El señor Smith se ha sentado en la mesa del restaurante, donde hay dos sillas más junto a una trona. Ha pedido cuatro vasos de agua y cuatro menús. Conversa con su hijo, su nuera, y le hace muecas al bebé. Su hijo, Hugh, es ... lo que el señor Smith piensa que es un hijo perfecto que disfruta de una vida impecable en Londres, con su mujer Katherine y su hija.
Pero lo que el señor Smith no sabe, y el camarero sí, es que no hay nadie sentado en esas sillas. No hay Hugh Smith, ni Katherine, ni bebé. Es solo el señor Smith hablando con el espacio vacío a su alrededor. Los tres vasos están intactos, excepto el suyo; los tres menús sin empezar, excepto el suyo; la única voz que habla es la suya.
Todos en el restaurante están mirando. Mirando a un anciano solitario.
–No puede entregar 5000 páginas para publicar un libro –me justificó el editor.
–El lector quiere brevedad –recalcó.
Tenía razón, no puedo pormenorizar, especificar, puntualizar, aclarar, analizar y definir con tanta precisión una historia.
Agarré el bolígrafo, los 2500 folios y resumí. Al día siguiente, volví a sintetizar, condensar, esquematizar, abreviar, simplificar y reducir la historia. El proceso duró 40 días y 23 horas. A tan solo 9 minutos de acabar el plazo de entrega, ahí estaba yo con mi novela resumida y con sus palabras justas, exactas y concretas.
–Le ha costado, eh –me sonrió el riguroso, estricto, rígido y disciplinado editor.
Desde entonces, aprendí a ser breve, concisa y escueta no solo en la redacción, expresión y composición de historias sino también en la vida.
El mundo de hoy en día, lo titulé.
Hace exactamente cinco días que mamá no discute con papá. Podrían tacharme de mentiroso si dijese que en estas ciento veinte horas el silencio no ha gobernado en coalición con la tranquilidad. Cuando compramos la casa, un segundo sin ascensor, papá se quejaba de la cantidad de escaleras que había que subir. Eran treinta y cuatro, siendo el escalón diecisiete el más odiado. Deteriorado, le hizo tropezar más de una vez, concretamente sesenta y ocho. «Embustero», me decía mamá cuando le decía que papá me había hecho daño. Podrían condenarme por pecar de cinismo, pero sin embargo lo harán por asesinato. Dos cuerpos sin vida en el dormitorio de quienes me trajeron al mundo. Hoy, día veinte de marzo, en vez de insultos, me ha parecido escuchar un «buenas noches». Hoy, por primera vez, he sentido que éramos una familia.
Se conocerán a la sombra de un mar angostado en tiempo remoto, tan futuro que no se sabe si se habrá dado la vuelta y ya será pasado.
—Me gustan tus ojos.
—No te pueden gustar mis ojos porque no tengo.
—Pues me gustan.
—Pues entonces tienes el gusto raro.
—Y tu membrana también me gusta.
Ella lo miró.
—Nunca nadie me había dicho eso.
Entonces se echó encima de él y procariotamente hicieron el amor.
Llamaron al timbre. La niña fue de puntillas hasta la puerta, sin hacer ruido. Se subió a un taburete y destapó la mirilla. El vendedor, al otro lado de la puerta, notó luz e intentó poner su mejor cara.
Llevaba un tupé que no estaba al alcance de cualquiera: el papá de la niña, por ejemplo, estaba calvo. El sujeto tenía un gesto amigable, simpático, estaba escribiendo algo en un papel. La niña solo dejó de mirarlo cuando se apagó la luz del rellano. Al momento apareció por debajo de la puerta una nota.
Se bajó con sigilo del taburete y la leyó, sintiendo de inmediato terror por culpa de la escritura abreviada de aquel tipo, que había escrito su nombre, su número de teléfono y el motivo de la visita a domicilio: Abelardo, 243340. Cobrador seguro de los muertos.
Y sucedía que, en el anunciado día del fin del mundo, la hormiga cargaba a sus espaldas cuesta abajo rumbo al hormiguero una pesada hoja de laurel. Y como de costumbre, se cruzó con él por el camino.
–¡Hasta el último día tengo que estar cargando con hojas!, se quejó ella.
–¡Ya te digo!, respondió él resoplando con tono cansino.
–¡Siempre igual!, continuó quejándose la hormiga, mientras ajustaba la hoja que el viento había desplazado del lugar sobre el que descansaba en su espalda.
–¡Ya ves!, añadió él cansinamente, queriendo acabar con la conversación que empezaba a incomodarle. Y tras decir esto, reanudó su marcha.
Sucedía pues que mientras las hormigas descendían, eran los elefantes los que comenzaban a ascender. Y como era de esperar, el fin del mundo no aconteció, al menos en ese pequeño trozo de lugar diferente.
Ocurrió la mañana de año nuevo, yo volvía de una fiesta aburrida y coincidí en el ascensor con la vecina del sexto. Subimos juntos y, entre el cuarto y el quinto piso, se paró.
Grité cuanto pude y aporreé la puerta, pero el uno de enero no hay nadie dispuesto a oírte. La vecina me miró por primera vez.
—Relájate, esto va para largo.
Me relajé. Pasó el tiempo en este espacio mínimo donde hemos encontrado todo lo que se puede desear, aquí construimos nuestro hogar y hemos tenido nuestro primer hijo.
Algunas veces nos acordamos de exterior, entonces nos entra la risa y nos acurrucamos los tres pensando lo felices que somos y lo peligrosa que es la vida ahí fuera.
En el ambiente se podía percibir la tensión, como un fuego de San Telmo, cizallando la siluetas de los asistentes.
—Tal como le indiqué, previamente, estoy aquí para mediar en esta confrontación y, en la medida de lo posible, establecer una resolución. Usted no debe apropiarse, indebidamente, de objetos que no sean de su pertenencia. Le exijo que se abstenga de sustraer cualesquiera billetes o monedas que se hallen en carteras ajenas. Además, debe evitar la grabación de escenas donde intervengan personas que no desean aparecer en redes sociales en situaciones incómodas o vergonzosas. Sobre estas cuestiones no hay alternativa viable y no se aceptará oposición alguna.
—¡Ya vale mamá¡. Que estás en casa y no en el juzgado. Me temo, que llevas muy mal lo de la conciliación familiar. Aparte de que no estaría de más un poco de consenso, en casa, para estas cuestiones.
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