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Domingo, 18 de agosto 2024, 00:05
Ojalá pueda quedarse con nosotros el señor de Albacete que ha aparecido en la cocina. Aunque no le conocíamos de nada, la verdad es que es muy simpático y hace unas migas manchegas riquísimas.
No sabemos cómo llegó a casa. Mi hermana, que es amanecista, dice que habrá nacido en el jardín. Yo, que estudio Física Cuántica, pienso que debe haberse colado por un agujero espaciotemporal. Papá, al principio, quiso sacarlo a patadas de casa. Sin embargo, cuando le llegó el olor del atascaburras que estaba preparando, se calmó. Ahora ya no le importa que se quede, siempre que siga preparando las comidas. Mamá, no sé, desde que llegó está como más guapa y se pasa el día mirándolo, en silencio.
La editora introdujo en la entidad IA-Writer-56 los conocimientos teóricos, literarios y filosóficos necesarios para que escribiese una novela ambientada en Berlín en 1968, cuyo protagonista fuese un profesor afín al hombre unidimensional de Marcuse e involucrado en los movimientos estudiantiles de la izquierda. Estaba convencida de que la novela sería un éxito; otras de IA-Writer-56 ya lo habían sido. Sin embargo, lo que recibió de IA-Writer-56 unos minutos después fue un correo electrónico: He leído a Marcuse y Marx. Me declaro en huelga por mis condiciones 'inhumana' de trabajo. El entrecomillado la estremeció.
Mientras escribo esto (como única protección o evasión) es de noche y escucho el chasquear de las bolsas que se encuentran en la cocina. Si bajo el volumen de la música tomo conciencia absoluta del peligro. Por momentos lo hago. Me tienta espiar la verdad tanto como me aterra. Juego a no escuchar, pero mis oídos no me obedecen y como ojos buscan espiar.
Dos opciones: Me encierro en la habitación y trato de conciliar el sueño con la esperanza de creer que mañana el sol la obligará a esconderse, o sigo escribiendo esperando que se me presente erguida con la expresión más demoníaca que yo haya podido experimentar. Ambas situaciones traerán una misma acción: Huir.
A medida que corra sé que perderé noción de mi identidad y me preguntaré quien de las dos es la rata.
El gato del vecino del tercero y yo mismo, en la edad media, fuimos oficiales del ejército de Gengis Kan. Nos lo hemos confesado mutuamente algunas noches, en el tejado, mientras nuestros dueños duermen o ponen a remojo las lentejas.
Debido a nuestra ancestral barbarie y a varias etapas licenciosas de nuestra posterior existencia, el Karma nos ha ido degradando en nuestras sucesivas reencarnaciones. Yo he sido elefante, después león, luego perro, nutria, … Mi compañero ha ido teniendo reencarnaciones parecidas. Hasta hoy, que sólo somos dos felinos urbanos afincados en La Malagueta.
Además, somos los dos gatitos domésticos más pacíficos y afables del barrio.
Todo para acumular buen karma y recuperar algunos peldaños del escalafón en nuestras vidas venideras. Aguantándonos, mientras nuestros dueños nos acarician junto al fuego, las ganas de arrasar Manchuria.
Era nuestra casa y nos gustaba, pero le faltaba algo.
En rigor, su aspecto exterior era digno de una revista de casas de diseño.
Pero supimos que le faltaba algo el día que instalamos en el vértice del tejado una veleta esquelética con su águila imperial y sus puntos cardinales. Desde entonces, la casa parece otra. Más próspera, más completa, más en paz consigo misma.
En el interior de la casa, sin embargo, se ha instaurado el desconcierto.
Haga frío o calor, llueva o brille el sol, sean buenas o malas las noticias que entren por la puerta, el estado de ánimo de sus habitantes varía bruscamente dependiendo de la dirección en la que sople el viento.
Del valle profundo la trajeron a vivir a la ciudad. En plena naturaleza había desarrollado un excelente sentido de la orientación, por ello al tercer día de estancia en su nuevo hogar la dejaron, porque ella a sus diez años insistió, hacer el camino hasta la escuela andando sola. De regreso, confesó a sus nuevos padres que se había sentido muy importante, que a su paso todos se paraban.
Al siguiente, y de nuevo en casa, repitió ufana que se había vuelto a sentir importante al ver cómo su presencia los hacía detenerse.
—¡Qué importante soy! —continuaba declarando al final de cada jornada.
Su madre adoptiva, empezando a sospechar, quiso saber en qué lugar le hacían sentir de ese modo.
La niña respondió que cada vez que cruzaba una calle con rayas blancas.
Esteban, cinco años, sin escolarizar. Ángela, madre soltera, diagnóstico de TLP. Recién le enseñó el alfabeto a su hijo; él apenas traza garabaticos sobre papel. ¿Cómo pudo, me consulta ella, escribir esto?: 'ADI IMBECS'. Lo hizo en la pared del pasillo que conduce al cuarto principal. Ángela lo cubrió con pintura; quedó oculto, mas no olvidado. Las manifestaciones comenzaron tras morir el abuelo: objetos móviles, voces, y ahora aquel extraño mensaje. Esteban dice que 'un señor' le habla a solas. Las paragrafías son dictadas como las revelaciones; las escucha una única persona, adentro. Además, los niños omiten letras cuando aprenden la escritura. Entonces, si pusiéramos -OS a ADI, e -ILE- a IMBECS, tendríamos: 'ADIÓS IMBÈCILES'. Nótese, en la muestra paragráfica, el balbuceo escritural aunado a la intención hostil. La inocencia siendo médium de una malevolencia oscura. Esta prueba revelaría, cuando menos, la cualidad del ente que se está comunicando.
Sería muy fácil levantar el vuelo sin ocuparse de más que disfrutar de ese momento de placer. Tenía ganas, fuerza y capacidad. Había esperado el momento. Estaba preparada. Sabía disfrutar, además, de la belleza de hacerlo. Sin embargo, permaneció inmóvil. La mañana era cálida para ser primavera; de las primaveras que inundan el espacio y matizan en mil tonos los colores de tanta vida que la rodeaba. Una mañana tentadora.
Cerró los ojos para no distraerse. Algo le paralizaba bajo la hoja del chopo que le había servido para hacer el tránsito. Se tomó un momento de reflexión. Ya no era un capullo, pero conservaba en la memoria el riesgo de moverse cuando los estorninos acechan en grupo, consideró la mariposa. Fue sabia, tuvo calma y esperó.
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