Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 12 de agosto

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Lunes, 12 de agosto 2024, 00:04

  1. Manuel Paz Serrano

    La videncia de unfantástico viaje

Decidido fui a la feria, lugar para mis propósitos.

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Me pareció divertido que me leyeran la buenaventura. Una tienda con lona gastada en cuatro palos con un tronco en el centro que la levantaba le daba aspecto medieval. Una mesa redonda y dos sillas de ... madera eran todo el mobiliario. El incienso creaba una atmósfera mística. La vieja adivina me señaló la silla que quedaba. Deslizó los dedos de su mano huesuda por encima de las líneas de mi palma escudriñándolas exageradamente. Con una inquietante sonrisa de dientes amarillos susurró augurios y videncias.

Me predijo un extraordinario viaje por tierra, aire y mar.

Salí conteniendo la risa. Desde el llano comencé raudo mi viaje por tierra, pisando a fondo el coche hasta el acantilado, iniciando la excursión por aire al vacío que daba al mar mientras observaba por el retrovisor las luces de la feria alejándose a través del polvo.

  1. Jorge Andrés Velásquez

    Mundo mundial

Para esto me mato a trabajar, ¿no? El mes pasado hice todas las horas extras que se podían hacer. Sesenta horas en total. Nunca había hecho tantas horas.

Estoy reventado. Pero feliz. Porque para esto trabajamos, ¿no? Para darnos estos gustos. Ahora se lo estoy explicando a Luisa, mi mujer. Vamos camino de Westfield. Los niños no pueden con la alegría. Westfield es su lugar preferido del mundo mundial. Así dicen ellos. Veremos la última de Los Vengadores, comeremos palomitas y, al salir, un McDonals. Luego compraremos el televisor. El televisor más grande que tengan, les digo. Porque para esto trabajamos, ¿a que sí? Para darnos estos gustos y ser felices: una peli, un McMenú... y un televisor, el último y el más grande. ¿No? ¿No es por esto que nos matamos a trabajar? Y me lo sigo preguntando, con la mirada perdida en la autopista, camino del centro comercial…

  1. Luis Manuel Bravo García

    Antoñito

Pagaba mi desayuno en la barra de Los Valle cuando vi entrar a un hombre cuya cara no me era del todo desconocida. Intenté imaginar donde le había visto antes y enseguida volé al patio del colegio recordando a Antonio, el 'chalao' media lengua de nuestras despiadadas burlas infantiles. Pasó por mi lado y le toqué en el hombro.

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― Antonio, cuantísimo tiempo, hombre, ¿qué tal estás?

Calló, no me devolvió el saludo y sentándose en una mesa del fondo me miró e inclinó dignamente la cabeza, sacando luego una bolsita y contando unas monedas.

― Un codtado, dijo al camarero.

Salí alzando la mano como despedida. Eso fue todo y no hemos coincidido más. Reconocí inmediatamente su abrigo; lo había donado yo hacía años a las Hermanitas de los Pobres. Llevaba prendido aún el escudo de nuestro colegio.

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Volví a casa pensando en la crueldad de este mundo.

  1. Celsa Mónica Sarmiento Fernández

    Ni tan mal

Pude ver el grabado en la parte interior de la tapa de mi ataúd, justo cuando lo estaban cerrando. La falta de vida me impidió manifestar la alegría por el hallazgo. ¡Y es que sólo a mi hijo se le podía ocurrir algo así! Lo recuerdo como si fuera ayer. Los dos hacíamos una casa en el árbol del jardín.

Él tenía doce años y usó su navaja multiusos para hacer un grabado en el tronco.

Mal sabía yo entonces, que aquellas letras serían lo último que me llevaría al otro barrio:

'SuBienDo EstÁ la FeLiciDaD'.

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  1. Clara del Rey

    Metamorfosis

En la revista lee que nuestros cuerpos están formados por más de 50 billones de células. Si lo piensa, somos como las estatuas de arena del paseo marítimo a las que echan monedas los turistas. Pero nuestras partículas no son inertes: nacen y mueren constantemente hasta regenerarnos por completo, dice ahí, cada década.

La última vez que lo vio se sentaron de frente en un bar, en silencio. Luego la agarró del brazo y su huella la acompañó durante días.

El calendario de la pared marca diez años esta semana. Se habrá completado, entonces, la metamorfosis.

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  1. José Javier Lara Hidalgo

    El tren

El viejo maquinista avista obstáculos sobre la vía. Presiente una tragedia y se erige como el héroe. Reacciona bien ante su primer impulso de frenar bruscamente. Desliza el interruptor con suavidad y, aunque le sudan las manos y tiembla, se las arregla para hacer sonar el silbato al mismo tiempo. Pocos segundos después, el tren se detiene tras un leve chirrido metálico y la cabeza de la locomotora queda a escasos centímetros del lugar del desprendimiento. Evalúa el entorno y respira aliviado, pero es necesario informar al pasaje.

En ese momento, el viejo maquinista deja la sala de ocio y recorre con su andador cada pasillo y cada habitación avisando de que en aquel lugar les queda para rato. Todos se lo toman con mucha serenidad.

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  1. Juan Carlos Pomponio

    Asuntos de la edad

Un rumor de grillos resonaba en la noche. Una garra luminosa atravesó los cristales de la ventana. Acarició los objetos del cuarto. Roberto no podía dormir. Giraba, maldecía, dio un millón de vueltas hasta que logró dormirse.

El ardor crónico de su vejiga inflamada lo despertó a las cuatro de la madrugada.

Se quitó las telarañas del sueño, de muy mala gana se levantó para atravesar el cuarto y llegar al baño. Le costaba orinar, asuntos de la edad, decía él.

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Sentado en el excusado (orinaba así) respiró profundo para iniciar la micción. Al salir las primeras gotas, sintió como dos manos heladas se aferraron con fuerza a sus tobillos como si fuesen dos grilletes tallados en el hielo.

Nunca más lo vieron.

  1. Gaston Fretes

    La silla

Tenía 4 patas, un asiento y un respaldo, por todos lados se podía ver que era una silla, pero nadie podía sentarse en ella. Cuando alguien se acercaba y empezaba a acuclillarse, tomando la posición común de sentarse, algo lo repelía de la base donde se buscaba apoyar.

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Lo intentaron reyes, jueces, religiosos, ricos, el pueblo todo, pero nadie lo logró. Los sabios nunca han podido dar una explicación que pudiera resolver el misterio. Ahora es una atracción, y todo aquel que la visita puede intentar sentarse. Por supuesto, nadie lo logra. Al pie de la base donde se encuentra, una inscripción pregunta ¿Es verdaderamente una silla si nadie puede sentarse en ella?

  1. Juan Francisco Leante García

    Unión de contrarios

Lloraba. La emoción. La auténtica. Ante tanta belleza. Aquella comunión de la mano del hombre y el poder de la naturaleza requería cálculo, precisión y riesgo. Primero el fuego. Las llamas se alzaban al cielo, grandiosas, imparables. Comían pinos y retamas. Después la tormenta. Se resistían a desaparecer, con pequeños estertores amarillos y rojos. Las lágrimas del pirómano bombero se mezclaban con la lluvia que las iba ahogando.

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