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Septiembre marca el inicio del curso escolar y de infinidad de proyectos en lo profesional y personal. Este periodo de reinvención e inicio supera, incluso, al de año nuevo. Algo que saben bien los psicólogos y que lo convierte en un periodo óptimo para acometer proyectos que mejoren nuestra calidad de vida. Esto no pasa desapercibido para todo tipo de editoriales, gimnasios e industria alimentaria en general. Esta última sabe que es la época ideal para sacar todo tipo de productos cuya composición, denominación y aspecto convenzan, al bien intencionado consumidor, de que son merecedores de entrar a formar parte destacada de ese nuevo plan de vida donde la alimentación sana será el eje vertebrador de todo lo demás.
Cualquier experto en nutrición y alimentación sabe que un solo alimento no significa nada y que si queremos hacer de nuestra dieta la base fundamental de la salud esta debe formar parte, realmente, de un proyecto vital, es decir, nada de propósitos a corto plazo y si un plan de reeducación alimentaria donde el protagonismo lo sostengan las frutas, verduras, el aceite de oliva virgen extra, los cereales integrales, las legumbres, los alimentos poco o nada procesados… este mensaje puede suponer un claro peligro para la industria alimentaria, que tiene en los alimentos ultraprocesados «la gallina de los huevos de oro» ya que suele tratarse de materias primas muy baratas a las que se le aplican unos espectaculares márgenes de rentabilidad.
¿Cuál sería la solución perfecta? Pues incluir algún novedoso alimento al que se le adjudiquen sorprendentes propiedades y que, obligatoriamente, proceda de un exótico lugar. Ya sabemos que nadie es profeta en su tierra, así que sería difícil otorgar a la humilde lenteja los superpoderes que, si son fácilmente creíbles si la baya, el cereal o la legumbre proviene de una extraña latitud y longitud.
Estamos viendo alguno de los requisitos para alcanzar la categoría de superalimento. Lo de la distancia con respecto al origen es importante no solo por la pátina de exotismo o de portentosas cualidades sino porque los márgenes que se pueden aplicar en su venta son mucho mayores. Esto no quiere decir que sean perjudiciales, de hecho, mucho de ellos albergan interesantes propiedades que los convierten en fichajes a tener en cuanta para nuestro equipo titular. El problema surge cuando se exageran sus cualidades ya que al hacerlo podemos convertir en más que apetecible procesados alimentarios que rechazaríamos sin dudar o fundamentar nuestra alimentación diaria en sus milagrosas cualidades y pensar que esta sobrenatural actuación solventará cualquier tipo de exceso.
Sé que para muchas personas pagar un pastizal en la herboristería o en la sección «bio» de una gran superficie, por unos prometedores productos, forma parte de la liturgia que en torno a la «alimentación saludable» se ha generado en todo el mundo. Dicha liturgia parece avalar la calidad y propiedades, pero no debiéramos de olvidar que la única forma de comprobar que no nos dan «gato por liebre» se sustenta en la evidencia científica. Y esa evidencia es tozuda con alguno de los más famosos superalimentos:
Quinoa: Supuestamente ayuda a reducir el peso y controlar los niveles de colesterol, pero dichas afirmaciones no están avaladas en solidos estudios científicos, además, las sustancias que sostienen dichas afirmaciones, las saponinas, suelen desaparecer de la quinoa cuando esta se lava.
Arándanos: Destacan por sus beneficios para prevenir enfermedades cardiovasculares debido a su alto contenido en antocianinas, sin embargo, sabemos que solo una proporción muy pequeña de esta sustancia llega realmente al torrente sanguíneo.
Bayas de Goji: La medicina tradicional China le adjudica propiedades como la de estimular la lívido o protección contra el cáncer. Aunque tenemos que pensar que es la misma medicina que tiene contra las cuerdas al tigre al considerar que sus huesos son un excelente remedio contra las enfermedades reumáticas. Los supuestos beneficios se basan en el contenido los llamados polisacáridos lycium barbarum, o LBP, pero estos no han sido estudiados en humanos. También destaca su contenido en zeaxantina, pero esta aparece, incluso en mayor proporción, en alimentos muchos más baratos como las espinacas o la col.
Chía: Esta semilla que utilizaron los mayas es famosa por su gran contenido en omega 3 pero este se encuentra en forma de α-linoleico y el cuerpo lo debe transformar en EPA Y DHA, proceso que tiene un rendimiento por debajo del 10% así que una vez realizados los respectivos cálculos la chía se sitúa por debajo del salmón en contenido de omega 3 realmente asimilable.
Como vemos en estos ejemplos los superalimentos no cumplen con los milagros prometidos y es que desde el punto de vista científico no existen. Eso no quiere decir que no incluyan propiedades interesantes o que puedan tener cierto interés su consumo de forma habitual. Consumo que debe pasar el filtro del sentido común, es decir, el de ver si existen alternativas más baratas con las mismas propiedades, que por si solos estos alimentos no son nada sino forman parte de una pauta alimentaria correctamente diseñada y que su presencia en productos procesados como los smoothies industriales, platos elaborados o incluso helados pueden camuflar las perniciosas propiedades de sus compañeros de viaje.
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