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Hubo un tiempo donde la langosta era considerada la cucaracha del mar. Su enorme cantidad y mala fama no la hacían nada apetecible. Era un plato habitual en prisiones y orfanatos de la Inglaterra del siglo XIX. Incluso se dictaron normas para impedir que el servicio las tuviera que comer más de dos veces a la semana. En el Nueva York del siglo XVIII, las tabernas, servían de aperitivo caviar con la esperanza de que su sabor salado incitara a beber más a los parroquianos.
Ya más recientemente, en la postguerra española, todo bicho que merodeaba las costas era susceptible de ser devorado. Eran tiempos difíciles y no era cuestión de desaprovechar nada. Pero que fueran comidos no quiere decir que fueran deseados. Durante muchos años las nécoras, los centollos o los percebes eran indicativos del bajo escalafón social del comensal. Su presencia era tan masiva en las costas gallegas que se utilizaban como abono. La riqueza en calcio de mejillones o bogavantes mejoraba la calidad de los suelos ácidos. Algo que el escritor Álvaro Cunqueiro dejó reflejado en sus escritos al indicar que el mejor vino para comer marisco era el de Betanzos, puesto que sus cepas estaban abonadas con todo tipo de frutos del mar.
El final del verano nos permite hacer balance de lo acontecido en nuestras costas. Parece que será otro verano de récord, en lo que a llegada de turistas se refiere, pero también lo será en la recepción de otros visitantes mucho menos deseados y con gelatinoso aspecto.
Las medusas están proliferando de forma alarmante en el Mediterráneo, las dificultades por las que pasan sus grandes depredadores como tortugas marinas o atunes, parece la base del problema pero también influyen el cambio climático y el aumento de materia orgánica en nuestros mares por el vertido de fertilizantes, aguas fecales…
Tenemos que recordar que la capacidad de movimiento de estos invertebrados es muy limitada por lo que su presencia o no en nuestras costas va a depender de corrientes marinas, temperatura del agua, salinidad, vientos… estos condicionantes dificultan poder prever cuando y donde aparecerán, siendo habitual, su presencia discriminatoria, en dos playas contiguas con diferente orientación.
Los bancos de medusas han sido una imagen habitual de este verano. Videos de surfistas atravesando enormes enjambres o pescadores separando miles de medusas de la enjuta captura de sardinas se han hecho virales y no parecen la mejor publicidad para una tierra que tiene en la costa su principal sustento.
Está claro que las banderas con avisos y miles de bañistas sin poder retozar en la orilla son una andanada en la línea de flotación del turismo de arena y chiringuito.
Pero ¿qué pasaría si las medusas fueran comestibles?, es más, que ocurriría si fueran un producto gourmet cotizado en lonjas especializadas. Seguramente no existirían ninguno de los problemas anteriormente indicados ya que pequeñas embarcaciones se especializarían en su seguimiento y captura mucho antes de que llegaran a la costa.
Ya hemos visto que los gustos culinarios del hombre varían de forma notable y más cuando estos productos provienen del mar. En el caso de las medusas tampoco seríamos pioneros puesto que en Asia llevan años haciéndolo. En China o Japón son un plato habitual y grandes chefs como Carme Ruscadella defienden su empleo en alta cocina al considerarlo una «verdadera maravilla». De hecho, se puede encontrar en algunos restaurantes de Madrid o Barcelona pero su consumo dista mucho de ser algo más que pura excepcionalidad.
Dos de las cuatro especies más habituales en nuestras costas son comestibles y todas son susceptibles de ser utilizadas en alta cosmética. Su composición es rica en proteínas como el colágeno y carecen de grasas. Parecen tener un intenso sabor a algas y a mar lo que abre la posibilidad de ser cocinadas de infinidad de formas diferentes.
Como en otras ocasiones, de un grave problema puede surgir una buena oportunidad. Las medusas son un quebradero de cabeza medioambiental de primer orden al, entre otras cosas, comerse los alevines de numerosas especies de peces. Pero también lo son a nivel económico donde pueden condicionar la decisión de miles de turistas que no desean conocer a que sabe la picadura de este prehistórico animal. Prehistórico e indeseado que puede pasar a representar todo lo contrario a nada que la oportunidad empresarial y el estómago de la sociedad se abran a nuevas experiencias.
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