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La responsabilidad en el consumo de alimentos está de moda, parece que el lema “eres lo que comes” ha calado y todos opinamos sobre cuáles son los nuevos súper alimentos o qué ingredientes tenemos que evitar. Estos entretenidos debates están sustituyendo a las sesudas tertulias sobre la última alineación de la selección, pero en demasiadas ocasiones carecen de verdaderos fundamentos o incluyen medias verdades que solo incrementan la confusión. Mientras tanto la industria alimentaria toma buena nota del creciente interés y complica el descifrado de sus ingredientes.
Un reciente estudio del observatorio de bioética y derecho de la Universidad de Barcelona alerta sobre la creciente confusión en el etiquetado de los productos alimentarios y la necesidad de un cambio normativo que endurezca las sanciones y permita que los envases y listados de ingredientes realmente informen y no desorienten.
Son muchos los organismos, como la OCU, que intentan alertar sobre las diferentes estrategias de confusión e, incluso, la normativa sobre el etiquetado de alimentos se mejoró hace pocos años pero los departamentos de marketing también se adaptan, de forma que “hecha la ley hecha la trampa”. Así que nada mejor que armarte del espíritu de Sherlock Holmes y acudir al supermercado con ánimo crítico y el olfato deductivo bien afinado.
Para que esta labor detectivesca sea más factible habrá que tener presentes las 10 trampas, más habituales, que nos podemos encontrar en el supermercado:
1
El viejo truco de destacar lo bueno e intentar esconder lo malo es utilizado, con descaro, empequeñeciendo el tamaño de las letras poniendo a prueba la capacidad ocular del consumidor.
2
Puedes comprar un cartón de huevos pensando que son ecológicos porque en la imagen del envase aparezca un exuberante prado verde con gallinas correteando, pero si el primer número que aparece impreso en los huevos es un 3, estarás comprando huevos de gallinas criadas en jaulas sin apenas espacio para moverse.
3
Sus envases son idénticos y el aspecto e incluso el sabor son similares, pero si en la denominación del producto no aparecen las palabras jamón de york, queso o yogurt seguramente sean derivados cárnicos y lácteos que nada tengan que ver con los originales.
4
Frases como “0% en azúcar” pueden esconder proporciones escalofriantemente altas de grasa y viceversa.
5
Existen sopas de bogavante que contienen tan solo un 0,5% de este animal, aunque exhiban una espectacular foto del crustáceo en el envase.
6
Purés de patata “tradicionales” hechos a base de patata deshidratada, postres “caseros” atiborrados de gomas y mucílagos o galletas “artesanales” hasta los ojos de azúcares y aceite de palma.
7
El néctar de fruta, a pesar de su evocador nombre, es una bebida muy inferior en calidad al zumo de esa misma fruta, ya que contiene mucha más agua y azucares.
8
Algunos productos procesados muestran con orgullo el origen 100% vegetal de sus grasas, cuando uno de los peores ácidos grasos que existe es el palmítico con un origen 100% vegetal.
9
Que nos destaquen la alta presencia de vitaminas, fibra o antioxidantes no impide que sea un producto con alto contenido en azúcares y absolutamente pernicioso para nuestra salud.
10
La nomenclatura química, a veces, logra confundirnos. La presencia de azúcares puede camuflarse como glucosa, fructosa, sacarosa o jarabe de maíz… El aceite de palma aparece, en ocasiones, como palmiste. Las grasas trans se suelen denominar como aceites vegetales parcialmente hidrogenados, ácidos grasos trans o grasas hidrogenadas.
La ajetreada vida occidental nos hace que pasemos de forma acelerada por muchas de las actividades que realizamos durante el día, pero quizás la de hacer la compra no debiera de ser una de ellas. Tomarnos un momento para leer los ingredientes, evitar los alimentos procesados o intentar comprar productos de temporada debería de ser el ABC de una vida donde la salud sea realmente valorada.
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