El Málaga se marchó de La Romareda con la sensación de que no completó su trabajo. Más entonado en tareas defensivas, cortó la sangría de goles encajados y arrancó en Zaragoza un punto más valioso anímica que numéricamente. En un duelo con altibajos, el equipo ... sufrió en los tramos iniciales de cada periodo y se recuperó posteriormente, aunque la debilidad a balón parado y las notables carencias para generar ocasiones impidieron obtener el triunfo para tomar impulso y coger aire en la tabla.
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Aunque el técnico malaguista adelantó su deseo de introducir cambios para ver a más jugadores en acción, fue demasiado elocuente que se cayeran cuatro de los cinco futbolistas titulares de mitad de campo hacia arriba en Miranda de Ebro. Únicamente Jozabed se salvó de la quema mientras Jairo, Kevin, Febas y Brandon recibieron el primer aviso. Natxo González no varió su sistema (4-1-4-1) y devolvió a Escassi a su posición habitual de ancla en la medular, al tiempo que apostaba por la pareja Lombán-Peybernes (tan vulnerable otras tardes) y daba la oportunidad a Cufré en el lateral izquierdo.
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Las miradas también estaban puestas en la portería y el entrenador vitoriano renovó su confianza en Dani Barrio, que le respondíó a las primeras de cambio con una soberbia intervención a testarazo a bocajarro de Lluis López en un córner. El Málaga entró en el partido tan despistado como una semana antes en Anduva y pudo pagarlo ante el arreón inicial del Zaragoza. Durante un cuarto de hora el equipo blanquiazul no olió la pelota, víctima de esa posesión tan constante como inútil que caracteriza a su rival. Eso si, se recuperó esa sensación de bloque más o menos compacto, con las líneas juntas, sin la defensa tan atrás y con todos los futbolistas implicados. El cuadro local abusó del toque en corto y pagó sus carencias en el juego entre líneas. Los interiores estaban demasiado cerca del medio de contención y los teóricos extremos se comportaban como dos puntas más, demasiado estáticos.
La dinámica cambió a los veinte minutos. Bastó un envío en largo de Lombán para que el Zaragoza sintiera cierto temor. Y como ambos equipos encararon el partido con demasiado miedo –consecuencia de esas inseguridades defensivas que generan tantas dudas–, el Málaga ya comenzó a tener la pelota y, sobre todo, encontró más a Jozabed entre líneas. Si a eso se suma que Roberto descargó el juego con sucesivos controles que permitían ganar terreno, el duelo se equilibró. Precisamente el joven ariete anduvo listo para aprovechar el descuido en un control del 'pivote' local, Petrovic, y también rápido en la entrega a Antoñín. El malagueño resolvió gracias a dos toques en carrera con la derecha, uno para superar al central Lluis López y otro para batir de tiro cruzado a Cristian Álvarez.
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El gol fue un mazazo para el Zaragoza y sirvió para que La Romareda atronara ante la delicada situación deportiva e institucional. Al Málaga le faltó más colmillo, porque a su cohesión y a una notoria implicación defensiva no se añadió convicción. Tantas dudas provocan ese afán por guardar la viña, aunque en esta categoría una renta tan exigua sirve de muy poco. El equipo lo comprobó en el arranque de la segunda parte, cuando los locales salieron desbocados en busca de la igualada.
Como sucedió en el tramo inicial del partido, al Málaga le faltó empaque para no atrincherarse, para cortar el ritmo del Zaragoza. Además, concedió en exceso por la derecha, con Antoñín descuidado en las subidas de Francés (central empleado como lateral derecho) y con las habituales dudas defensivas de Cufré. Hasta que el equipo, tan vulnerable toda la tarde a balón parado, vio neutralizada su ventaja por un tanto de penalti tras un agarrón de Cufré.
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Todo el empaque que le faltó al Málaga durante casi veinte minutos se tornó personalidad tras el varapalo. Tuvo la pelota y controló el partido. Dani Barrio apenas tuvo trabajo, pero de nuevo faltó más capacidad para generar ocasiones. Paulino, más entonado en el tramo final, tuvo la más clara de ambos equipos en casi media hora, pero no ajustó el punto de mira. Por eso quedó la sensación de trabajo incompleto.
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