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La Romareda asistía a un choque de dos históricos venidos a menos, que además llevan un camino similar: dos directivas (bueno, una; la otra está en el limbo) nefastas, dos plantillas que no han dado lo que se esperaba de ellas, dos direcciones técnicas erráticas ... y sólo pendientes de las redes sociales, y dos aficiones tremendamente cabreadas. Tanta similitud sólo podía dar un resultado: empate. Y así fue. Ni uno ni otro merecieron ganar, y aunque ambos lo desearan, son tantas sus carencias que era imposible que lo consiguieran...
Tal como está la cosa, tal como dejó José Alberto al Málaga, tras el fracaso del inesperado cierre del mercado de invierno sin más incorporaciones, con una presidencia (administración judicial) provisional, ya de verdad creo que hay pocos aficionados malaguistas que aspiren a otra cosa que llegar a los 50 puntos y apuntalar la categoría. Salvo milagro de Natxo González (que, ojo, no hay que descartar), este Málaga tiene que mantenerse en Segunda, rezar para que llegue una presidencia fuerte (la que sea) y aspirar después a recuperar todo lo perdido. En Zaragoza, el Málaga pudo ganar, entre otras cosas porque el divorcio de los locales con su hinchada es de campeonato, pero no lo hizo porque al nuevo entrenador no le ha dado tiempo de sacar al equipo del socavón en el que lo dejaron ante la anuencia de quienes nunca debieron permitirlo, y por eso no nos quedamos con los tres puntos tras la genialidad de Antoñín. Un absurdo penalti de Cufré (que lo fue, sin venir a cuento, pero lo fue) le valió el 1-1 a los maños, y los dos equipos se dieron por contentos. El gol local llegó tras un abrumador dominio sobre un Málaga que entregó el terreno de juego, la pelota e incluso las llaves del vestuario y del autobús si me apuran... Ni una salida, ni un contraataque, y nos empataron, claro. Menos mal que los zaragocistas no están para cohetes y ahí pararon. Unos y otros fueron grandes. Hoy son dos equipos vulgares en una categoría mediocre. Mucho le queda a González por hacer y al Málaga por mejorar, pero tengo fe. Y no sé por qué...
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