Seguro que durante estos días han escuchado la historia de que cómo el médico húngaro Ignaz Semmelweis convenció a la humanidad para que nos empezáramos a lavar las manos a partir del siglo XIX. Lo cierto es que la historia es buena pero está alejada ... de la realidad. El nacimiento del mayor avance tecnológico de la humanidad en materia de prevención no fue ajeno a las miserias humanas.
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Nuestro protagonista mereció incluso un «doodle de google» hace unas semanas pero no es cierto que nos lavemos las manos por él. Semmelweis era médico en Viena hace más de 170 años y llegó a ser conocido «el salvador de las madres». Descubrió que los partos atendidos por médicos tenían unos porcentajes de fallecimiento, entre las parturientas, mucho mayores que los atendidos por matronas. Ignaz era especialista en el control de las infecciones en el puerperio (el periodo posparto) por lo que el tema le interesaba. Se dio cuenta que los médicos realizaban necropsias justo antes de atender los partos de forma que intuyó que alguna «partícula cadavérica» era transportada por estos doctores y era la que causaba el dramático incremento de fallecimientos. La medida que implementó estaba repleta de sentido común, lavarse las manos antes de entrar en la sala de partos. Los resultados fueron automáticos y espectaculares. Pero lejos de convertirlo en una celebridad aquello le proporcionó multitud de enemigos. El mundo microbiológico estaba lejos de ser entendido y exponer claramente que, los engreídos médicos del hospital de Viena, podían ser los causantes de esa oleada de muertes era más de lo que sus colegas podían admitir. Las consecuencias fueron la marginación, el descrédito y una temprana muerte antecedida por una profunda depresión y un siniestro ingreso en un sanatorio mental.
Seguro que uno de los primeros referentes históricos sobre el lavado de manos, que todos tenemos en mente, refiere a un prefecto de Judea en la época del emperador Tiberio, un tal Poncio Pilatos. Pero hoy en día es más que discutible que realmente sucediera esa escena por mucho que San Juan lo relate en su evangelio. No es muy creíble que la mayor autoridad del Imperio, en ese territorio, adoptara una costumbre judía y cediera la responsabilidad sobre la ejecución de la pena capital, tal y como cuenta en su último ensayo el historiador Aldo Schiavone.
Vemos que las primeras referencias entorno al lavado de manos no son precisamente por higiene. Fue el Islam quien introdujo una concepción higiénica del lavado, algo que brillaba por su ausencia en la Edad Media. La conexión entre falta de higiene y enfermedad estaba muy lejos de ser apreciada, pero algunos médicos si relacionaban afecciones dermatológicas con falta de limpieza en la piel. Los avances en el control de enfermedades mediante la limpieza deberían esperar algunos siglos más y el descubrimiento de un nuevo mundo.
En el siglo XVII Holanda era el sitio donde tenías que ir si querías comprar telas. Su manufactura era la más elaborada y base de un prospera industria. Los comerciantes de paños debían saber distinguir la calidad de esas telas y dicha calidad estaba definida por el número de hilos por cm². Esto produjo una carrera tecnológica por desarrollar las mejores lentes de aumento que permitieran optimizar el trabajo. El secreto era curvar la lente para poder alcanzar un mayor aumento y nadie las curvó mejor que Antoni Van Leeuwenhoek. Realmente Antoni no consiguió una lente de aumento sino el microscopio más avanzado del planeta en ese momento y en los siguientes 100 años. Era una persona curiosa y se puso a observar desde gotas de agua de un lago cercano hasta su propio semen. El descubrimiento del mundo microscópico por parte de este tratante de telas fue toda una revolución que incluso le proporcionó su ingreso en la Royal Society de Londres.
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Fabricar un microscopio de 500 aumentos y descubrir la existencia de criaturas microscópicas convirtieron a Van Leeuwenhoek en una celebridad de la época pero el holandés estuvo lejos de entender, realmente, lo que había descubierto. De hecho llamó «animáculos» a los seres microscópicos que observaba ya que pensaba q eran versiones minúsculas de los seres vivos que podemos ver a simple vista.
Los conocimientos sobre el mundo celular fueron avanzando durante los siguientes 200 años. Pero relacionar el desarrollo de las enfermedades infecciosas con ese reino minúsculo no iba a ser fácil. A principios del siglo XIX la explicación del origen de las enfermedades infecciosas era una mezcla de superchería y antiguas teorías grecolatinas. Las dos hipótesis más admitidas eran la «teoría los miasmas» (un conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras que eran la causa de enfermedad) y la «teoría de los humores» (el cuerpo humano está compuesto de cuatro sustancias básicas, llamadas humores (líquidos), cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona). Estas formas de entender los problemas de salud estaban muy arraigadas, de hecho, la teoría humoral ya era utilizada por Hipócrates y convertía a sus 4 protagonistas ( bilis negra, bilis, flema y sangre) en los focos que merecían la atención de los médicos.
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Louis Pasteur iba a cambiarlo todo. Por lo pronto desacreditó, definitivamente, la teoría de generación espontanea con una serie de experimentos e instauró la teoría germinal para explicar las enfermedades infecciosas. Pasteur no descubrió el mundo microscópico pero si supo entenderlo tanto para el desarrollo de las vacunas como en el origen y propagación de las enfermedades infecciosas. Estas solo podían provenir de «un ente vivo microscópico con capacidad para propagarse entre las personas».
Las implicaciones de estos descubrimientos llevaban aparejada la puesta en valor de la higiene como un método preventivo fundamental, pero ahora con conocimiento de causa.
Las consecuencias no se hicieren esperar y Joshep Lister tomó buena nota. El conocido como padre de antisepsia moderna, revolucionó la forma en la que se realizaban las operaciones. Los cirujanos debían lavarse las manos y utilizar guantes, el instrumental quirúrgico debía esterilizarse justo antes de ser usado.
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Las argumentaciones de Pasteur se extendieron por la comunidad científica y tan solo unos años después la enfermera británica Florence Nightingale fue pionera en la instauración de la higiene médica obligatoria, empezando por el hospital de campaña donde trabajaba, en plena guerra de Crimea. Hoy es conocida como la precursora de la enfermería profesional moderna.
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