La huella psicológica de un año de pandemia
Doce meses de lucha contra la Covid-19 ·
Doce meses después del estado de alarma, los especialistas alertan del efecto de las restricciones y la pérdida de rutinas en un amplio sector de la poblaciónDoce meses de lucha contra la Covid-19 ·
Doce meses después del estado de alarma, los especialistas alertan del efecto de las restricciones y la pérdida de rutinas en un amplio sector de la poblaciónLa importancia de los acontecimientos históricos suele medirse, más allá de otras consideraciones, por la capacidad que tienen de mantenerse en el recuerdo de las personas ligados a la imagen nítida de qué hacían justo en el momento en que se enteraron de la noticia. ... El asesinato de Miguel Ángel Blanco, el ataque contra las Torres Gemelas, el 11M... La declaración del estado de alarma, el pasado 14 de marzo, por la crisis del coronavirus.
Publicidad
Hoy hace justo un año de aquella fecha que encerró a la población en sus hogares con el primer horizonte temporal en las dos semanas pero con el convencimiento de que aquella cuarentena se prolongaría en el tiempo. Doce meses después, y con el estado de alarma prorrogado hasta mayo, la crisis del coronavirus y todo lo que vino después –sobre todo en los ámbitos social y económico– sigue dejando más incertidumbres que certezas.
Aquellos días previos a uno de los confinamientos más duros de Europa también se mantienen vivos en el recuerdo: el blindaje de las residencias de ancianos, el cierre de los colegios y universidades, las colas en los supermercados para mantener llenas las despensas o la suspensión de toda actividad que no fuera esencial forman ya parte de la historia reciente.
Pero más allá de los efectos palpables de esta crisis sin precedentes, que ha dejado casi 1.500 muertos en la provincia de Málaga desde que el pasado 13 de marzo de 2020 se registrara el primer fallecimiento por coronavirus, existe otra huella sobre la que los especialistas llevan tiempo alertando y que va más allá de lo físico. Es el impacto psicológico en una población que, a pesar de las vacunas, contempla con desesperanza el futuro inmediato y que acusa el cansancio de estos doce meses de encierro, restricciones, distancias de seguridad y crisis generalizada. ¿Cómo se mide ese impacto? ¿Hasta qué punto será recuperable la estabilidad emocional de la antigua normalidad?
Publicidad
Las respuestas están abiertas, en parte porque son pocas las voces que se atreven a poner fecha al fin de la pandemia; pero sí parece existir un acuerdo unánime en el hecho que la crisis del coronavirus dejará su marca –más o menos profunda– en una buena parte de la sociedad.
En efecto, las pandemias tienen un efecto psicológico muy importante sobre la población. La incertidumbre, la confusión, el miedo y la sensación de urgencia que generan añaden un plus de estrés a rutinas y hábitos que, por otra parte, han desaparecido o se han visto afectados. Es un hecho, también, que esa huella no tiene un impacto uniforme en la población, por eso los especialistas llaman la atención sobre los grupos más vulnerables: personas sin escudo económico y social, ancianos solos o con escasos lazos familiares, personas con discapacidad o menores y adultos que viven en hogares conflictivos forman parte de los principales grupos de riesgo, aunque los contornos de los colectivos afectados se ensanchan con la legión de ciudadanos que, de la noche a la mañana, vieron como sus empleos o sus proyectos de vida paraban en seco. Y además, sin horizonte para reanudar esa normalidad tan necesaria para la estabilidad emocional.
Publicidad
En este contexto, las reacciones al estrés pandémico se han traducido en manifestaciones más o menos intensas en amplios grupos de población, con problemas vinculados a la ansiedad, las fobias, el miedo, la depresión, la tristeza, la apatía o incluso a procesos de duelo de complicada solución. Un conjunto de síntomas que la OMS califica de «reacciones normales y naturales ante la situación que estamos viviendo» pero que no por ello han de dejarse de abordar. Y estos son sus efectos.
Fatiga pandémica
Marzo de 2021 significa que ha pasado un año desde que todas las personas están sufriendo los síntomas derivados de la pandemia. Marzo de 2021 son doce meses de una vida marcada por pérdidas, mascarillas y teletrabajo. Si se habla de salud mental «un año es mucho tiempo». La voz la tiene Mariela Checa, psicóloga malagueña con décadas de experiencia profesional en la atención clínica de personas que pasan por problemas de salud mental. También dirige el servicio de atención psicológica de la Universidad de Málaga. «Es mucho tiempo», repite. En la manera que marca la entonación traslada algo de asombro, una elevada dosis de preocupación y una llamada de advertencia. El último año también ha sido el descubrimiento de nuevas sensaciones. El coronavirus también es la aparición de un fenómeno acuñado como «fatiga pandémica». En mayor o menor medida, afecta a toda la población. ¿Cómo se origina y cómo afecta a la mente? Hay varios factores que contribuyen a que la fatiga pandémica se extienda, pero Checa destaca la sensación de una «falta de control» y la ausencia de un «mensaje claro».
Publicidad
Las consecuencias ya se constatan. En la calle y en los espacios privados. Crece el número de personas que dejan de informarse sobre la pandemia y aumentan los incumplimientos de las normas sanitarias. La fatiga pandémica está detrás de una de las grandes paradojas de este año: dejar de ver al coronavirus como una amenaza real cuando los contagios iban en aumento. Otra clave está en la comunicación.
La manera en la que se trasladan los mensajes es vital para evitar un aumento de la fatiga pandémica. La experta detecta una falta de consistencia de los mensajes que se emiten por parte de las administraciones. Que una pandemia es algo nuevo, que la realidad puede cambiar de un día para otro, sería entendible. La ciencia es también eso: prueba y error. Con más razón, opina Checa, los políticos deben comunicar con firmeza y sin caer en contradicciones. Si el ciudadano no considera plausible las restricciones estaría más dispuesto a incumplirlas. «La gente ya no sabe bien lo que puede hacer y lo que no y tampoco se ofrece un horizonte concreto. Eso genera muchísima frustración. El primer confinamiento, aunque fue mucho más duro, se llevó mejor. ¿Por qué? Había una perspectiva. A la población se le dijo que había que hacer un sacrificio, pero al mismo tiempo se dibujó la desescalada para mayo. Ahora no pasa eso. No hay una fecha para ponerle fin y se generaliza la sensación de que esto no va a acabar nunca», advierte la psicóloga. El principio de esfuerzo y recompensa se ha roto.
Publicidad
El mantenimiento de las restricciones de manera prolongada afecta a la fatiga pandémica, la incrementa. «Las personas, por lo general, llevan muy mal las prohibiciones», detalla Checa. Querrían tener la sensación de que actúan con sentido común y no que solo acatan órdenes de manera ciega. Un ejemplo serían las restricciones a la movilidad. Para el ciudadano es poco comprensible que no se pueda viajar entre provincias, pero que se hable de recibir turistas. «No justifico de ninguna manera que se incumplan las normas sanitarias, pero entiendo, desde el punto de vista psicológico, que haya cada vez más personas que lo hagan. Sobre todo entre los jóvenes», asegura Checa.
La fatiga pandémica tiene el poder de crear una espiral perjudicial para la contención de la pandemia. La ausencia de mascarillas en un encuentro entre amigos o el incumplimiento de la distancia social pueden provocar un aumento de contagios. Cuesta mucho más, admite la experta, mantenerse firme cuando se está en un círculo de confianza. En los centros de trabajo, por ejemplo, es más fácil cumplir con las normas que se marcan.
Noticia Patrocinada
Hay más señales evidentes de que la fatiga pandémica está afectando a muchas personas. Los psicólogos utilizan frecuentemente cuestionarios para sondear el estado de ánimo. Arun Mansukhani es uno de los psicólogos con más bagaje en la provincia de Málaga. Su currículum, tras 30 años de experiencia, es tan amplio como apabullante. Traza un cuestionario que recuerda a la lista de verificación de un piloto antes de despegar: ¿Se siente abatido con frecuencia? ¿Desanimado, sin ganas de hacer nada? ¿Siente que está agotado? ¿Tiene dificultades para controlar el sueño? ¿Está más irritado que antes? La mayoría, alerta, contesta ahora mismo estas preguntas con un sí.
Noticia Relacionada
¿Qué nos está pasando? La fatiga pandémica da lugar a otras emociones. Nunca antes la melancolía y la alegría nostálgica han estado tan presentes como ahora, se estiran por todas las capas de la sociedad. Nunca antes se ha echado tanto de menos. Se echan de menos a personas queridas. Los jóvenes echan de menos más intimidad. También se echan de menos experiencias. Un concierto multitudinario o una visita al teatro. En general, el anhelo por el pasado es otro gran signo de estos tiempos. Más leña para la hoguera de la fatiga pandémica.
Publicidad
Checa también apunta, en este contexto, a un concepto muy concreto: el poder de los números. Los números son un elemento básico en la organización de las sociedades, están embridados a ella junto a la escritura. «Sirven para simplificar y explicar el mundo. Ahora lo que escuchamos todos los días son cifras de muertos y contagios. 300 muertos. 20.000 contagios. 400 muertos. 25.000 contagios. Así llevamos todos los días. Al final, son muchos muertos. Nos genera ansiedad», señala otra de las razones por la que muchas personas han optado por desconectar y ya no siguen la evolución de la pandemia. Los números también transmiten siempre emociones. Ahora mismo todo son emociones negativas. Las cifras generarían mucha inseguridad e incertidumbre.
Día de la marmota
¿Qué día es hoy? ¿Qué fue lo que hice otra vez ayer? Son preguntas que normalmente se pueden contestar sin dudar, sin apenas pestañear, pero que ahora exigen una pensada. Son los efectos sobre la mente de una vida que se siente narcotizada, como un trote en el que todos los días son iguales. «Hay una sensación de no avanzar. Desde el principio, se ha intentado hacer ver a la gente que la pandemia y las restricciones son algo temporal. Pero llega un momento en el que el fin no llega nunca, en el que da la impresión de que cualquier solución que se va planteando por el camino acaba frustrada. Que llegan las vacunas. Luego parece que no hay suficientes...», detalla Mansukhani el principal motivo que hay detrás de esa sensación muy común en estos meses: experimentar un día como la copia del día anterior.
Publicidad
Aquí surge otra paradoja. La actual rutina, aunque para nada sea excitante ni emocionante, provoca, en cambio, cansancio y agotamiento. Nuestros pensamientos, asegura el experto, se desdibujan en estos momentos. Las emociones parecen estar enterradas bajo una superficie opaca. Se perciben de manera vaga, pero no se pueden sentir en su totalidad, se van embotando. ¿Qué está pasando con nosotros? No hay un término exacto en la psicología que describe esa sensación de vivir en el día de la marmota, pero Mansukhani se dispone a buscar otras causas. Una de ellas está relacionada con la sobreabundancia de información.
«Recibimos cantidades ingentes de información. Todos los días. También la buscamos, claro. Pero luego no podemos procesarla, no logramos ordenarla. Eso provoca un desbarajuste en nuestro cerebro». Aunque, ya sea de manera subliminal, esos pensamientos desordenados ocupan a la mente y cansan con el tiempo. Generan hastío. A eso hay que sumarle que, durante los últimos doce meses, el coronavirus se ha convertido en el tema predominante. Miles de informaciones relacionadas con la pandemia se producen a diario y eso provoca monotonía. La falta de variedad contribuye a estrechar nuestros pensamientos. En algún momento, la población comenzaría a protegerse de todo ese 'input', incluso a rechazarlo. La vida, en un segundo plano, señala Mansukhani, intensifica esa sensación de que todos los días son iguales.
Publicidad
Noticia Relacionada
Esta evolución no solo se está produciendo a nivel individual. «Está pasando algo a nivel de sociedad», confirma el psicólogo. Para romper esa sensación de vivir en el día de la marmota, algunas personas ya estarían adoptando una especie de rebelión interior. Esta se manifiesta en una creciente corriente que apuesta, cada vez más, por el levantamiento de las restricciones. Por ejemplo, en el comercio y la hostelería. Muchas personas articulan ese espíritu de rebeldía en las redes sociales: Twitter, Facebook y compañía. Impregna también a la propia política.
El simple hecho de pensar y hablar todo el rato de lo mismo ya crearía una dinámica de masas propia. Sin embargo, no es una dinámica que está marcada por producirse de manera acelerada y vigorosa. Al revés. Es una dinámica que se mueve a cámara lenta. Es un torrente de lava espesa que no avanza de manera notable.
Publicidad
Hay más ingredientes que hacen colapsar la percepción de la realidad como se conocía antes de la pandemia. Según Mansukhani, la sociedad, entendida como gran colectivo, desconoce ahora mismo cuándo se pasará la meta. Todos anhelan el fin de la pandemia pero nadie sabe cuándo llegará ni por el camino exacto por el que hay que transitar. Este contexto sería el abono ideal para que crezca el individualismo. Mansukhani explica que la sociedad española ya era una sociedad «más bien individualista» antes de la pandemia, pero que ahora se puede ver incrementado por las circunstancias, como una reacción natural del ser humano para adaptarse a un nuevo escenario. El individuo es la unidad más pequeña dentro de la sociedad y si no tiene posibilidad de unirse a otros se uniría consigo mismo. Para desarrollar nuevas metas comunes sería necesario que sentir a la persona. Una empresa complicada en tiempos de distanciamiento social.
Un año de coronavirus, por lo tanto, también es un año en el que una jornada es igual que la otra. Un año en el que la noción del tiempo se ha desformado. Sentidos siete domingos a la semana se encadenan unos detrás de otros. El mito de Sísifo de Albert Camus convertido en una realidad palpable. Todo tarda ahora mismo demasiado. La bajada de la curva. La llegada de las vacunas. Mientras tanto, queda la sensación es que todo se va desmoronando alrededor.
Ausencia de relaciones sociales
Si hay algo pérfido en el coronavirus, desde el punto de vista de la salud mental, es que obliga a las personas a evitar el contacto con otras personas. Y, en eso coinciden todos los psicólogos consultados, hace enfermar a las personas. El catedrático de Psicología en la Universidad de Málaga, Pablo Berrocal, quiere señalar primero a la naturaleza del propio ser humano: «Es el ser más social que existe en el planeta». Por ejemplo, las personas, cuando sienten estrés, buscan la cercanía con otras personas. Si hay peligro, el cerebro emite sustancias que le señalan que debe buscar ayuda en otros. Eso ahora no sería posible. A la pandemia, esa es otra gran paradoja, se le gana si se mantiene la distancia con otros.
Berrocal, que lleva estudiando el comportamiento de las personas desde el inicio de la pandemia con un grupo de trabajo de la universidad, asegura que este año supone una auténtica prueba de resistencia para la sociedad. El no poder ver a los seres queridos enturbia los días y las noches. La prohibición de contactos físicos, el mandamiento de la distancia, la preocupación constante por tener las manos limpias, el pánico a las aglomeraciones haría mucho con las personas. Las estaría cambiando, aunque sin poder determinar aún exactamente en qué. ¿Serán cambios irreversibles? Eso ya se verá cuando el mundo despierte de su pesadilla colectiva. «Muchos de los daños a nivel de salud mental no se aprecian de manera inmediata, se aprecian en el medio plazo», advierte. La ausencia de relaciones sociales estaría vinculada de manera directa con la soledad. El tema de la soledad, señala el psicólogo, ya estaba latente antes de que la población mundial se viera obligada a confinarse durante meses entre las cuatro paredes de casa, antes de que la gente se pusiera mascarillas para salir a la calle, o antes de que se empezara a medir la distancia interpersonal.
Publicidad
Antes del coronavirus, los expertos ya advertían de la epidemia de la soledad, provocada por la globalización y el paso de la sociedad del «nosotros» al «yo». De lo colectivo a lo individual. Y ahora llega la pandemia y corta las relaciones sociales, los vínculos que durante mucho tiempo se han cultivado, y que trascienden al círculo de confianza más cercano o familiar. «La situación es realmente preocupante», manifiesta Berrocal.
El experto teme que la ausencia prolongada de relaciones sociales pueda cambiar a algunas personas para siempre. Que la falta de contactos interpersonales está generando depresiones y acelerando cuadros de ansiedad, eso ya lo da por hecho. Pero Berrocal también se pregunta por cómo se relacionarán las personas en un futuro, cuando se dé por superada la vertiente sanitaria de esta crisis. «Es muy probable que tengamos a miles de fóbicos sociales. Personas que no se atrevan a salir de casa. Recuperar a esas personas será muy complicado», advierte.
Como sociedad, el panorama postpandemia deja un escenario en el que la tarea de recuperar será una tarea mayúscula. Quien conjuga la palabra recuperar, señala Berrocal, no debe hacerlo solo desde el punto de vista económico. «Aunque la crisis que vendrá también tendrá efectos para la salud mental».
Noticia Relacionada
Las personas traumatizadas por la ausencia de relaciones sociales, ¿qué va a pasar con ellas? ¿Se atreverán a buscar ayuda en otras personas? ¿Quedará esa sospecha tan deshumanizadora, sobre todo en las personas mayores y más débiles, de ver al de enfrente como alguien que puede transmitir un virus mortal? «Hay que tener mucho cuidado con eso», insiste Berrocal. El ser humano depende de los contactos con otros. Si no los tiene, acabaría marchitándose como una planta sin agua.
Publicidad
En la misma línea se expresa Mansukhani. «El aislamiento y la falta de relaciones sociales son unos de los mayores castigos para el ser humano. De ahí que en las cárceles el mayor régimen de castigo sea la celda de aislamiento», señala. El psicólogo confirma que la ausencia de relaciones sociales durante un tiempo prolongado constituye un riesgo, tanto para la salud mental como para la salud física. «Sobre todo en las personas mayores es algo muy notable. En este año hemos visto como muchísimos han pegado un bajón tremendo».
El experto teme que el coronavirus desemboque en una recesión social, con efectos parecidos a una recesión económica. «La gente que vive en un núcleo familiar bien avenido… bueno, algo mitiga. Pero para las personas que viven solas, la ausencia de relaciones sociales está siendo brutal. El no poder quedar es tremendamente dañino. Luego pasa otra cosa. Muchas relaciones casuales que manteníamos antes a lo largo del día, de las que uno no era consciente, también se han perdido».
Restricciones
Un año de pandemia también es la huella temporal de una vida que ha sido restringida hasta niveles inimaginables: estado de alarma, toque de queda, confinamiento o cierre perimetral. Lo que en el imaginario colectivo formaba parte del cine bélico o se adscribía a dictaduras lejanas ha golpeado también a nivel mental. «El ser humano lleva muy mal las prohibiciones, eso siempre ha sido así. Pero al principio de la pandemia, la aceptación era otra, y eso que los meses de marzo y abril coincidieron con los meses del confinamiento más estricto», recuerda Checa. Esa mayor aceptación inicial, explica, tiene mucho que ver con que las personas se enfrentaban a una situación novedosa, algo jamás experimentado hasta el momento. El miedo que hubo entonces y la sensación de riesgo habrían aminorado. La aceptación de las medidas impuestas por parte de las administraciones decrece en la medida en la que las prohibiciones se alargan en el tiempo. «A pesar de las restricciones hemos visto como han aumentado los contagios y ha habido más olas. Eso desmotiva mucho», detalla.
En este contexto, también decrece la esperanza de una pronta mejora y el resultado sería, según Checa, el aumento de emociones que se traducen en frustración. Los estados de ánimo ya están muy tocados y se extiende la sensación de que todo lo que antes era divertido ahora está prohibido. Las restricciones, añade Checa, aumentan la sensación de una falta de control en las personas: he perdido la influencia sobre mi propia vida, mi vida me la dictan desde arriba. En el momento en el que esta idea va arraigando a nivel psicológico, automáticamente incrementa la voluntad en las personas de ir quebrando las restricciones.
Publicidad
A eso contribuye también que la mayoría de las personas tiene interiorizada los valores que van ligados a las democracias liberales. La libertad sería un pilar fundamental en el entendimiento colectivo de cómo se debe construir una sociedad. Crece la sensación de que esa libertad se estaría menoscabando y se pone en duda que exista una proporcionalidad adecuada entre las medidas necesarias para contener la pandemia y el recorte de libertades que se experimentan en el día a día.
De ello también alerta Ángel Rodríguez, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Málaga. «Estamos viviendo este último año con cierta preocupación. Ahora se cumple un año desde la entrada en vigor del primer estado de alarma, que dura hasta mayo, pero que incluso se podría llegar a prolongar», explica. «Como en tantas cosas de la pandemia, hemos ido un poco a ensayo y error. Pero la deriva ha sido cada vez más preocupante. Cada situación excepcional tiene que tener un control parlamentario. Nosotros empezamos en los primeros estados de alarma con prórrogas de 14 días», recuerda. Entre todas las limitaciones, Rodríguez destaca que las restricciones a la movilidad son las que «mayor preocupación generan».
Soledad
El efecto devastador de la soledad en las personas mayores ya se había convertido, antes de la pandemia, en un problema medular de la agenda social, institucional y sanitaria. Definida por la OMS como la «epidemia silenciosa», muchas administraciones habían dado ya el paso adelante para tratar de evitar la huella psicológica de la soledad en un grupo de población que no hace más que crecer. Fue el caso del gobierno de Reino Unido, que incluso llegó a anunciar la puesta en marcha de un ministerio específico para abordar este problema. En un ámbito más cercano, el gobierno nacional, regional y local también anunciaron medidas para combatir el efecto de la soledad en los mayores. Las cifras confirman esa necesaria acción: en la provincia de Málaga, más del 14% de la población tiene más de 65 años y la cuarta parte vive sola. La capital también dibuja un escenario similar: los últimos estudios de población confirman que más de 24.000 personas de más de 65 años viven solas en la capital y, de ellas, unas 4.000 tienen más de 80.
En este escenario, la pandemia no ha hecho más que agravar el problema, aunque no sólo en los hogares con personas solas. Las residencias de mayores se han convertido en España, en los últimos doce meses, en el epicentro de los contagios, con miles de víctimas en el peor de los casos o con ancianos que de repente perdieron todo vínculo con el exterior y el contacto con sus familias como efecto colateral.
Publicidad
La pérdida de rutinas, la falta de estímulos o la complicación de las patologías que ya arrastraban previamente ha dibujado un panorama de consecuencias impredecibles para este grupo de población. Sobre ellas han alertado especialistas como el geriatra y gerontólogo José Antonio López Trigo, que ya durante los primeros compases de la desescalada en las personas mayores dibujaba un diagnóstico bastante preciso: «En esa protección que hemos intentado darle con el encierro ha estado también el desencadenante de una mayor vulnerabilidad (...). Tengo muchos pacientes que hace un mes estaban estupendamente y que ahora han dado un bajón muy importante», avanzaba el especialista. A su voz de alarma se suman otras como la de la Fundación Harena, especializada en el acompañamiento a mayores solos y que en los últimos meses ha visto como aumentaban exponencialmente las llamadas pidiendo compañía para mitigar la soledad y la pérdida de contacto con el exterior.
Adicciones
Otro de los grupos más vulnerables a los efectos del encierro y las restricciones lo constituyen las personas que hasta la declaración del estado de alarma seguían terapias presenciales para deshabituarse del consumo de sustancias o hábitos nocivos, como el juego; o que bien vivieron la cuarentena manteniendo sus rutinas de consumos. En estos casos, la huella psicológica de la pandemia ha sido igualmente profunda, sobre todo entre los que perdieron ese contacto directo con las terapias y se enfrentaron al peligro de la recaída.
De hecho, organizaciones especializadas como Proyecto Hombre confirman que en los últimos meses ha habido un repunte en los casos de personas que abandonaron los tratamientos, incapaces de soportar la presión, y a pesar de que la asistencia se siguió prestando de manera virtual. A esa preocupación, unida a la del aumento de los conflictos familiares en hogares con uno de sus miembros en estas circunstancias, ponía voz la directora de la fase de Motivación de Proyecto Hombre, Miriam Cabezón: «Más que el miedo a las recaídas, lo que nos preocupa es que en este tiempo los usuarios piensen que están curados y bajen la guardia».
Noticia Relacionada
Vínculos familiares
Desde su experiencia en primera línea de consulta, la psicóloga educativa Remedios Aranda tiene un diagnóstico bastante nítido de cómo han evolucionado las relaciones familiares en los últimos doce meses: «En general, este tiempo nos ha servido para relativizar los problemas y poner las cosas en su contexto». La especialista avanza que el confinamiento, las restricciones y todo lo que ha venido después «han removido muchas cosas en los hogares». Y pone ejemplos concretos: «Por ejemplo, en el caso de los adolescentes más mayores, el confinamiento generó un choque importante con los padres, que eran más rígidos en las imposiciones pero que ahora han relajado las normas; y también los adolescentes están más tranquilos». A esa realidad ha contribuido, a juicio de Aranda, ese cambio en las certezas de lo que es importante y lo que no lo es tanto, «por ejemplo en cuestiones de rutinas como el orden; hay padres que daban mucho valor a que la habitación del niño estuviera recogida, y ahora detecto que esas exigencias se han relajado, incluso también en los estudios, y que se da más valor a la parte emocional y personal, a los valores. Al fin y al cabo, los estudios ya se reforzarán, pero esa otra parte del crecimiento es muy importante».
Publicidad
En esa adaptación paulatina a la nueva realidad «también se han puesto a prueba muchas cosas relacionadas con el respeto y la convivencia, y se ha ganado en un mayor conocimiento de los otros miembros de la familia y en más tiempo de calidad», constata la especialista, convencida también de que en el último año «se han acentuado, en paralelo, las conductas más egoístas, de pensar más en nosotros mismos y en querer liberarnos de preocupaciones».
Noticia Relacionada
Entre los asuntos que sí tienen que ser motivo de atención, Aranda destaca «la mayor dependencia a las pantallas –móviles, tablets o videojuegos– por parte de los menores, ya que ahí la comunicación es mucho más agresiva y sin el filtro de la comunicación no verbal. Y eso –advierte– aumenta la agresividad y les vuelve irascibles».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.