Alejandra Laparra, Ainhoa Serrano y Maxi PatiñoFotos: Salvador Salas Vídeo: Pedro J. Quero.
La generación que llamó a las cosas por su nombre: Ni un paso atrás
Día Internacional de la Mujer ·
A pesar de sus contextos dispares, estas tres mujeres que viajan entre los 30 y los 40 años siguen sintiendo que deben demostrar más en los ámbitos personales y laborales para ser consideradas iguales en derechos y obligaciones
A golpe de esa obsesión casi enfermiza por calificar a la personas según sus generaciones, de estas tres mujeres se podría decir que viven a caballo entre la X y la Y. Es quizá en esta última –la generación 'millennial'– donde encuentran un sitio con características comunes;un marco de edad al que le prometieron que lo tendría todo, y que finalmente tuvo que observar como la lucha diaria formaba parte de sus vidas; muchas de ellas con resultados infructuosos tras chocar con la barrera de la realidad.
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En el ámbito de la igualdad el paralelismo es casi de manual. Herederas de una educación patriarcal, son las primeras mujeres que han conseguido ponerle nombre y apellidos a conceptos tan antiguos como la culpa y el acoso; y otros algo más novedosos (en su definición) como los micromachismos. Aún así, cada una de ellas (Ainhoa, Maxi y Alejandra) tienen contextos vitales diferentes; proceden de países diversos y observan las luchas, los avances y los retrocesos a diferentes velocidades.
Ainhoa es la más joven de las tres (29 años), pero a pesar de ello tiene una larga trayectoria en el activismo feminista. Es habitual verla megáfono en mano en cualquiera de las concentraciones estudiantiles o de mujeres en la ciudad. A pesar de que intenta no dejar atrás ninguno de los capítulos sobre los que versa el debate de la igualdad, tiene muy claro qué es lo que más le concierne de cara a los próximos meses. «Creo que hay una preocupación generalizada sobre el ascenso de la ultraderecha y en lo que ello podría afectar a las mujeres, pero sobre todo debemos estar atentas a la intención latente de querer de nuevo legislar sobre el cuerpo de la mujer sin contar con ella», argumenta.
Vídeo. Ainhona Serrano, 29 años.
Nos educan a las mujeres con enfermedades mentales. Ahí está el caso de la bulimia
AINHOA SERRANO 29 años
Para ser algo más concreta, Ainhoa se refiere a los intentos de regular (o legalizar) la prostitución y los vientres de alquiler; dos elementos a los que el manifiesto de este 8 de marzo se opone de manera taxativa. «Pero no es lo único –insiste–, sino que también deberíamos hablar de cosas como la donación de óvulos. En realidad es una venta, y quienes los compran están muy presentes en sitios como las universidades, donde se aprovechan de las subidas de las tasas para crear un efecto llamada a las mujeres jóvenes», denuncia. Una de las cosas que más le ha indignado es el planteamiento que sostiene que ha hecho la derecha de que para pagar pensiones no se puede abortar. «¿De quién es la decisión sobre nuestros cuerpos? ¿De quién es la propiedad, de nosotras o de las multinacionales?», se pregunta la activista. «Ya es un retroceso que tengamos que hablar de ello, porque a pesar de que haber conseguido mucho en los últimos años, ahora se debate de nuevo si la mujer está para parir cotizantes», exclama.
Mientras Ainhoa lanza su discurso, las otras dos mujeres le miran con atención. Alejandra (34 años), que asiente en varios momentos, se suma a este planteamiento y añade algo más: «Tenemos un problema muy grave con la educación en los colegios», sostiene. Lo dice con experiencia, porque aunque está de baja maternal (está embarazada de 32 semanas) es profesora de Francés en un instituto en La Línea de la Concepción, en Cádiz, probablemente uno de los puntos más conflictivos de toda Andalucía.
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Vídeo. Alejandra Laparra, 34 años.
Tiene que haber más formación en igualdad en lo colegios. También para el profesorado
ALEJANDRA LEPARRA 34 AÑOS
«He tenido charlas con mis alumnos que si las cuentas hay gente que no se lo cree. Por ejemplo, te puedo decir que hay una mayoría de niños que defienden que los hombres no pueden limpiar, y eso lo dicen con 12 años», relata. A su juicio, son tan machistas ellos como ellas, porque es precisamente lo que ven en casa, por la misma razón por la que no existe el mismo respeto hacia un profesor que hacia una profesora, por lo que plantea más programas específicos sobre igualdad en los centros educativos. «Pero también el profesorado necesita más formación en igualdad para saber cómo plantearlo, que los niños no vean que hablar de esto sea una chapa», añade.
Maxi (42 años) observa todas estas cuestiones con cierta extrañeza. No porque esté en contra de lo que dicen, sino debido a que su realidad vital ha sido tan diferente que sus prioridades han estado en otros estadios. Esta quiromasajista nació en Paraguay y lleva 13 años viviendo en España. Empezó como trabajadora del hogar y ahora tiene su propia consulta. Lo primero que deja claro es que en su país el machismo es «mucho mayor» que en España, y admite que la principal satisfacción de su vida es poder haberse traído a su hija de 19 años a vivir a esta ciudad. «Ahora ella sale sin miedo a la calle, no es como en Paraguay que la podían violar en cualquier momento», dice con crudeza.
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Ante la mirada atenta de los que participamos en el debate, Maxi sigue relatando: «Mi hija estudia en Málaga un módulo de técnico informático. Vino con 16 años a vivir aquí y está encantada. Me dice: 'Yo soy feliz, puedo llevar el móvil en la mano. Aquí los chicos me respetan'». Porque, continúa Maxi, esa vivencia la ha tenido ella también. «En Paraguay sufría acoso por parte de los hombres, aquí nunca he me pasado. Mi experiencia aquí es lo mejor. Es una gloria. Lo aprecio mucho. Mucha gente se queja de España, pero tú te vas a otro país y lo comparas con esto y solo puedes decir: bendito sea de ser española o de vivir aquí. Que pueda bailar tranquilamente en una discoteca. Es cierto que pasan cosas, pero en Paraguay cuando ocurren las mismas (¡y en mayor cantidad!) la policía ni lo investiga. No hay justicia, aquí sí y se llega hasta el final. En Paraguay no se llega a ningún lado, como si la vida de las mujeres no valiera nada», insiste.
Pero en cuanto a los temas que las otras dos mujeres han puesto sobre la mesa durante la conversación, también se pronuncia: Sí creo que si fuera un hombre ganaría mas dinero», afirma; para luego ir un paso más allá. «Habría que intentar cambiar el hecho de que las mujeres piensen que si trataran con un quiromasajista que fuera hombre estarían más intranquilas. Debe cambiar la relación entre hombres y mujeres a nivel general».
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En positivo
Las tres mujeres reconocen que hay mucho trabajo aún por hacer, pero no quieren evitar hablar de lo positivo, de lo que sí ha cambiado y para mejor desde que eran adolescentes hasta el momento vital actual. En el caso de Maxi, ella hace referencia de nuevo a que su cambio no es una cuestión temporal, sino geográfica. Ainhoa y Alejandra, por suparte, apuntan otras cuestiones.
Vídeo. Maxi Patiño, 42 años.
Es cierto que en España pasan cosas. Pero en mi país ocurren más y ni se investigan
maxi patiño 42 años
«Para las mujeres sí ha habido cambios positivos», sostiene la integradora social, que hace una apreciación interesante. «En el caso de Málaga es más visible. En Madrid (ella es de allí y vino a Málaga cuando tenía 20 años) hay mucha libertad pero es muy anónima. Aquí hay mucha libertad también, pero es una ciudad en la que te conoces con todo el mundo. Y eso es algo que me flipa. Yo siempre he visto un avance importante en contraposición con lo que se plantea de Andalucía de forma errónea», relata.
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Sobre los cambios, hace mención a que cuando empezaba a salir de fiesta era un constante «toqueteo». «Ahora hay una mayor conciencia y sensibilidad generalizada, y no solo en los chicos sino en la sociedad al completo. Si dices que no y te molestas, incluso hay gente que salta. Lo que ha cambiado a mejor es la cuestión de la concienciación. Ese es el mayor avance», defiende.
Alejandra, por su parte, abre un melón interesante. «A nivel de estudios ahora tenemos libertad para escoger», sostiene. «Bueno, más libertad», le responde Ainhoa. «Creo que hay plena libertad», contesta de nuevo la profesora. Ahí se abre el debate sobre por qué hay muchísimas mujeres en carreras de –por ejemplo– magisterio y pocas en ingenierías. «Cualquier mujer que quiera hacer lo que quiera, puede», insiste Alejandra.
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Usando su experiencia dentro del activismo feminista, Ainhoa pone en tela de juicio esta afirmación en base a un relato habitual. «Cuando hacemos asambleas en los centros educativos preguntamos al alumnado de 4 de la ESO que cuánta gente va a estudiar el Bachillerato de Sociales y Humanidades. Todo chicas». A continuación hacen la misma pregunta para el Bachillerato Tecnológico. «Chicos». «Aún ahora, y a pesar de los avances, todo lo que tenga que ver con cuidar lo estudiamos las chicas, lo que luego se traduce en que los sueldos de las mujeres son más bajos porque los trabajos son más precarios. Estamos muy condicionadas; incluso yo que me considero liberada noto que tengo una mochila», afirma Ainhoa. «El cambio está en nosotras», le responde Alejandra. Este intercambio de maneras de ver la situación también se produce a la hora de hablar de lo que se trabaja en casa.
–Maxi: «Siempre me he ocupado yo de mi casa. Es más culpa mía que de la otra persona. Soy demasiado activa».
–Ainhoa: «Nos han acostumbrado a normalizar situaciones. En realidad es un sistema que funciona de tal manera que creemos que es por nosotras».
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–M: «Yo es que creo soy así de verdad»
–A: «Sí, sí. Es que a mí también me ha pasado».
–Alejandra: «Es cultural».
–M: «Es cierto. Es así como me educaron en la familia; que yo como mujer tenía que hacer lo de la casa; y que con los niños era diferente. Yo tengo otra mentalidad, en mi país es así».
Violencias
El asunto de las violencias hacia la mujer ronda el debate en varios de los momentos. Cuando se les pregunta por las experiencias que han tenido en ese sentido, automáticamente se relaciona con el tipo de agresiones machistas que no tienen tanto que ver con la acción física, sino con las armas que una parte de la sociedad ejerce contra las mujeres. «A medida que eres más consciente ves cinco acciones machistas cada hora», argumenta Ainhoa. «En una entrevista de trabajo me preguntaron de qué color llevaba la ropa interior. Era para trabajar en una tienda, y me quedé pillada. Tenía 17 años y dije que no iba a responder», explica.
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La activista aprovecha para recordar un tipo de violencia de la que se no se suele hablar, que es la que proviene de la educación que se le da a las mujeres. «Nos educan con enfermedades mentales», afirma poniendo el ejemplo de la bulimia, una enfermedad protagonizada casi en exclusiva por mujeres. «Depresión, complejos, distorsión del cuerpo, anorexia... En muchos sentidos por no aceptarte nunca, y siempre estar pendiente de los comentarios de hombres heterosexuales. Porque una quiere gustar», señala. Precisamente por eso, considera que debe haber un cauce dentro del sistema educativo que enseñe qué es una violación, qué es una relación sexual sana; qué es 'no es no', o qué significa la orientación y la identidad sexual. «¿Cuántas agresiones vivimos? Si eres mujer, muchas, pero si eres joven y entras dentro de este estereotipo te tratan con un sentido paternalista, condescendiente… Me toca las narices que me toquen. Entre los hombres no se tocan, pero a mí me saludan y me empiezan a tocar. Soy muy cariñosa pero con quien yo quiero», dice con enfado.
En el caso de Alejandra, su vida laboral está plagada de experiencias machistas desagradables. Desde un trabajo en el que un jefe en el primer día ya le estaba diciendo de quedar hasta cosas incluso peores. «Otro jefe me dijo, 'no se lo digas a nadie pero por qué no vienes el sábado a mi barco'. Pero si tu hijo tiene mi edad, le tuve que responder». Y luego, claro está, el clásico. «En una empresa me dijeron que tenía el mejor perfil, pero que con mi edad y estando casada me iba a quedar embarazada. Incluso me han llegado a decir que las mujeres trabajan menos cuando tienen la regla. Y por supuesto –sentencia– casi siempre he cobrado menos que mis compañeros por ser una mujer».
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