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Irene Aroca, Laura García, Silvia Flores y Heathe Fraser Fotos: Salvador Salas. Vídeos: Pedro J. Quero.
Feminismo en la madurez: ellas compran «solo una parte» del discurso

Feminismo en la madurez: ellas compran «solo una parte» del discurso

Día Internacional de la Mujer ·

Sus experiencias personales y profesionales se han construido desde espacios muy diferentes, aunque coinciden en no poner «etiquetas» en el debate de la igualdad. También se declaran feministas, «pero no en lucha contra los hombres»

Viernes, 8 de marzo 2019, 01:02

Están en ese grupo intermedio que en términos biológicos podría definirse como «edad de la madurez» pero que en la práctica representa una segunda (o tercera) juventud. Desde esa atalaya que da la experiencia y que a la vez permite contemplar el horizonte que queda por delante, Irene, Heather, Silvia y Laura están entre los 44 y los 53 años y sus experiencias vitales y profesionales se han ido construyendo desde espacios muy diferentes. Los estudios, el trabajo dentro y fuera de casa, los hijos y su educación –y la decisión de no tenerlos–, las relaciones afectivas de largo recorrido o los procesos de ruptura con las parejas y la (re)construcción de nuevos modelos familiares dibujan una forma de entender la vida que, a pesar de las diferencias entre ellas y de que ni siquiera se conocían antes de este reportaje, encuentra casi de inmediato un punto en común: cuando se habla del feminismo prefieren hacerlo en términos de «suma» y no de «enfrentamientos», o lo que es lo mismo, apuestan por mantener ese complejo equilibrio que implica combinar el reto de la igualdad plena con su propia experiencia y a la vez –y quizás lo más importante– saber transmitirlo a sus hijos, que en algunos de los casos comienzan a abrazar su independencia y, con ella, su manera de relacionarse con los demás. Con ellos y con ellas.

Vídeo. Silvia Flores

«Es necesario dar el mensajeen casa y en el colegio, pero tener cuidado en cómo se canaliza»

SILVIA FLORES 48 años

«Pues claro que en los últimos años ha habido muchísimos avances, pero es mejor que los logros se vayan consiguiendo sin etiquetas ni enfrentamientos (...). Creo que con tanta batalla podemos llegar a un sitio que no queremos». La reflexión la pone sobre la mesa Laura García, de 52 años, casada y con tres hijos –los tres, chicos– de 23, 19 y 10 años. Ella estudió Administración de Empresas y programación informática y disfrutó de la experiencia profesional, pero cuando se casó con Juan Carlos, que tiene una empresa de correduría, decidió tomarse «un año sabático». Al nacer sus hijos prefirió apostar por «educarlos y criarlos» y hoy dice con «orgullo» que es ama de casa: «Lo hago porque quiero», presume Laura, que ha encontrado en su afición por la creatividad –«me encantan los 'handcrafts' y el 'patchwork'»– y en la venta de las cosas que ella misma hace «una terapia fantástica».

Irene Aroca (44 años) asiente de inmediato, desde el otro lado de la mesa de debate, ante la reflexión de Laura sobre las 'trincheras' que perciben ambas en el movimiento feminista. «A veces creo que vivimos en un mundo de idiotas. El exceso me cansa mucho», admite. En su visión de las cosas no sólo está esa apreciación personal; también la que adivina en su marido cada vez que se enquista el debate: «Él se siente agredido. Adora a las mujeres que le rodean, a las de su familia, a las que trabajan con él (...), y eso de que se tienda al 'machaque' le enerva porque se considera un hombre en condiciones. Y a mí también me molesta. ¡Hay muchos hombres buenos!», protesta Irene, que ha tocado «muchos palos» en lo profesional pero que ahora comparte –también– con Laura el trabajo en el hogar. «Ama de casa y enfermera», acota cuando se refiere a una decisión que en su caso no llegó de manera voluntaria sino porque al pequeño de sus tres hijos, de ocho años, le diagnosticaron hace dos una diabetes que la obliga a estar en casa y pendiente de su cuidado. «Por un lado te agobias, pero a veces no está tan mal», reconoce esta dependienta del Duty Free del aeropuerto ahora de permiso y con otros dos mellizos (niño y niña) de 10 años.

Vídeo. Laura García, 52 años.

«Creo que con tanta batalla podemos llegara un sitio queno queremos»

LAURA GARCÍA 52 AÑOS

«En términos más naturales»

Laura e Irene insisten en su defensa del feminismo y la igualdad, pero también en la idea de que «la lucha no es contra los hombres». «¿Por qué no se plantea el debate en términos más naturales?», se pregunta por su parte Silvia Flores (48 años), que por su trabajo sabe bien lo que es «funcionar bajo presión y en un entorno con muchos hombres» pero que no ha interpretado los inevitables encontronazos del día a día «como ataques machistas» sino como enfrentamientos «desde posturas diferentes». Silvia relata a sus compañeras su experiencia vital: «Hice administración y finanzas pero empecé mayorcita porque no pude estudiar en su momento. Trabajo desde los 16 años, el Bachillerato me lo saqué con 35 y la selectividad, con 38. Antes de empezar a formarme montaba tiendas de tintorería, y con el finiquito de la empresa aproveché para estudiar... Entonces mi hija tenía cinco años», recuerda Silvia, que en los últimos años ha acumulado una importante experiencia en producción de eventos, conciertos, exposiciones y ferias y que desde el pasado mes de noviembre trabaja en la coordinación técnica del Festival de Cine de Málaga.

Hoy, su hija tiene 18 años y asume con naturalidad, por ejemplo, la relación con las otras dos hijas (10 y 15 años) que tiene la nueva pareja de su madre. «Me llevo muy bien con mi ex, estuvimos juntos 19 años y aunque ella ya es casi independiente la custodia compartida funcionó desde el primer momento», celebra Silvia, que no puede evitar el ejercicio de compararse no sólo con su hija, sino con su propia madre. Ahí es cuando percibe «cómo han cambiado las cosas» en apenas tres generaciones: «Yo ahora tengo la edad que tenía mi madre cuando murió –sus padres fallecieron en un accidente de tráfico cuando ella era adolescente–, y soy otra persona completamente diferente a lo que era ella. Y sé que mi hija tampoco tendrá nada que ver conmigo».

Vídeo. irene Aroca, 44 años.

«Se puede hacer más porla igualdad en nuestro entorno,sin ir a una manifestación»

irene AROCA 44 AÑOS

Las tres hablan de cómo ven a sus hijos, de cómo fueron las crianzas y de cuáles han sido los pilares sobre los que han construido su educación. También de las «presiones» que han sentido en momentos concretos de la maternidad, pero para «presión, presión» –insiste subrayando el término por duplicado– las preguntas que se refieren a por qué una mujer toma la decisión de «no ser madre». Heather Fraser (53) suma al componente biológico del interrogatorio el aspecto cultural. «En España sois muy 'apretados' y hacéis muchas preguntas personales que no haríamos en mi país», dice esta escocesa que vive en Málaga desde hace casi dos décadas y que entra de lleno en el debate de la no-maternidad con su experiencia: «Lo que más me molesta es que la gente piensa que no tengo hijos porque no me gustan los niños, y no es así. Tengo muchos sobrinos y los adoro (...). Pero eso de que te digan de que no sabes lo que es ser feliz hasta que no eres madre... No puedo con eso».

–«O cuando te preguntan si te vas a quedar sólo con uno. Gente que no te conoce. ¿Y tú qué sabes por qué he tomado esa decisión?», la apoya Silvia de inmediato.

–«A mí me pasó. Me tiré un montón de años en tratamientos de fertilidad y no veas el control. Cuando llegó la hora de la verdad no se lo dije a nadie porque ya estaba harta. Y mira ahora...», añade Irene, madre de una familia numerosa.

«Así es», continúa Heather, que incorpora algo de humor al debate cuando admite que «una de las cosas que me preocupan de no tener hijos es quién me va a llevar al médico cuando me haga mayor». Todas ríen antes de que esta escocesa ganada para la causa del sur trace los perfiles de su biografía y de sus decisiones: «Me vine a España con 35 años porque quería cambiar de vida. Me separé y llevaba diez años trabajando para una empresa de consultoría y organización. Iban a ser tres meses sabáticos, pero cuando llegó la hora de tomar la decisión de volver dije que no», recuerda Heather, cuya formación en empresariales, relaciones humanas y dirección de empresas le sirvió para reinventarse en España: «Me hice profesora de inglés, aunque yo prefiero hablar de formadora en idiomas». Su primer contrato, en Valdepeñas, le dejó más de una anécdota, pero no por ser mujer sino extranjera: «Yo creo que era la única 'guiri' del pueblo. La gente me miraba cuando salía a tomarme un vino», bromea. Y quizás ha sido esa condición de ser 'la de fuera' la que percibe como un hándicap a la hora de encajar en una sociedad mucho más conservadora que la suya: «La familia de mi marido –malagueño– me han aceptado muy bien. Vivimos juntos antes de casarnos y nunca se han metido en el tema hijos. Creo que he tenido suerte, sobre todo por lo que escucho de experiencia de otra gente», dice Heather, la única de las cuatro protagonistas del debate que asistió el pasado 8M en Málaga a la manifestación que marcó un antes y un después en la reivindicación de los derechos de la mujer y que no comparte con sus compañeras la idea de que el feminismo esté politizado. «Creo que tenemos que manifestarnos por nuestros valores. Si estamos a favor de algo hay que ir y participar, pero no sólo las mujeres. Ocurre lo mismo con el voto (...)», sostiene.

Vídeo. Heather Fraser, de 53 años.

«Me molesta que se piense que no tengo hijos porque no me gustan los niños»

HEATHER fraser 53 años

«Yo no fui al 8M y no me siento un bicho raro. Creo que desde nuestro entorno se puede hacer más por la igualdad que en una manifestación, que es más efectivo que la foto con la pancarta. Y lo siento, pero yo sólo 'compro' partes concretas del discurso; creo que los matices son importantes», reflexiona Irene cuando se aborda la importancia de aquella fecha. «El problema es cuando las cosas se politizan. Y el lenguaje políticamente correcto», añade Silvia, que destaca la importancia de un «trabajo complementario entre la escuela y el colegio para educar en igualdad, aunque también hay que tener cuidado en cómo se canaliza el mensaje». Y se explica con una anécdota cercana: «Recuerdo que le dieron a mi hija una charla en el cole en 2º de Secundaria; cuando llegó a casa me dijo poco menos que yo era una criminal por haberle dejado ver películas de Disney y jugar con las 'barbies' (...)».

–«A mí me llama la atención que mis hijos ya hablen de machismo y feminismo. No sé, pero los veo muy pequeños para que empiecen desde ya con esas etiquetas», observa Irene, que no parece sorprendida por la anécdota que acaba de contar Silvia.

«Lo malo es que muchas veces funciona el miedo de mostrarse diferentes», observa Laura. Ella celebra, sin embargo, que los mensajes «bien dirigidos» han provocado cambios importantes en las nuevas generaciones, «que ya paran los pies enseguida». Y pone el ejemplo de los 'tics' machistas en los trabajos: «Antes había más, pero te callabas por respeto y educación. Hoy afortunadamente no, una chica de 20 años no lo aguanta». Laura recuerda, además, cómo en su primer trabajo en una empresa de electricidad de Fuengirola «éramos sólo dos chicas y todo lo demás hombres. Íbamos a comer juntos al bar cercano, bajo las miradas de los albañiles, y si había alguna cosa ellos nos defendían». «¿Acosada? No, nunca me he sentido así», aclara.

«Aprendes a callarte»

También Silvia admite que siempre se ha sentido «protegida», y más en un mundo con mucha presencia masculina como el suyo: «Una vez el mánager de un artista me metió la cara, pero un compañero se dio cuenta y lo frenó rápidamente». También se refiere a los trabajos que se ofertan en su sector pero a los que sólo acuden ellos: «Por ejemplo cuando pedimos gente para carga y descarga de equipos. Sólo hay hombres... en todos estos años sólo he visto a una chica haciendo ese trabajo. Que es verdad que quizás se relaciona con la fuerza, pero a veces somos nosotros mismos los que nos discriminamos».

«¿Sabes eso cómo se soluciona? –interviene Heather–, haciendo como en Reino Unido, donde no es obligatorio poner en los currículum el nombre, el sexo o la foto. Se valora la experiencia y punto, así se recluta el mejor perfil». Por su formación, más centrada en «a trabajar en equipo y a competir», cree que uno de los puntos débiles de las relaciones laborales en España no está tanto en el machismo como en las jerarquías: «Yo he escuchado muchas veces el 'porque yo soy el jefe y punto', independientemente del sexo; y claro, aprendes a callarte». En ese punto de la discusión, Silvia tira de igualdad, de repartir al cincuenta por ciento esos defectos: «Yo he tenido un jefe muy tirano y una jefa muy tirana». «Y ojo que yo no quiero ser como un hombre. Sólo quiero las mismas oportunidades, aunque honestamente pienso que yo he tenido las mismas que ellos», apostilla Heather, que zanja el debate con un «mejor hablemos de personas que de sexos». Y las cuatro asienten.

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