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Lunes, 5 de agosto 2024, 00:36
Recuerdo cómo la energía de mi cuerpo atlético empezó a flaquear. Me atemorizó sentir que mi espontánea naturalidad y mis gráciles movimientos se volvían perezosos, casi torpes. Tengo solo 12 años, y el golpe ha desasosegado mi sangre y ha obnubilado mi cerebro. Hasta mi ... linda melenita está huyendo despavorida bajo los efectos de los antídotos contra el innombrable.
Nunca había creído en los monstruos de ficción; no me gusta verlos, pero es sólo una cuestión de estética: me repugnan sus deformidades.
Este villano no es de ficción, por eso me da muchísimo más miedo. Ha venido por la espalda, sin avisar. Me ha enfrentado cara a cara con la muerte. A este ser malvado, a este maléfico voy a enseñarle los dientes.
Y en esa batalla estoy: clavándole dentelladas y resistiendo cada embestida.
¿Quién será el ganador? Todos esperamos que sea yo, con la ayuda de la ciencia, ¡claro!.
Susana, natural de Cristosende, una aldea gallega de cuarenta y cuatro habitantes, no entendió por qué en la Gran Vía nadie le devolvía el saludo.
Por fin había amanecido. Se hace duro estar detrás de estos barrotes, pero la noche es aún peor. Cuando cae la noche, me hago una bolita en una esquina.
Los compañeros se ponen a aullar y a pelear entre ellos en la distancia. Yo que llevo poco aquí aún no me acostumbro a tanto ruido nocturno. El frío y el suelo mojado también dificultan mi sueño. Pero siempre consigo dormirme tras un rato de llanto. Al menos desde que estoy aquí nadie me pega. Me estiro y bebo agua, pronto traerán el desayuno. Es un placer saber que habrá desayuno. Ya la veo aparecer, hoy no viene sola. ¿Quiénes serán esas personas? «Aquí está Tobi. Lleva tres semanas en la protectora. Lo encontramos casi muerto de la paliza que le habían dado. Estará encantado de ir con vosotros a su nuevo hogar».
En la ferretería de la esquina compraron un martillo y media docena de clavos. Y se apresuraron a cerrar para siempre la caja que contenía la piedra de tropezar dos veces.
El condenado subió al patíbulo. Una tela negra escondía su rostro, pero el verdugo supo que aquel hombre era su padre. «Tienes que dedicarte a lo que más te guste», recordó que le había aconsejado siendo apenas un niño. Con una amplia sonrisa, bajó el hacha con fuerza.
La novia sonreía complacida mientras los padres de él palidecían a la entrada del templo. Como era la costumbre, el padrino, con rostro luctuoso, repartió varias esquelas entre los asistentes mientras los amigos del novio depositaban ante el altar una corona de flores con la inscripción en letras de oro: Tus amigos no te olvidan. Terminó la ceremonia con un emocionado responso que conmovió a todos los invitados a la boda de la mantis religiosa.
Mi bloque de apartamentos es uno de los mejores en la costa al ser de los primeros en construirse. Llevo más de una vida allí, pero a la mayoría del vecindario no lo conozco ya. Los propietarios originales vendieron sus inmuebles o los han metido en geriátricos o marcharon al cielo. Yo, aún, me resisto. Mi vecino de al lado era un inglés taciturno y solitario, pero cortés que venía todos los veranos. Cuando coincidíamos en la terraza me regalaba una sonrisa invitándome a un té mientras contemplábamos el mar. Pero desde hace un tiempo no lo veo y ando preocupado. Dudo, pero al final decido entrar en su apartamento a través de mi terraza.
Allí estaba, como ausente, pero al verme su rostro, lejos de su amabilidad de antaño, era muy frío e inexpresivo. El mío supongo que también sería parecido.
Ni que nos hubiéramos encontrado con un fantasma.
Sin hacerme ni un poquito de caso y ya son muchos años así. Me acerco de frente para cruzar la mirada con él y nada… me vuelve la cara, y sus rizos dorados se mueven como muelles. A veces, si está despistado, le quito alguna flecha y luego se pasa horas buscándola. Dedica su tiempo a mi vecina del quinto, a la cajera del supermercado, a mi compañero de trabajo… ay, Valentín: ¿Cuándo me dispararás a mí?
Sentado en la misma mesa del viejo bar, un hombre flaco lleva horas mirando la pared húmeda y descascarada.
–Todos los días me espera a las cuatro en punto…
Me dijo con voz ronca, mientras tomaba otro trago de vino.
–Cecilia siempre está esperándome.
Sus ojos brillaban enormes cuando pronunciaba aquel nombre.
Lo miré asombrado mientras buscaba alguna explicación.
–¿Dónde está?
Le pregunté desorientado.
–Allí ¿No la ves?
Me dijo señalando una gran mancha de humedad en la pared...
Hoy me desperté y como cada día, lo primero es escribir a papá: ¡¡Buenos días, monstruo!!. Cada mañana le pongo un apelativo distinto y lo imagino leyéndolo y riéndose, la risa de papá es inconfundible.
A lo largo del día pienso constantemente en él, ahora estará en su partida de dominó, hoy come con Ana, ya estará pensando que este finde viene a mi casa a pasar el día en el campo.
Ya oscurece y toca escribir mi mensaje de buenas noches, no fallo: ¡¡Buenas noches, te quiero!! –nunca me ha costado decirle te quiero-, no me importa que lleve dos años y cuatro meses sin contestar, pero hoy al abrir su whatsapp veo que está en línea y me da un vuelco el corazón.
Sigue sin escribirme, pero sé que está ahí, en línea.
Mi padre no murió un día cualquiera, ese día era domingo de resurrección...
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