Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 4 de agosto

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 3 de agosto 2024, 23:47

  1. Pedro Campos Morales

    Viajar en metro como fórmula (física) para matar el tiempo

Era inmenso, se extendía por todo el vagón y se agarraba a sus paredes, ventanas y techo, quizá incluso desbordara sus límites desparramándose por los andenes y el Puerto, pero eso el profesor ya no pudo verlo: las puertas se cerraron y estaba dentro.

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El ... vehículo empezó a moverse. Él se metió desganadamente un chicle en la boca y se sentó a observar cómo, a medida que ganaban velocidad, el monstruo hasta entonces infinito empezaba a encoger, se desprendía de las paredes, caía blandamente al suelo, empequeñecía hasta convertirse en un minúsculo ser casi traslúcido que temblaba a sus pies.

Cuando notó que el tren iba a perder velocidad para entrar en un túnel, lo aplastó con una bota, lo mató: al fin y al cabo, el tiempo era suyo, y lo necesitaba para corregir los exámenes de Física

  1. Luis Arronte Ygartua

    AT - Reseña

Autor: Samira.

Tres estrellas - Hace tres semanas.

Un apartamento limpio y bien ubicado, aparcamiento fácil en la zona, a pocos minutos del Museo Picasso. Luminoso y antiguo, pero decorado con gusto. La anfitriona, Carmen, fue amable y comprensiva aunque llegamos tarde, y nos contó muchas historias de la ciudad.

Le doy solo tres estrellas porque no esperábamos compartirlo con su abuelo (que estuvo toda la noche flotando), ni que los armarios se abrieran solos y los espejos sangraran. No habíamos visto bien la descripción y donde leímos 'alojamiento encantador' ponía 'alojamiento encantado'. Pasamos un poco de miedo, pero repetiríamos.

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  1. Eduardo Sáez Maldonado

    El último bosque

Nunca había subido tan alto. Las pocas horas en que se afanó en la subida disfrutaba, sin ser consciente de ello, de la fascinante diversidad de especies que aún vivían allí; y cuando por fin llegó a la cima, por vez primera, emergiendo de entre la arboleda, pudo verlo todo. Pudo ver el bosque que acababa de atravesar; pero, sobre todo, pudo ver la nada que se extendía, desde los límites del bosque hasta donde abarcaba la vista. Y pudo ver infinidad de miembros de esa incomprensible especie bípeda, moviéndose frenéticamente, sin saber muy bien adónde, en esos ruidosos artefactos. Entonces supo que vivía en el último bosque de Gaia. Y aulló. Aulló durante horas; con un ancestral lamento, desgarrador, sobrecogedor; con esa atávica tristeza infinita con la que aúllan los lobos. Como una agónica despedida. Y volvió a sumergirse en el bosque. El último bosque.

  1. Eduardo Andrés Salvago López

    Plátanos

Nunca dije no si el otro esperaba un sí. No obstante, me encuentro tendido sobre el barro con un agujero en la barriga.

Nací para ser abandonado y cuidado por el estado. Quedé así impregnado de esa tristeza que anida en la desatención. Solo soy valiente en sueños. Porque soñando doy el golpe en la cara. Ese que no devolví cuando, sobre la acera húmeda, alguien preguntó si yo era tal persona. Respondí con mi sí inclusivo y tolerante. No era quien buscaba, quien merecía un castigo.

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Ahora estoy en parecida tesitura. Llovía y, bajo la luz filtrada de los plátanos, el soldado observó mis ropas de paisano.

¿Nacional…, republicano?, preguntó.

No era una cuestión de responder sí o no. Solo quería saber si deseaba seguir viviendo. Fue la primera vez que negué. Porque no importaba mi respuesta. Él deseaba la lucha y yo no.

Al fin fui valiente

  1. Joan Graell Piqué

    La guarida

Bajo la escalera de una entrada en desuso del Bazar Dos Mundos, el rencor de la calle parecía menos despiadado. Allí me aguardaban los cartones, la manta y unos periódicos viejos. Entonces aconteció lo inaudito: en un instante jubiloso, Borges, el insigne escritor, apareció en el portal y su mano prodigiosa echó un billete de los grandes en el cestillo. Lo celebré como es debido, bebiendo un largo trago de la botella que guardo escondida detrás de los cartones para las ocasiones especiales.

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Esa noche, las tautologías del odio y el terror devastaron las calles de Buenos Aires.

Al amanecer, el cielo tenía el mismo color rojizo que el día que conocí a Teresa en la puerta de la Biblioteca Nacional. Era una mujer distante y glamurosa, pero accedió a pasear conmigo. Su recuerdo me ayuda a soportar la soledad, aunque haya salido de las páginas de un libro.

  1. Cristina Castillo Sugrañes

    Juego de mayores

No pensaba que fuera a ser tan divertido clavarle agujas a este muñeco. Ahora entiendo que mamá juegue a esto muchas noches un ratito después de mandarme a la cama. A veces me cuesta dormir y la espío a escondidas, y por eso he descubierto donde guarda las agujas y el muñeco; que por cierto, se llama como papá. Hace algún tiempo que no viene a recogerme y dice mamá que es porque últimamente no se encuentra muy bien. Cuando se ponga mejor y venga a verme voy a enseñarle el muñeco y si me promete guardar el secreto, también le enseñaré cómo se juega.

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  1. Marta Martos Molina

    Lo que sea

–¿Qué quieres de cenar?

–Da igual, lo que sea.

Vuelvo a refugiarme en facturas y recibos. A abstraerme de la realidad. De una relación que tiene más de mentira que de verdad. Eso pienso cuando nos despedimos con un beso, y noto sus labios fríos, inexpresivos. Cuando todos los planes le parecen aburridos. Cuando observo sus intentos de llenar nuestra vivienda con muebles, plantas o mascotas, y concluyo que es su forma de llenar nuestra vida. Son el atrezo de una comedia que terminó hace mucho tiempo.

Día tras día, la escena se repite. Por muy decepcionante que sea el beso de despedida, o por fríos que sean nuestros reencuentros, no sabría qué hacer si se va. Noche tras noche, se repite la misma conversación insulsa pero suficiente para que todo siga como siempre.

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–¿Qué quieres de cenar?

–Da igual, lo que sea.

  1. Luis Nemcovsky Malinger

    Reconocer

Perspectiva de la piedra

Los pies roñosos me pisotean, me giran, me dan la vuelta. Se estaba

tranquila antes de tener pelos de lava, antes de ver traseros nauseabundos, antes de que me mojaran, me desmigajaran y me pisotearan.

Algunos hablan un idioma que no entiendo. Tercera persona del plural. Me pisotean, me acampan encima, veo muchos culos y poco el cielo. Estaba tranquila antes del idioma extraño, antes de las fogatas incendiarias, antes de girarme hacia el suelo, antes de que me movieran y me quemaran.

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Sigo comiendo tierra, fusionada con las raíces. Quiero volver a ver el cielo, a ver a los pájaros y a sudar bajo el sol, pero quizás da menos miedo seguir girada y crear mi propio ecosistema, mi propio ecosistema sin idiomas extraños, sin culos y sin fogatas.

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