Terry O'Neill La época dorada de Hollywood El fotógrafo que seducía a las celebrities (y se casó con varias)

«Un día de 1968, me invitaron a Miami para fotografiar a Raquel Welch en una película que rodaba con Frank Sinatra. Yo me había hecho amigo de Ava Gardner y se lo conté. Me dijo: 'Yo me encargo de hacer las presentaciones', y me dio una carta para Frank. Cuando llegué al set, apareció Sinatra con sus guardaespaldas y su doble, vestido igual. Disparé. Frank se plantó ante mí. 'Señor Sinatra –dije–, Ava me ha pedido que le entregue esta carta'. La leyó y sonrió. 'Chicos, a este tratádmelo bien. Es un amigo'. No, nunca supe qué escribió Ava».

«Peter Sellers era un hombre muy complicado. Lo conocí muy bien a lo largo de los altibajos de su vida. Éramos buenos amigos. Peter nunca creyó de verdad en sí mismo, y eso que tenía un enorme talento. Era un dotado actor, escritor, cantante y también fotógrafo. Pero luchaba contra sus propios demonios. Con todo, pasamos grandes momentos. Aquí con Roger Moore, a quien intenta pintar las uñas de los pies. Cuando los demonios estaban bajo control, Peter era el tipo más divertido del mundo».

«Recuerdo que estaba en una agencia de modelos y vi a esta chica, que tenía unos 19 años, sentada en la oficina. Tenía algo increíblemente especial y lo podías sentir nada más verla. Organizamos una sesión de fotos. Esta es la primera foto que hice de Kate Moss. ¡Qué chica más impresionante! Es imposible hacerle una mala foto, y por eso ha estado en primera línea desde el principio de su carrera. Trabajar con ella siempre fue una alegría; es una profesional».

«Hay pocas personas a las que me atrevo a llamar genios. Frank Sinatra fue un genio. Bowie también, claro. Y Elton John, quien, a mi modo de ver, un día será considerado tan grande como Beethoven. En 1975 no había nadie tan grande como él. Sus canciones eran número uno, llenaba estadios en el mundo entero... Cuando tuve la oportunidad de cubrir su concierto en Los Ángeles, no me lo pensé dos veces».

«A Audrey Hepburn le daba miedo el agua, la detestaba. Pero había que rodar esta secuencia de la película Dos en la carretera, en la que el coprotagonista, Albert Finney, la cogía en brazos y la tiraba a la piscina. Junto a las cámaras había unos socorristas prestos a acudir en su ayuda si hacía falta. La sonrisa de Audrey era tan deslumbrante como siempre, pero la procesión iba por dentro. Era una mujer fabulosa. Ya no aparecen actrices de este tipo, se rompió el molde».