Vivian Maier, misterio resuelto Primera biografía de la fotógrafa La infancia de pesadilla de la niñera que asombró al mundo con su cámara
Hizo más de cien mil fotos. No se las enseñó a nadie. Vivian Maier fue una introvertida niñera que en los años cincuenta y sesenta fotografió Nueva York y Chicago con un talento comparable al de los grandes artistas del siglo XX. El azaroso hallazgo de sus imágenes en un mercadillo la lanzó al estrellato, después de su muerte. Ahora una biografía, Revelar a Vivian Maier, indaga por primera vez en su vida.
Lunes, 12 de Diciembre 2022, 14:29h
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Durante los más de 40 años en que Vivian Maier trabajó cuidando niños en Chicago y Nueva York, siempre salía a la calle con su cámara al cuello, un rasgo que la definía tanto como sus sombreros y su atuendo austero y masculino, que se aprecia en los autorretratos. Pero nadie le preguntó nunca por esa afición. Murió a los 83 años, sin saber que un joven que había encontrado sus negativos la buscaba.
Encontrarla fue sencillo y azaroso, pero saber algo de ella ha sido un enorme desafío que ha resuelto la investigadora Ann Marks en la biografía Revelar a Vivian Maier (editada por Paidós). Marks indaga sobre todo en la infancia de la fotógrafa, una experiencia terrible que la marcaría de por vida. Hija de una francesa, Marie Jaussaud, narcisista e incapaz de cuidar de sus hijos, y de un judío de Nueva York, Charles Maier, alcohólico y ludópata, sus padres se separaron cuando ella tenía dos años. Vivian tenía un hermano mayor, Carl, que fue ingresado en un orfanato tras la separación del matrimonio. Ella se quedó con su madre, que ya mostraba signos de graves trastornos mentales, y Vivian entraba y salía de centros de acogida. Su hermano acabó en la cárcel y fue diagnosticado años después con esquizofrenia. Vivian logró sobrevivir e independizarse pero aquello explica su inadaptación social. La biógrafa apunta a que su rechazo a cualquier contacto físico y su temor a los hombres indicarían también que sufrió abusos sexuales en la niñez.
La infancia robada
Las familias para las que trabajó la recuerdan como una mujer discreta y algo adusta. Lo único que exigía era poner un candado en la puerta de su habitación. Parecía no tener familia ni amigos. Ahora se sabe que era hija de judíos asilados en Nueva York. Pasó un tiempo con su madre en Francia. A los 25 años se instaló en Nueva York y a los 30 se fue a Chicago. Siempre cuidó de niños e hizo fotos de cientos de ellos en la calle.
Una segunda madre
John Maloof, el joven que compró las fotos de Maier en 2007, solo sabía que habían pertenecido a una mujer mayor enferma. No fue hasta abril de 2009 cuando encontró en una de las cajas un sobre de un laboratorio de revelado con un nombre: Vivian Maier. Probó en Google y ese mismo nombre apareció en una esquela publicada días antes. Así localizó a la familia para la que Maier había trabajado como nanny durante 14 años. Los hermanos Gensburg, a quienes había cuidado, se ocuparon de ella y le pagaron un apartamento cuando, en su vejez, ella no tenía ni casa ni dinero.
La mirada de un niño
La mayoría de las fotos están tomadas con una cámara Rolleiflex, lo que le permitía enfocar a la altura de las caderas y no de los ojos. La perspectiva sugiere así la mirada de un niño. En las cajas de Maier hay también fotos de viajes. En 1959 viajó sola a Egipto, Tailandia, Vietnam e Indonesia.
Progresista y feminista
Se considera que las fotos de Vivian Maier están ya al nivel de los grandes fotógrafos americanos del XX como Diane Arbus, Robert Frank o Helen Levitt. Las imágenes muestran que le interesaban especialmente los menos favorecidos y se aproximaba a ellos con innegable empatía. Los Gensburg la definen como feminista, socialista, amante del cine y el teatro «y una persona que dice las cosas como son». No le gustaba hablar de su propia vida, pero no tenía problema en dar sus opiniones políticas y sociales.
Vocación secreta
En las cajas de papeles que acumuló Vivian Maier a lo largo de su vida no hay ninguna referencia expresa a la fotografía. No se sabe cuál fue su formación, aunque ella y su madre convivieron una temporada con una pionera de la fotografía: la francesa Jeanne J. Bertrand; quizá ahí naciera su vocación.
Un peculiar legado
En el cuarto de Vivian había maletas llenas de recortes de periódicos y diarios con titulares de crímenes y terribles desgracias. También dejó algunas películas en Super 8, cintas magnetofónicas de conversaciones con desconocidos, docenas de sombreros, facturas, billetes de tren, entradas de cine y hasta tubos de rollo de película que contenían dientes de leche de los niños a los que había cuidado. La biografía de Maier apunta a que padecía un trastorno, cercado al síndrome de Diógenes, que la llevaba a almacenar gran cantidad de objetos.
Una Mary Poppins atípica
Lane, uno de los niños a los que cuidó y que ahora tiene 54 años, la recuerda como una especie de Mary Poppins por su aspecto –era muy alta y llevaba largos abrigos y gabardinas– y por el hecho de que organizaba actividades atípicas, como llevarlos a comer fresas silvestres a un bosque o ver películas de arte y ensayo.
Nada nuevo bajo el sol
En una de las cintas que Maloof encontró, Vivian Maier –ya mayor– había grabado una reflexión sobre la vida: «Tenemos que dejar sitio a los demás. Esto es una rueda, te subes y llegas al final; alguien más tiene tu misma oportunidad y ocupa tu lugar, hasta el final, una vez más, siempre igual. Nada nuevo bajo el sol».
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