Viernes, 26 de Abril 2024, 10:08h
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En una de las páginas más estremecedoras de Los muchachos de zinc, de la Premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich, una madre llega a expresar el deseo de que su hijo, un veterano de la guerra de Afganistán, acusado de un horrendo crimen, no hubiera vuelto nunca de la fallida aventura militar de la Unión Soviética en el país asiático. Viene a decir que la guerra a la que sus gobernantes mandaron a su hijo se lo quitó aunque no lo matara, al convertirlo en un criminal. Esta semana nos traen los lectores el duro relato de progenitores que, por razones diversas, sienten que la sociedad en la que viven los despojó de sus hijos, de la posibilidad de educarlos y de ayudarlos a hacerse un sitio propio en ella. Hay padres que acaso no merezcan serlo; pero no siempre son culpables los que acaban perdiendo a sus hijos.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Compasión cero
Hace poco murió un chico de 25 años por sobredosis de droga. Cuando fui a dar el pésame, sus padres me dijeron: «No nos des el pésame, sino la enhorabuena; hemos tenido cinco hijos, cuatro de ellos maravillosos, y este era un rebelde; cuando le salía algo mal, la culpa era siempre de los demás. Ante nuestras prohibiciones, nos amenazaba con que iba a denunciarnos. Intentamos por todos los medios hacerle comprender que así no solo iba él al precipicio, sino que arrastraba a toda la familia, y aún lo hacía más. No nos quedan lágrimas para llorar. Es muy cruel que la ley ate de manos y pies a los padres para que no podamos reducir a nuestros hijos a la senda del bien y, cuando los ves hundirse en la miseria, primero con todo el dolor de tu corazón y luego con rencor y angustia de ver que está destruyendo la vida de los que lo rodean, te sientes impotente. Intentamos ayudarlo en todo, le advertimos, le aconsejamos, pero no sirvió de nada. El hijo que cae en la droga no tiene justificación ni compasión, pues las víctimas somos los que vivimos a su lado sin ayuda de nadie. Convirtió nuestra casa en un infierno. Es verdad que la droga hace enfermar, pero cuando se inició estaba muy sano. Somos creyentes, hemos rezado mucho y aceptamos la voluntad de Dios...». En mi opinión, es el sistema la causa que produce el efecto de tal injusticia; el responsable, la dictadura que, como paradigma de la libertad, siembra la inmoralidad para degradar a las personas y poder manipularlas mejor.
Rosa Machí Prat. Benifaió (Valencia)
Padre desesperado
Desde enero de 2016 van ocho años sin que mi hija (21) quiera verme o tener relación alguna conmigo. Divorciado de su madre hace más de una década, todos los meses abono el importe de su manutención, pese a no tener contacto por ningún medio desde la fecha indicada. Que el argumento esgrimido sea «me han dicho que puedo hacer lo que quiera» es tan vacuo como significativo de quien o quienes hayan podido influir (no quiero echar toda la culpa a su madre) sobre su decisión de negarme la existencia en vida. El enquistamiento judicial y una nefanda ingeniería social dan sus frutos en casos como el mío. Mientras tanto, va pasando el tiempo de forma lenta pero inexorable. Pronto voy a cumplir 60. Nada ni nadie me va a devolver todos los años perdidos. Si alguna deuda he tenido, la he saldado con creces. Yo he rehecho mi vida, pero no dejo de pensar en ella. El paso del tiempo va erosionando los recuerdos que tengo de su infancia. Sigo esperando, mientras tanto, aunque temo que llegue un momento en que no pueda reconocer en la persona que me encuentre a la niña que una vez me pusieron en brazos tras venir al mundo y a la que su madre y yo procuramos criar y educar de la mejor manera posible, pese a las luces y las sombras.
José Luis Chamero García. Ciudad Real
Ángeles
Permítanme contarles una historia, que me ha ocurrido recientemente. Era un día como cualquier otro, pero algo me sorprendió gratamente. Accedía a un ascensor público y el último que se incorporó fue un señor mayor. Al bajarse del mismo, le cedí la salida, se negó y me dijo que yo primero, que él era el último que había accedido. Yo le contesté: «Gracias, caballero» y estas dos palabras parece que hicieron mella en esta amable persona. Bajados ambos del ascensor, estuvimos como diez minutos charlando. Así me enteré de que se llamaba David y que tenía 93 años y una aparente salud de hierro. En esta conversación tan agradable me comentó que cuidaba de su esposa desde hace cinco años, presentí que su mujer padecía una enfermedad degenerativa y con toda la energía que era capaz me dijo que su mujer no saldría de su casa, mientras la salud lo respetara. También descubrí que este ángel sin alas con el que me crucé era burgalés como yo y que había sido un emprendedor, cuando esa palabra se desconocía, en su pueblo de origen (Briviesca). Joven, se trasladó a la ciudad y al barrio de Bilbao en los que nunca en más de cuarenta años habíamos coincidido. Eso me hizo pensar que ya hay pocas personas como David, y a pesar de que sus hijos le recomiendan que ingrese a su esposa en una residencia, él se niega en redondo. A veces en nuestras cuitas diarias, nos perdemos a estos ángeles, que llamamos amigos. Estoy deseando volver a encontrarme con esta singular persona.
Lupicinio Rodríguez Gómez. Bilbao
El fuego
Cuando el fuego azota se lo lleva todo. Los libros que leíamos juntos cuando eran más pequeños. Los primeros dibujos y fichas del colegio. Los álbumes de fotos. La ropita de bebé primorosamente doblada y guardada en una bonita caja en el altillo del armario de su habitación. El hollín impregna los juguetes, los muebles, las paredes... Entra en los armarios y ensucia la ropa. Y hacen falta muchos lavados para que desaparezca su olor, si algún día llega a hacerlo. La reconstrucción parece interminable. Se respira pérdida, desolación y vacío. Y, rodeados de cenizas, empleamos el tiempo en decidir qué vale la pena arreglar y qué necesitamos reponer. Sin embargo, el verdadero trabajo de reconstrucción es el que debemos hacer con nosotros mismos. Sobreponiéndonos al miedo y arrinconándolo para poder seguir viviendo. Agradeciendo haber podido escapar. Y echando en falta a aquellos a los que las llamas se llevaron para siempre. #reformaCTE #detectoreshumoobligatorios #Gracias @BomberosBizkaia @PoliciamunicipalGetxo @ErtzaintzaGetxo @SoporteVital.
María Blázquez. Correo electrónico
Otro milagro de la primavera
Me pareció reconocerlos en la distancia, aunque hacía tiempo que no coincidíamos en nuestros paseos diarios junto al río. Pero aparte de las dudas que me ocasionó la lejanía, hubo algo que me confundió un poco más. Por un momento detuvieron sus pasos lentos y el agachó su cabeza para darle un tierno beso, nunca había visto esa reacción en ellos. Nos cruzábamos muy a menudo Los veía caminar tranquilos y, si alguno de los dos se adelantaba unos metros, esperaba con paciencia y en silencio al otro. Hasta volver a reanudar el paseo juntos de nuevo. Esta vez su paso era más ágil y caminaban unidos a la par. Todavía hubo otra circunstancia que me intrigó. Los colores de la camisa habitualmente pardos, esta vez eran vivos y alegres. La incertidumbre me hizo acelerar el paso para, poco a poco, con la cercanía descubrir el enigma. Al llegar a su altura, comenté: es el mismo señor con idéntico perro, sólo que este mucho más joven. El hombre se volvió y sonriendo me contestó: «Sí, este es todavía un cachorro, regalo de mis hijos que no querían verme deprimido por la pérdida del anterior. La vida es así, unos vamos dejando paso a los siguientes». Les deseé que pudieran disfrutar durante mucho tiempo el uno del otro y me alejé pensando: para ellos también, hacia la luz y la vida, otro milagro de la primavera.
Nacho Barranco. Zaragoza
LA CARTA DE LA SEMANA
PASAR PÁGINA O ARRANCARLA
En el libro de nuestra vida hay un capítulo que duró sesenta años y que se titula El terror. En él se detallan episodios crueles con los que convivimos durante décadas. Retomo uno de ellos que ocurrió en 1998 en Sevilla: «Fue volviendo a casa, al lado de la catedral. Dos hombres y una mujer iban a por mi hermano y lo mataron. Mi cuñada lo abrazó en el suelo y, mientras lo acunaba llorando, les gritó, los insultó, los enfrentó. No era su objetivo, pero ellos volvieron sobre sus pasos y le callaron la boca de un tiro. Dejaron huérfanos a tres niños de corta edad». Días más tarde... Presos de ETA muestran por carta su alegría por el atentado de Sevilla: «Sus lloros son nuestra sonrisa y terminaremos a carcajada limpia». Las páginas de un libro son vivas y van en doble dirección: hacia delante para seguir y hacia atrás para recordar. Lo que no se debe hacer, por mucho que nos animen a hacerlo, es arrancar la página de lo que no les gusta que recordemos.
Arantza Arteta. Barakaldo (Bizkaia)
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