El Movistar Estudiantes se disfrazó del Unicaja para intentar romper su dinámica negativa, se puso el traje de triplista y su fulgurante comienzo alimentó sus esperanzas de victoria hasta el último instante, cuando falló un triple para ganar y una bandeja para forzar la ... prórroga. Pero erró en su planteamiento cuando no supo leer un partido que se le puso cuesta arriba después de ir dominando hasta el último cuarto. El conjunto que entrena Javier Zamora empezó con seis aciertos de siete intentos en el triple (extraordinario porcentaje), luego acumuló un 4 de 10 (bastante bueno) y estropeó la fiesta prevista cuando en el tercer cuarto sólo consiguió un lanzamiento lejano de ocho intentos. Sus 2 de 5 en el cuarto definitivo le mantuvo vivo, pero terminó muriendo en la orilla.
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Apostó al triple y perdió, y eso que los ánimos de venganza, deportivamente hablando, de Avramovic (8 puntos, 3 rebotes, 8 asistencias y 18 de valoración al descanso, 23 al final) a punto estuvo de impedirlo. Esa pérdida de acierto en el triple es una de las causas de la derrota del Estudiantes, pero el triunfo del Unicaja se cimentó en dos detalles capitales: logró 21 puntos al contraataque por cero de su rival en 35 minutos y fue fiel a su seña de identidad con solo seis pérdidas de balón por 18 su contrincante. En esos dos aspectos capitalizó una remontada cuando se vio 12 puntos abajo. Lógicamente hubo actuaciones destacadas, como la de Francis Alonso al comienzo, la de Bouteille en el tercer cuarto (11 puntos) y la de Waczynski al final con ocho de sus diez puntos del último cuarto a dos minutos y medio para la conclusión, gracias a un triple, una canasta, un tiro libre y otra canasta.
Ganó su duelo con Gentile porque el italiano, autor de 20 puntos, falló los dos últimos tiros, mientras el polaco salió airoso cada vez que miraba al aro. Pero sobre todo sobresalió un día más Alberto Díaz, el más regular de su equipo, máximo anotador, máximo triplista y más valorado de un conjunto que mantiene su racha de éxito en la Liga. El encuentro por momentos pareció una enfermería más que una pista de baloncesto: Brizuela se presentó en su antigua cancha con el pómulo cosido a puntos; Rubén Guerrero andaba tocado y no podía parar de calentar mientras permanecía en el banquillo para que no se enfriase la zona dolorida; Deon Thompson, k.o. por un codazo de Brown que le partió el labio y hasta el alma; y, lo que es más grave, con Jaime Fernández dolorido, compungido y consumido por la pena por una lesión de la que aún habrá que esperar para saber el resultado. Un precio alto pagó el Unicaja por una victoria necesaria, pero de la que puede costar recuperarse por las consecuencias del choque.
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Pedro Luis Alonso
AGENCIA LOF
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