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Probablemente los más ancianos del lugar hayan compartido esta historia decenas de veces en la intimidad del hogar, rescatando así el testimonio oral de los ... antepasados que tuvieron la oportunidad de vivir el extraño suceso que sobresaltó a todo un pueblo en la noche del 20 al 21 de marzo de 1886. El escenario: Tolox, una pequeña localidad al pie de la Serranía de Ronda famoso por las propiedades de las aguas de su balneario pero también epicentro de uno de los misterios más desconocidos de la provincia y que ha pasado a la historia como un suceso de puro fanatismo religioso que sin embargo muchos han documentado como el primer intento de suicidio colectivo en España.
En efecto, el caso conocido como 'Los Iluminados de Tolox' tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un guión de película: sus extravagantes protagonistas, predicaciones, apariciones, hogueras de purificación, sustancias alucinógenas, sospechas de hipnosis e incluso un juicio posterior que llenó las páginas de los periódicos de la época. Y todo ello con origen en un anuncio que sirvió para prender la mecha del extremismo y el temor a un castigo divino en algunos de los vecinos que tomaron parte en aquellos acontecimientos: el del fin del mundo.
Pero poner cada cosa en su contexto necesita cierto orden: en primer lugar, el escenario y la época. A finales del siglo XIX, la vida en la mayoría de los pueblos dispersos y alejados de los grandes núcleos de población no tenía nada que ver con la que hoy se disfruta. Las comunicaciones dejaban todo que desear, y la falta de expectativas y oportunidades marcaban el día a día de unos habitantes que luchaban por salir adelante como podían. Tolox no era una excepción en este mapa generalizado. Aislados y con una economía basada en la subsistencia, a su complicada rutina se le añadía la crisis generalizada que azotó al país en los últimos años del siglo XIX. En ese contexto extremo, y en un ámbito de escasa instrucción y fortísimas creencias religiosas, tampoco era extraño abrazar la creencia de que el fin del mundo estaba cerca.
De anunciarlo a todos los que quisieran escucharlo se encargó un oscuro personaje que apareció en Tolox en octubre de 1885 con un buen puñado de malos augurios y la talla de un Cristo a tamaño natural que, según el testimonio que dejaron los que lo contemplaban, causaba más pavor que devoción. Aquel personaje que se encargó de desencadenar en los vecinos el pánico al fin del mundo y al castigo divino se hacía llamar el 'padre José', que predicaba ataviado con una túnica y un cayado en la mano, según recoge en un extenso artículo publicado en 'Abc' el 13 de septiembre de 1966 Gustavo García-Herrera: en realidad, aquel falso cura cuyo origen algunos historiadores sitúan en el barrio malagueño de Mangas Verdes era un tipo a medio camino entre charlatán y timador que había cumplido condena en Granada y Ceuta por estafa. Y eso fue precisamente lo que hizo con los devotos vecinos de Tolox, que no sólo lo escuchaban atónitos y se prestaban a sus delirantes penitencias sino que en demasiadas ocasiones le hicieron donativos de sus escasos recursos para que ese fin del mundo les pillara, al menos, en paz con Dios y con sus 'enviados'.
Aquel discurso que prometía el castigo en la vida eterna si se aferraban en exceso a los bienes materiales no tardó en calar gracias a la complicidad de otros dos foráneos que también jugaron un papel importante en el caso: Mateo Romero, conocido en determinados círculos por sus supuestas dotes para la hipnosis, y Teresa Villatoros, una espiritista y echadora de cartas que desde el malagueño barrio de La Trinidad colaboró con sus otros dos cómplices para crear el ambiente propicio de miedo y fanatismo. Mateo y Teresa eran, para los vecinos, el Santo y la Santa; y sus artimañas causaron un efecto inmediato en las mentes más piadosas del pueblo. La correspondencia que 'Santa Teresa' enviaba a la localidad fue acogida con fervor por cuatro mujeres del pueblo, que recibirían el nombre de 'Las Cuatro Columnas' y que algunos estudiosos del caso han comparado, e identificado, con una secta: eran Isabel Gallardo, Josefa Márquez, Ana Mesa y Micaela Merchán, esta última una de las más activas instigadoras durante la noche de los 'iluminados'.
Durante los seis meses que el 'padre José' estuvo en el pueblo se sucedieron las predicaciones basadas en las peores profecías, los rezos colectivos en casas de particulares e incluso extrañas apariciones: la que desencadenó todo lo que vino después tuvo como 'testigo' a Miguel Soto Martín, un humilde jornalero conocido en el pueblo como 'El Pilonso', que según el testimonio que aportó en la causa judicial posterior vio cómo en unas chumberas del campo de su padre se le aparecía «un niño desnudo como de un año, con una cadena de oro y un reloj al cuello y en las manos un crucifijo también de oro». Su mensaje de que «el mundo iba a dar un tumbo» (sic) y el anuncio de que había llegado hasta allí «con su madre» lo hicieron correr rápidamente en busca de su padre.
Cuando el Pilonso dijo que aquel pequeño podía ser el Niño Jesús son pocos los que le creen; y a su regreso al punto exacto de la aparición para asegurarse de que lo que había visto era cierto, no encuentra al niño pero sí a su 'madre': «En su lugar (del niño) había una cruz señalada en el suelo y a su lado vi a una señora muy bien vestida de negro (…). Me suplicó que escogiese a cuatro compañeros de Tolox y que fuera al cementerio a rezar varias horas». Según el testimonio del humilde labrador, la supuesta Virgen le mandó a ir a buscar a una de las personas más adineradas del pueblo, José del Río, y pedirle un valioso reloj para ir a rezar al camposanto por el alma de su hijo recién fallecido. En este punto de la historia, algunas crónicas confirman que el escándalo que se montó entre los vecinos y el ofendido potentado fue tal que el 'padre José' tuvo que huir del pueblo y refugiarse en un paraje cercano, justo el lugar en el que más tarde tendría lugar la ceremonia de 'los iluminados'.
El hecho es que a pesar de este revés en los planes del falso cura, esa mecha del fanatismo, convenientemente alimentada, ya había prendido en algunos. El fin del mundo, que Micaela Merchán fijó para el 20 de marzo de 1886, se acercaba y había que estar preparados, con el Sol cumpliendo el papel de Dios y la Luna el de Virgen. Así lo recoge en un extenso artículo el historiador Francisco Lara Millán en el portal digital 'Noticias de Tolox', quien avanza también en los detalles del mensaje que había calado en ese grupo de fieles: la penitencia era necesaria no sólo por esa llegada del fin del mundo, sino para recibir del cielo «un maná diario» y no tener que volver a trabajar.
Dispuestos a no tener que volver a sufrir esa dureza de la vida terrenal, 25 personas acudieron a la cita con Micaela en la noche del 20 de marzo: lo hicieron en el entorno del Río Verde, a unos once kilómetros del pueblo, donde la nueva 'líder' vivía con su marido y sus cinco hijos en un pequeño conjunto de chozas y donde había ido a refugiarse poco antes el 'padre José'. Los fieles, según confirman los documentos que aporta Lara, procedían de cuatro núcleos familiares y tenían edades comprendidas entre los nueve meses (un niño de pecho) y los 77 años.
Sobre lo que ocurrió aquella noche hay muchos testimonios escritos, algunos más dramáticos que otros: lo que sí está confirmado, según se demostró en el juicio, es que hubo rituales, rezos y penitencias dirigidos por la enfervorizada Micaela.En torno a una hoguera, los participantes quemaron todos los enseres que había en las chozas, las propias chozas y todas sus ropas poseídos por la promesa de que en el más allá no la necesitarían. Con lo material, echaron también al fuego a siete cerdos que creyeron endemoniados y trataron de hacer lo mismo con una vaca que pasaba por allí, pero en ese trance uno de los fanáticos dijo que, al ser de color blanco, llevaría probablemente dentro al Espíritu Santo. Desnudos y en éxtasis, la 'maestra de ceremonia' llegó a oficiar el matrimonio entre dos jóvenes participantes llamados Blas y Juana, aunque les prohibió consumar la unión porque con la llegada del fin del mundo quedarían en pecado mortal. Los testimonios más extremos afirman que se desollaron y que trataron de echar al fuego a un niño de un año, aunque está confirmado que no hubo muertos y, por lo tanto, si lo intentaron, se salvó.
Aunque no los hubo, sí hubo heridos: los participantes se flagelaron con sogas de esparto, se arrancaron parte del pelo y llegaron a hacerse cortes para reproducir las llagas de Cristo. Y todo en un estado de éxtasis que las crónicas no sólo achacan al propio fanatismo: también al alcohol, a sustancias alucinógenas derivadas de una planta llamada beleño (en el juicio se llegó a hablar también de cannabis) e incluso a una hipnosis que había podido practicar Mateo Romero, que no estuvo aquella noche. Para confirmar si el trance existió o no, en el juicio posterior se llegó a aplicar la hipnosis a los 22 encausados para verificar la capacidad que tenían los participantes de ser responsables de sus actos, pero los técnicos concluyeron que aquello había sido fruto de una histeria colectiva y no de una hipnosis, salvo en el caso de El Pilonso, donde certificaron que sí era capaz de ver las cosas más absurdas y que «está sometido a cualquier sujeto que quiera hipnotizarlo». Cabe recordar, en este sentido, que el proceso judicial pasó a la historia de España por ser el primero en que el tribunal aceptó como prueba la hipnosis, que en aquellos tiempos era una técnica aún poco conocida.
De regreso al Río Verde, la noche de locura no sólo terminó con el amanecer. También con la llegada de la Guardia Civil, que había sido alertada por un vecino de la zona y que levantó el atestado de todo lo sucedido para la instrucción del caso. El juicio se celebró en Coín entre los días 23 y 26 de noviembre de 1887 con el lógico interés de toda la prensa de la época, y se resolvió con penas leves y multas: cuatro meses y un día de arresto por el delito de lesiones menos graves para Micaela Merchán; un mes y un día de arresto para los procesados de más de 18 años por escándalo público y una multa de 125 pesetas para los mayores de 15 años y menores de 18. La sentencia no hablaba de herejía, sino de escándalo público «por ofender el pudor y las buenas costumbres despojándose (los acusados) de todas sus vestiduras y permaneciendo mezclados unos y otros, varones y hembras, niños, hombres y ancianos sin el menor recato». Además, del proceso quedaron excluídos el 'padre José', a quien se perdió el rastro, además de Mateo y Teresa, el Santo y la Santa; y como curiosidad hay que destacar que el abogado defensor de Micaela Merchán y otro grupo de exaltados fue el conocido abogado y periodista Narciso Díaz Escovar, cuyo archivo histórico es un auténtico tesoro a la hora de conocer la Málaga de la época.
Algunas crónicas periodísticas recogen cómo los acusados, a la salida de la audiencia, fueron apedreados por un grupo de ciudadanos, aunque de la suerte que corrieron posteriormente a su llegada a Tolox poco se sabe. Sólo que sobre ellos cayó la losa de ser la vergüenza del pueblo y que desde ese momento pasaron a ser conocidos como los iluminados o los 'encuerichis' (por el estado de desnudez en el que fueron hallados por la Guardia Civil). Y a pesar del escándalo que representó para la época el caso de este pequeño pueblo de Sierra de las Nieves, convertido en el punto de mira de la opinión pública de todo un país, hoy, 133 años después, Tolox parece haber corrido un velo sobre los acontecimientos de 1885. Se sabe, pero no se habla o se habla poco. Quizás sólo en esas sobremesas de la intimidad del hogar en las que también se 'celebra', por qué no, el alivio de que del fin del mundo, nada de nada.
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