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La noche prometía con el regreso de San Juan tras dos años de parada obligatoria a causa del coronavirus. Las playas se convertían nuevamente en ... un festival al aire libre en el que el bañador era el código obligado de vestimenta. Y mientras la mayoría de los dispositivos policiales tenían su vista puesta en las costas, el resto de la ciudad quedaba en manos de los radiopatrullas.
En total, ocho vehículos 'Z' recorrieron la capital de punta a punta, con sus distintivas luces azules activadas para prevenir la comisión de delitos y, a su vez, atender los requerimientos que llegan a través de la Sala del 091. En una noche tan especial, la cercanía al ciudadano es primordial. «En un día como hoy las llamadas son lo primero; vamos a lo que nos necesiten», incide el subinspector Fran Camarena, con casi tres décadas de experiencia en el cuerpo.
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Y es que, como bien saben él y su compañero Mariano Sánchez, otro veterano de la Policía Nacional, la combinación entre el consumo de alcohol y la concurrencia masiva a las playas da como resultado un escenario ideal para que los delincuentes hagan de las suyas y la violencia experimente cierto repunte. Aunque la noche comenzó tranquila, todavía quedaban varias horas por delante.
La primera detención no se hizo esperar. Antes de que el reloj marcase las 00.00 horas, un hombre era trasladado al hospital tras autolesionarse en un supuesto episodios de malos tratos con chantaje y coacción hacia su exmujer como ingredientes principales. Continúa la ronda. Nueva llamada. Alertan del fuerte olor que traspasa la puerta de una vivienda y se sospecha que en su interior puede haber un finado.
«Cuando atendemos a las llamadas realmente nunca sabemos qué nos vamos a encontrar», avanzan el dúo de Camarena y Sánchez. Y están en lo cierto. Tras la alarma generada en el bloque, la propietaria de la casa alquilada a un inquilino moroso al que los vecinos no veían desde hace meses, se dispone a abrir la puerta. No hay cadáver, aunque huele como si lo hubiera. El olor procede de la cocina, donde los alimentos del frigorífico llevan casi medio año descomponiéndose.
Mientras los efectivos atienden a la dueña del piso y la tranquilizan diciéndole que van a hacer constar en un parte que la vivienda tiene todos los visos de haber sido desocupada hace tiempo, la sala del CIMACC anuncia que dos jóvenes extranjeras, de entre 18 y 21 años, requieren atención sanitaria en la playa de La Malagueta. Los primeros comas etílicos en una madrugada en la que los servicios sanitarios no tuvieron tregua.
La noche avanza y los efectivos reciben un segundo aviso por supuestos malos tratos. Un requirente que quiere mantenerse en el anonimato indica que ha escuchado a una mujer gritando «policía». Esa misma tarde los agentes ya acudieron al mismo domicilio, pero el marido se había marchado. La presunta víctima abre la puerta a los funcionarios. Aunque su relato no resulta del todo convincente para los policías, ella niega los supuestos episodios de violencia machista.
Los efectivos se quedan un rato merodeando la zona y regresan a la casa, dando una nueva oportunidad a la mujer para que, en caso de haber sufrido alguna agresión o amenaza, lo denuncie. Pero ella desiste. «En estos casos, si no hay testigos directos y la supuesta víctima no lo dice, no se puede hacer nada», apostilla Sánchez.
Los policías se ponen rumbo a otro nuevo aviso por una pelea en el Paseo Marítimo Antonio Banderas, pero cambian de sentido ante la comunicación del CIMACC. Un vecino de avanzada edad de La Palmilla indica haber escuchado detonaciones. «Es territorio comanche; cuando vamos sabemos que en la mayoría de los casos todo el mundo va a decir que ahí no ha pasado nada, pero es nuestra obligación ir», señalan.
La experiencia es un grado y Camarena y Sánchez se conocen la calle como si fuera una película que ya han visto miles de veces. Efectivamente, nadie habla y nadie ha escuchado armas de fuego. «Había dos peleándose, pero nada más», refieren los vecinos, que han montado en su barrio su propia verbena de San Juan, con mesitas en las plazas a la fresquita de la noche.
«Si hubieran llamado más personas hubiéramos tenido más motivos para sospechar, aunque aquí tampoco es que nos cuenten mucho cuando venimos», dicen los agentes. La ley del silencio impera. De ahí se dirigen a la autovía para acercarse a la playa de El Dedo. «Parte de nuestro servicio esta noche, además de atender las llamadas, es rondar las inmediaciones de las playas del El Palo y La Misericordia; el objetivo es prevenir hurtos, robos y peleas», precisan.
Amenazas con arma blanca
Más allá de la multitud de adolescentes y jóvenes bajo la evidente influencia de bebidas alcohólicas, todo parece estar en calma. Varias dotaciones de la Policía Local también vigilan la zona y trabajan para controlar el tráfico. Un nuevo aviso hace que el 'Z' se ponga rumbo a Campanillas. Al parecer, un varón está amenazando a otro con un arma blanca, pero los vecinos intervienen para que no se lleve a cabo la agresión. Otro que duerme en el calabozo.
Sobre las tres de la madrugada, nuevo altercado en pleno centro, en las arterias del entorno Thyssen. Un individuo alerta de que le han robado un ordenador y cuando los policías llegan lo encuentran junto a un edificio abandonado que es un punto habitual de consumo de drogas. La víctima, un ciudadano irlandés, se encuentra sentado en el suelo, con la cabeza cabizbaja y las facultades aparentemente mermadas por, lo que parece, algún tipo de sustancia.
El hombre insiste en que se han llevado su portátil en el interior del bloque convertido en fumadero, pero no sabe quién ha sido y no aporta descripción. Los agentes intentan calmarlo y le instan a que abandone el lugar por temor a que busque represalias, tras lo que le indican que debe proceder a interponer una denuncia en comisaría.
Pese a que acabó accediendo a marcharse, o eso dijo a los policías, Camarena y Sánchez no se equivocaban cuando, de camino al 'Z', comentaron que esta persona no se detendría ahí. No les falla la intención. En cuestión de una hora, la Sala del 091 avisaba de que el individuo estaba de nuevo en el inmueble y volvía a verse en problemas.
Los agentes deciden acercarse a la playa de La Malagueta para comprobar si las inmediaciones están tranquilas y ahuyentar a los posibles delincuentes. En su recorrido por el Paseo de la Farola, multitud de jóvenes caminan tambaleantes y a la entrada un chico recoge el pelo a su acompañante mientras ella vomita apoyada en un poste. Junto a una parada de autobús, una mujer es asistida por los sanitarios, que intentan hacerla entrar en calor con una manta térmica.
Robos en viviendas
La noche continúa en las playas malagueñas y también lejos de ellas. «Hoy nos estamos desplegando mucho por las zonas residenciales porque es la ocasión perfecta para robar dentro de las casas sabiendo que la gente sale», señalaban los policías al inicio de la velada. Y volvían a dar en el clavo. Unos minutos después de las cuatro de la madrugada, entra el aviso de un robo en una casa del Cerrado de Calderón.
Al parecer, el ladrón o los ladrones accedieron al inmueble trepando hasta la primera planta, colándose a través de las rejas de una terraza situada en ese piso. Los ocupantes se llevaron la sorpresa nada más abrir la puerta al darse cuenta de que todas las habitaciones estaban revueltas, aunque los autores ya se habían marchado del lugar.
Paralelamente, otros 'Z' y agentes del indicativo Gotham se personaron en el Club de Golf de Guadalhorce, en el que también se colaron en plena noche a través de una de las ventanas. Los efectivos de paisano se adelantaron para no ahuyentar a los responsables y se quedaron inspeccionando la zona, pero los delincuentes se dieron a la fuga antes de su llegada.
Así transcurrió el otro San Juan, el de los radiopatrullas que vigilaban la seguridad de la ciudad en una velada señalada en el calendario. Los agentes Camarena y Sánchez, sobre las cinco de la madrugada, se pusieron de regreso a la Comisaría provincial para practicar diligencias y ocuparse de la parte documental antes de que el sol hiciera su aparición y tocase al fin descansar. Con cierta sorpresa comentaban que, pese a todo, la noche «fue mucho más tranquila de lo que cabía esperar».
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