Eran las doce y media de la noche del 9 de febrero, en Benalmádena. Lina (48 años) llegó del bar donde limpiaba y pasó por el piso de su madre -en la segunda planta-. Recogió a sus pequeños y el dinero que había dejado allí el propietario de un domicilio que también adecentaba. Y se bajó a su casa. No lo sabía, pero esa sería la última vez que hablaría con su madre.
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A Josefa la despertaron los gritos de sus nietos a las tres y media de la madrugada.
- «Abuela, que a mi madre la han matado. Mi padre la ha matado. Mi madre ya no va subir más».
Recuerda que echó a correr, que se topó con el dispositivo policial y que ya no pudo entrar a verla por última vez. El piso ardía ante los ojos impotentes de una mujer que nunca imaginó que, a su edad, le arrebatarían a su niña. En ese mismo escenario, la Policía se llevaba detenido al hombre que tan mala vida le había dado durante años, y no se pudo resistir: «Le empecé a dar por la espalda hasta que los guardias me pararon».
Sentada en el sofá de la casa de su otra hija, con las lágrimas propias de la atrocidad sufrida y los alaridos acordes a la rabia sentida, a sus 81 años, Josefa atiende a SUR con un único objetivo: recriminar la actuación judicial y que «paguen todos los que tengan que pagar».
Desde aquel domingo, le cuesta dormir. Pero, también despertarse, porque, nada más abrir los ojos sigue pensando que Lina estará en el piso de arriba cuando vuelva a su casa, afectada también por las llamas. De momento, prefiere no imaginar la vuelta. «Yo no puedo estar sola allí», dice entre sollozos.
Su preocupación, los tres pequeños de Lina -el mayor de 11 y las niñas de siete y nueve- de los que tratará de hacerse cargo en la medida de lo posible. Su deseo, que Augustine, en prisión provisional desde el martes 11 por su presunta responsabilidad en los hechos, «se pudra en la cárcel, le ha hecho muchísimo daño a mi niña».
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Josefa no hablaba con el supuesto autor del crimen desde que le dio un empujón, hace años, y la tiró al suelo cuando intentaba proteger a uno de sus nietos. «Teníamos que cortar la luz para que mi niño me arreglara una cosilla y le dije que bajara a quitarla a casa de Lina. Ahí casi lo mata y yo me puse en medio», relata.
Aunque era un secreto a voces, Lina no se desahogó con su madre hasta que decidió separarse. «Se ha aguantado todo el maltrato, pero ya no podía más, le pegó y le quitó el móvil, y ahí ya decidió ir a la Policía». Era 20 de enero y dio el primer paso. Habló con los agentes y, aunque estuvo a punto de no denunciar, terminó haciéndolo. Contó que su expareja le había levantado la mano, que la había amenazado y que le había pegado otras veces, aunque manifestó que esa última vez no.
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Su situación entonces fue catalogada de «riesgo medio» con menores en situación vulnerable a su cargo y en sede judicial se apreciaron contradicciones en su declaración. Teniendo en cuenta ambas cosas, la titular de Juzgado de Violencia Sobre la Mujer número 3 de Málaga le denegó solo un día después una orden de protección, que ella misma pidió, porque no se constataba la existencia de «una situación objetiva de riesgo» para la víctima. 18 días después, Lina fue violentamente asesinada. El único sospechoso, su expareja.
Josefa maldice una y otra vez a la Justicia. Y que «no protegiera» a su niña. Se echa a llorar cada vez que piensa que, si le hubieran concedido esa orden de alejamiento, su final, quizás, habría sido distinto. «Eso es lo más malo que tengo en mi cuerpo porque, de habérsela dado, estaría en su casa con su llave a puerta cerrada». Critica, igualmente, que la única alternativa que le ofrecieran fuera trasladarse a un piso de acogida. «¿Pero por qué tenía que irse ella si el piso es mío?».
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A pesar de que Lina y Augustine estaban en trámites de separación y ella lo había denunciado, él «entraba y salía de la casa cuando le daba la gana». Josefa convivía con la preocupación. «Se me liaba un dolor de barriga cada vez que venía», reconoce. Su hija, la tranquilizaba. Que la pesadilla terminaría pronto y que entonces sería «libre», le decía.
Lina no pudo cumplir su deseo. La madrugada fatídica, el presunto agresor, cubierto con la capucha de una sudadera, entró en la casa y se dirigió a la habitación del fondo, donde estaba la mujer. Tras una breve discusión, el individuo supuestamente comenzó a agredirla físicamente. Aunque los pequeños corrieron a socorrerla, a ellos también les habría atacado con un puño americano, consiguiendo estrangular a la mujer y prender fuego al cuarto.
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A ojos de Josefa, Lina era «guapísima». Pero, sobre todo, «inocente» y «buena». «No es porque lo diga yo que soy su madre, pregunte usted por el pueblo, por donde quiera». Entregada a sus hijos, sacaba a su familia adelante limpiando casas y llevando niños al colegio. «Él nunca le ha dado un duro para comer, nunca se ha preocupado por pagar la luz o el agua. No sé por qué mi niña lo aguantó tanto».
Religiosa de misa todos los domingos, Josefa lleva desde que le quitaron a su niña sin rezar. «Antes cogía el rosario todas las mañanas, pero ahora ni me acuerdo». Y no resulta extraño olvidarse hasta de profesar la fe cuando no hay ni esperanzas en ella.
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-¿Cree que se puede perdonar algo así en la vida?
-«¡No! ¿Cómo voy a perdonar que haya dejado a tres niños chicos solos y haya matado a su madre delante de ellos? Es un machista malo».
Cabe recordar la posibilidad de recurrir las 24 horas del día todos los días de la semana al teléfono 016, al correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es, o al canal del WhatsApp en el número 600 000 016 para pedir asesoramiento sobre los recursos disponibles y los derechos de las víctimas de violencia de género.
En una situación de emergencia se puede llamar al 112 o a los teléfonos de emergencias de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062) y, si no es posible realizar una llamada, ante una situación de peligro se puede utilizar la aplicación ALERTCOPS, desde la que se enviará una señal de alerta a la policía con geolocalización.
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