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Las medidas de seguridad son similares a las del narco. Tienen sus 'puntos', gente del pueblo a sueldo cuya única misión es avisar de la presencia policial, y adoptan medidas de contravigilancia con vehículos lanzadera. «Si sospechan lo más mínimo, anulan y se 'limpian'», ... explica un mando de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil.
En la 'operación Hannibal', donde desmantelaron la primera fábrica subterránea de tabaco falsificado en Europa, los investigadores se encontraron una zona «imposible de vigilar». Desde el perímetro, veían un trasiego inusual de furgonetas que salían a la carretera, pero no sabían de qué finca venían. Y tampoco podían seguirlos sin ser descubiertos.
Entre los integrantes del Grupo de Delincuencia Económica de la UCO hay un tipo asturiano que se levanta casi todos los días a las cinco de la mañana para correr 30 kilómetros antes de ir a trabajar. «Es un prodigio físico, hace maratones (42 km) a tiempos de campeón. Para que te hagas una idea, las 'medias' (21 km) las corre a 3,18 min/km, sólo para entrenar», cuenta un compañero.
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Y ya se sabe: donde no llega la tecnología, llega el ingenio. Como no podían rastrear los vehículos, se les ocurrió que el atleta del grupo se disfrazara de lo que es, un 'runner' experto, para seguirlos. «Te pones las zapatillas y, cuando veas una furgoneta, tú tiras detrás. Así logró ubicar la finca de la que salían los camiones, aunque ni para él fue fácil. Para llegar hasta allí había que recorrer varios kilómetros con una pendiente considerable por un carril serpenteante, atravesar una parcela de un club de tiro privado y luego descender por un camino de tierra hasta una vaguada, donde estaba la explanada perfecta.
Si difícil fue ubicar la finca, no menos lo fue encontrar la fábrica. El 11 de febrero, una legión de agentes de la UCO aterrizó a las cinco de la mañana en la parcela para registrarla y localizar la instalación donde se producía el tabaco. «Estábamos convencidos de que se hallaba allí, pero solo veíamos una cuadra de caballos. Había un generador que dejó de funcionar a mediodía, pero nada más», recuerda uno de los guardias civiles que participó en el operativo. «Movimos máquinas, sacamos 60 sacos de tierra, excavamos entre unos escombros...».
De pronto, 18 horas después, a alguien se le ocurre colocar un tablón delante de un 'dumper' para empujar un 'container' de varias toneladas. «¡Leñe, que se mueve!», gritaron. Así quedó al descubierto la entrada a la fábrica subterránea. Abajo, seis trabajadores ucranianos habían encendido velas y rezaban para que no se apagara de nuevo el generador, que se alimentaba diariamente con gasoil –ese día, con los cabecillas detenidos, nadie les suministró combustible– y que hacía funcionar el circuito cerrado de aire que les permitía respirar. Golperaron las paredes del búker, pero los agentes, que estaban cuatro metros más arriba, no podían oírlos, porque las paredes estaban insonorizadas. «Lo pasaron muy mal, les costaba respirar».
Su suerte fue que los investigadores los rescataron y que, pese a que eran las once de la noche y llevaban 18 horas seguidas trabajando, ninguno de ellos quiso irse a descansar y continuar el registro al día siguiente. «Si llegamos a hacerlo, encontramos seis cadáveres», concluye el guardia.
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