La suplementación nutricional es un gigantesco negocio en continua expansión. Cada vez más empresas quieren hincarle el diente a un pastel que se encuentra en plena inflación. La creciente preocupación por la salud y el papel protagonista que se le otorga a la nutrición justifican ... la aparición de todo tipo de complementos nutricionales y complejos vitamínicos que prometen la consecución del objetivo «vida eterna». Mejorar la memoria, optimizar nuestra próxima analítica o un hercúleo perímetro para nuestros bíceps, son solo alguna de las promesas que nos anticipan.
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Con cuidados envases y una irresistible nomenclatura en la que abundan términos bioquímicos como: aminoácido, péptido, liposoluble, hidrolizado, oligoelemento, biodisponible, hidrosoluble, triglicérido, ácido graso, insaturación… parece que todo está bajo control y es difícil poner en duda que cumplirán el cielo que prometen. Pero lo cierto es que no los necesitamos, al menos sin tener ningún déficit correctamente diagnosticado. En el mejor de los casos serán inocuos y solo nos supondrán un dispendio económico pero en determinadas circunstancias pueden ser una pésima idea. Uno de los últimos estudios publicados en la revista Annals of Internal Medicine alerta sobre la relación entre el consumo de ciertos suplementos nutricionales y el aumento de riesgo de muerte.
En plena época de exámenes algunos de estos aditamentos se especializan en mejorar nuestras capacidades cognitivas y de memoria. Desde luego todo un logro y una ayuda inestimable para el sufrido estudiante que se dejará un pico en la farmacia, porque estos complementos no son precisamente baratos, pero no estaría de más preguntarse si funcionan.
La fosfatidilserina, la taurina o la jalea real son ingredientes clásicos en la composición de estas cápsulas milagro a los que se le asigna todo tipo de propiedades relacionada con la mejora de nuestra actividad cerebral. Con argumentaciones más o menos elaboradas del tipo: «son un componente fundamental de las membranas celulares» o «es lo único que consumen las abejas reina, nada menos». La verdad es que es difícil no ser seducido por tesis de tal contundencia pero la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) niega que exista la menor evidencia entre el consumo de estos compuestos y la mejora intelectual. Es cierto que llevan otros compañeros de viaje como minerales y vitaminas que si han demostrado su virtuosismo, pero en honor a la verdad no está justificado su consumo en este formato. Un ejemplo es el fósforo, que si está relacionado con una correcta actividad memorística y suele aparecer en el listado de compuestos pero en cantidades irrisoriamente bajas, de hecho, una sola sardina atesora unas 90 veces más cantidad que el contenido de alguno de estos suplementos.
Es cierto que hay ocasiones en que la adición, de determinadas sustancias a nuestra dieta, es muy necesaria. La vitamina B12 en los vegetarianos o el hierro en las embarazadas son solo dos ejemplos dónde está más que justificado su consumo, pero siempre debe de mediar el rigor científico y el correcto diagnóstico. En demasiadas ocasiones esto no solo no se cumple sino que los complementos son utilizados para compensar los excesos y desequilibrios de la dieta habitual, algo que en absoluto cumplen y que puede considerarse un verdadero desastre como metodología dietética.
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La nutrición es un campo de una enorme complejidad donde las ideas preconcebidas son continuamente corregidas por la evidencia. Compuestos para prevenir el alzhéimer o aportaciones extra de vitamina D que han demostrado su perfecta inutilidad.
También casos más graves como las recomendaciones que en su día se dieron sobre el consumo de vitamina E para reducir la incidencia del cáncer de próstata y que posteriormente fueron corregidas porque lo que sucedía era justo lo contrario. Podríamos pensar que detrás de estos productos y consejos está siempre el desmedido deseo de lucro por parte de siniestros laboratorios pero lo cierto es que, en muchas ocasiones, existe un sincero interés por mejorar la vida de la gente y una lógica científica que avala la recomendación inicial. El problema son las enormes interacciones que se generan entre los diferentes compuestos en su proceso de asimilación por parte del organismo. El comportamiento de una sustancia aislada en un laboratorio puede no tener la más mínima relación con la asimilación de esa misma sustancia en nuestro intestino.
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La clave es que los nutrientes no son sustancias aisladas sino que están embebidos dentro de una compleja trama química a la que llamamos alimento. Las filias y fobias que generan estos nutrientes dentro de los alimentos las conocemos (más o menos) por la sencilla razón de que, en general, llevamos consumiendo esos productos mucho tiempo y sabemos que ocurre. Pero cuando cogemos nutrientes aislados y los juntamos en peregrinas combinaciones el resultado de estos maridajes puede no ser el deseado con consecuencias casi imposible de prever.
Podemos concluir afirmando que no existe ninguna fuente de minerales y vitaminas que mejore a los alimentos naturales. En ellos conocemos su composición pero, sobre todo, la biodisponibilidad real que tendrán sus nutrientes y como actuaran dentro de nuestro organismo. De ahí que no exista ningún plan de suplementación nutricional que mejore al de una dieta equilibrada.
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