Otro Málaga, mejor que el de semanas atrás. Esa es la primera lectura del choque de anoche en Gijón. El equipo se transformó de una forma absoluta, lo cambió Sergio Pellicer con la alineación, los cambios, el sistema de juego, la presión asfixiante y ... el sacrificio de los futbolistas, sobre todo en la primera parte, pero no le llegó para evitar la derrota. El técnico reactivó al equipo de nuevo, pero sin el éxito pretendido y con la suerte de espaldas. Superó lo mostrado en los últimos encuentros, con mejores sensaciones y confianza en su juego, aunque las variaciones, incluyendo la mala suerte, fueron insuficientes para que llegara el acierto, la pegada y, sobre todo, evitar los errores, como el que costó el gol. Un despiste más. Letal. La reacción mereció una mayor fortuna, aunque seguramente le servirá a la plantilla para mantener el mismo nivel y cambiar el rumbo pronto.
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Lo que queda otra vez claro es que el Málaga juega mejor fuera de La Rosaleda, como se conoce. El equipo de Martiricos mejoró en todos los órdenes, exhibiendo trabajo de presión a destajo desde el primer instante, criterio en el juego tanto en defensa como en ataque y profundidad para disfrutar de opciones para marcar, pese a que no fuera capaz de superar la meta de Mariño. En El Molinón parecía un equipo interesante, capaz de controlar el balón ante un rival fuerte, con ambición y orgullo, intentando resarcirse de los últimos resultados, sobre todo el anterior (la derrota en casa ante el Zaragoza). Pero tuvo un lunar, una parte negativa y grave: el desajuste en el gol de la derrota, el único error del encuentro. No sirvió para sumar el buen planteamiento, el esfuerzo y las oportunidades. Mala, muy mala suerte. En esto, el Málaga fue el mismo de siempre. No pudo frenar su mala racha en el peor campo posible, donde el cuadro blanquiazul sigue sin perder.
El partido, además, mostró otros detalles destacados. Pellicer siempre tuvo claro que rotaría a los futbolistas, incluso a los procedentes de La Academia. Con sólo dieciocho profesionales, todos y cada uno son imprescindibles para que el bloque sea fuerte y constante. Era como una liturgia para el preparador blanquiazul desde el comienzo de temporada, y la anterior, la protección y la defensa del futbolista en su lucha constante para que el equipo no se resienta, o que lo haga lo menos posible. Pero ahora se da una circunstancia curiosa y diferente. Ayer jugaron de inicio sólo aquellos que tienen ficha del primer equipo (tercera vez que ocurre).
Este cambio no supone que la cantera pase a un segundo plano, sino que las circunstancias han cambiado de una forma sustancial. La corta plantilla, pese a la escasez de futbolistas, está compensada en todas las líneas, lo que permite al entrenador confeccionar alineaciones sólo con ellos, siempre que las bajas sean pocas (en este caso se quedaron fuera sólo Luis Muñoz y Benkhemassa). De ahí que se haya llegado a ese punto de inflexión, en el que el técnico tampoco quiere cargar de más responsabilidad a los jóvenes en un momento de cierta crisis como este. Todo dependerá también de las necesidades de cada partido y rival. Al final salió Cristo como único representante del filial en los últimos minutos del partido de Gijón (sustituyó a Matos en el lateral izquierdo).
Y en la fase final del choque Pellicer volvió a demostrar que no tiene miedo a utilizar jugadores de ataque, hombres ofensivos para buscar un mejor resultado. De ahí que en los últimos minutos, cuando el Sporting intentaba cerrar el partido con una fuerte apuesta defensiva, mezclada con peligrosos contragolpes, el Málaga utilizó a dos delanteros natos (con la entrada de Orlando Sá). Era una clara declaración de intenciones, pero al final no tuvo el resultado pretendido y el Málaga, pese a su transformación, cayó de nuevo, aunque no lo mereciera.
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Pedro Luis Alonso
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