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Desde el primer minuto en que se desveló la llegada de Pablo Guede al banquillo del Málaga se incidió en la energía y la garra ... que podía aportar al equipo por su forma de ser, esa que los aficionados conocieron a finales de los 90 durante la etapa del hispanoargentino como futbolista. Sin embargo, se dejó de lado una virtud mostrada durante su trayectoria en América y apuntada por SUR: su capacidad para cambiar la dinámica de los partidos.
Es lógico que después de dos encuentros con sendas actuaciones convincentes y cuatro puntos que parecen despejar el futuro se insista en una mayor sensación de bloque y en el notable espíritu competitivo, pero resulta injusto no centrarse también en la considerable mejoría táctica. Empleando un término muy habitual en Sudamérica, Guede es mucho más que un entrenador 'canchero'.
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El héroe del ascenso en Segunda en 1998 tiene mucho carácter, pero si alguien esperaba que él brincara cada dos por tres o que correteara por la banda permanentemente se equivocó. Porque es a partes iguales visceral y cerebral, cualidad esta última que ha adquirido con el paso y el poso de los años en competiciones exigentes en América. De ahí que sea más habitual verlo en cuclillas que gritando a pleno pulmón.
Alguien podrá pensar que el sistema empleado en Leganés, ese 4-4-2 en rombo ya elegido tras el descanso frente al Valladolid, es un indicio de que Guede ha encontrado un patrón de juego. Nada más lejos de la realidad. El tercer entrenador malaguista de la temporada no es, ni mucho menos, de esquema fijo y lo varía en función del rival, de las características de los jugadores de los que dispone y, cómo no, de cada fase de un encuentro.
En Butarque obedeció sin duda al objetivo de tener un mayor control del juego y a la poco fluida salida de la pelota del Leganés. De este modo, cortocircuitó el juego del rival hasta convertir en anecdótica la participación de los tres medios punta (Naim, Cissé y José Arnaiz) e incluso del medio más creativo (Rubén Pardo).
Sólo se produjo un momento de debilidad, superado el ecuador de la primera parte, cuando el lateral derecho (Nyom) sí pudo beneficiarse de una presión más frágil para irrumpir por el costado y poner en aprietos a Febas (que no es un especialista en la contención junto a la banda) y a Javi Jiménez. Entonces, el técnico blanquiazul optó por situar ahí a Jozabed, más dotado tácticamente.
Permutas como esta son habituales en los equipos de Guede. En la primera parte, sin ir más lejos, los vértices del rombo cambiaron y Genaro subió dos veces, lo que implicó que Ramón diera un paso atrás. Precisamente la recuperación del centrocampista sevillano ha llevado también a retrasar a Escassi, al que en los últimos tiempos se le veía menos fresco como ancla en la medular.
El técnico también ha buscado con el paleño liberar para liderar. Con un equipo menos expuesto atrás, entiende que su visión desde el fondo es privilegiada para tirar la línea defensiva, para interpretar las anticipaciones y para ser el referente a la hora de bascular a cada banda.
Son muchos los aspectos en los que se observa clara mejoría –los laterales, sin ir más lejos, están más arropados y, al sufrir menos, se les ve más frescos y eligen mejor el pase–, aunque resulte lógico centrarse más en la motivación que el nuevo técnico (sin olvidar a Bravo) ha sabido transmitir a los futbolistas. El Málaga salió claramente a apretar tras el descanso ante el Valladolid y también en Leganés. Pero quedarse sólo con que Guede es un entrenador 'canchero' es un error. Las correcciones tácticas se dejan notar. Y mucho.
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