Laura (nombre ficticio) tiene 32 años y sufrió malos tratos de su pareja desde la adolescencia. Marilú Báez
25N

«Me intentó ahogar mientras dormía y a mi hija que le pilló le dijo que era broma»

Tres mujeres víctimas de violencia machista reconstruyen sus vidas rotas por palizas y desprecios y dicen que no hay que aguantar «ni una»: todo empieza con un insulto y un empujoncito, avisan

Sábado, 25 de noviembre 2023, 00:37

Laura (nombre ficticio) tiene 32 años y su pareja durante tres lustros, que es dos años mayor, la intentó matar por ahogamiento mientras dormía: su hija la salvó mientras el padre, pillado en plena comisión del delito, le decía que su tentativa sólo era una broma. Ella cuenta con uno de los 172 dispositivos electrónicos que hay en la provincia para el control por medios telemáticos de medidas y penas de alejamiento dictadas por los juzgados. C. H. M. tiene 31 años y su exnovio de sólo 22 le pegaba palizas de tal calibre que le llegó a romper las costillas y a arrancar mechones de pelo de cuajo, por no hablar de las veces que la abandonaba sola y desnuda en campos cercanos a Sevilla, en ésos en que, la amenazaba, iba a tener «su final»; «si algún día no aparezco, id a buscarme allí», rememora que les advertía a sus amigas, a las que sigue diciéndoles que no se siente a salvo, pese a las denuncias, a los juicios en los que está inmersa y a que está calificada y protegida como víctima de alto riesgo.

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«No va a parar aquí. Está obsesionado», dice. A. B. G. tiene 59 años y su exmarido la tiró por el balcón dejándola al borde de la muerte sobre un enorme charco de sangre. Ése fue el último episodio de una larga década de malos tratos que se desató a partir del nacimiento de su primer hijo, que tiene Síndrome de Down, circunstancia de la que culpó a la madre y que le llevó a decir que ese hijo no era suyo y que a saber con quién se había acostado; aunque posiblemente subyacían celos enfermizos a su prole, porque cuando nació su segundo hijo el rechazo que le causó fue, cuenta la mujer, el mismo.

Son sólo tres mujeres andaluzas de las víctimas que se cuentan por miles. Y aunque entre ellas son muy distintas, como lo son las mujeres y las personas entre sí, sólo hay un perfil de víctima de violencia de género: todas son mujeres. El machismo en general y el que desemboca en drama o en tragedia afecta a las de todas las edades, todas las clases sociales y todos los niveles educativos. Tampoco hay un perfil único de maltratador. De lo que las cifras sí informan es de que su incidencia crece. En España ya son 52 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas este 2023 a falta de más de un mes para que termine, cifra que supera la de todo el año pasado, cuando fueron 50 los crímenes, con muchos de ellos concentrados en diciembre. Andalucía es la comunidad con más asesinatos machistas (17 este año, por encima de los once de todo el 2022). En Málaga son cuatro las mujeres muertas hasta la fecha y superan el medio centenar desde que comenzaron a cifrarse en 2003. Ahora mismo, además, superan las 4.000 mujeres en Málaga las que cuentan con protección policial y seguimiento. En el primer semestre se han producido cerca de 4.400 denuncias por violencia de género también en la provincia.

51 mujeres asesinadas en Málaga desde 2003

Este año, son cuatro. Ahora mismo, hay más de 4.000 bajo protección policial. En el primer semestre se han producido cerca de 4.400 denuncias por violencia de género en la provincia.

La pirámide de la violencia

Los asesinatos constituyen la manifestación más brutal de la violencia machista. La punta del iceberg más sangrienta de la que se hacen eco los medios. La que provoca minutos de silencio a las puertas del Ayuntamiento. Pero las violencias contra las que se clamará en la manifestación que recorrerá Málaga desde las doce de la mañana entre la plaza de la Marina y la plaza de la Constitución este 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, son muchas más y algunas están normalizadas. Como explica Leticia Teboul, de la Asociación para la Defensa de la Imagen Pública de las Mujeres, en la base de la pirámide de la violencia están los micromachismos, la publicidad y el humor sexistas o la invisibilización en el espacio público; a continuación, la desvalorización o las humillaciones; y, a partir de ahí, las amenazas, las agresiones sexuales, hasta acabar con el asesinato.

A ello hay que sumar otras formas de violencia contra las mujeres, muy singularmente la económica, que las convierte en más vulnerables y las amarra casi sin remedio al aguante del bofetón, el insulto o el amenazante cuchillo bajo la almohada que soportó A. B. G.: su marido tenía celos de sus hijos y la impedía levantarse por la noche a atenderlos con el riesgo de amanecer desangrada por una raja en la garganta.

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Su exmarido la tiró por el balcón, fue a un centro de acogida, tuvo que cambiar de ciudad para huir de su maltratador, pero ahora es feliz. Ñito Salas

Esa pirámide de la violencia marca los tipos de ésta que sufren las mujeres, pero también las etapas por las que atraviesa. Laura explica que su expareja, desde el principio, desde que ella tenía catorce años, se fue mostrando celoso, tóxico, y poco a poco la fue apartando de sus amigas, de su familia, la aisló. Ella lo dejaba, pero terminaba volviendo con él y, en gran medida, por su familia, porque, cuenta, tenía normalizada la violencia en el seno de la pareja y la convencían de que aguantara porque el chico cambiaría. Para hacerse la vida soportable, trataba de evitar lo que ella creía que le molestaba y de «hacer las cosas bien», bajo lo que subyacía el sentimiento de culpa que sentía por sufrir esos malos tratos, incluyendo, además del intento de ahogamiento –el momento de extrema violencia cuando su exnovio sentía la amenaza del abandono definitivo–, las persecuciones en la calle, que le tirara las llaves de casa a la cara...

«No me sentía mujer maltratada. ¡Cómo iba a serlo si yo lo consentía!»

La pauta que sufrió C. H. M. por parte de su maltratador fue similar, pero quizás con una vuelta más de tuerca violenta, porque, para aislarla de su entorno, vertía durísimas amenazas contra sus amigas y su familia, o se presentaba dondequiera que saliera para liarla. Eso sí, después de cada paliza, le hacía un enorme regalo. Por eso, dice, no se sentía una mujer maltratada: «¡Cómo voy a serlo si yo lo consiento!», se decía cuando sufría los golpes. «Luego, con ayuda, me di cuenta: estás con esa persona porque te ves obligada», afirma ahora. Son muchos los factores que hay detrás de esa «obligación», cuenta la psicóloga Angélica Cuenca: la familia, la culpa, la pena por el agresor, la situación económica y, además, la propia violencia de género deteriora el cerebro y lo deja menos capaz de tomar decisiones; «entras en una espiral en la que hasta dudas de ti misma». Carmen Martín, presidenta de la Plataforma Violencia Cero, añade: «El maltratador mina tu autoestima, te aisla, lo que se agrava si además la mujer tiene dependencia económica».

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Todo empieza, dice Melissa Mann Cano, coordinadora nacional del área de trata y violencia de género de Nuevo Hogar Betania, con una violencia psicológica que se supone que es «lo normal». Pero, avisa, «no hay que aceptar ningún control, porque somos libres». Y en ello coinciden ahora las tres mujeres que comparten su testimonio con SUR: «No hay que tener miedo, no vale de nada, no hay que aguantar ni una. Las personas son como son, no cambian», dice C. H. M. «Yo no he consentido ya ni una, a mí ya no me pisotean, y si veo que se lo hacen a alguna mujer delante de mí, no me quedo callada», advierte A. B. G., que cuenta que trata de abrirles los ojos a ellas para que identifiquen y nombren lo que sufren, aunque añade que es imprescindible que sean ellos quienes aprendan.

Una de las mujeres cuenta con un dispositivo para controlar que su ex mantiene las distancias. Marilú Báez

La psicóloga Angélica Cuenca explica que en el tratamiento a las víctimas de violencia de género lo que ella busca es empoderar a las mujeres, capacitarlas, que sean independientes, que no tengan que echar mano de sus maltratadores para nada, que recuperen sus redes de amigas, sus salidas con gente, para que así deje de merecerles la pena estar con su dañina pareja. «Me aparto del mensaje de que los celos no son amor, porque ya se ve que esa estrategia no funciona», señala Cuenca. Pero también tiene que trabajar los sentimientos de culpa y de vergüenza que se instalan en las víctimas, así como las fobias que dificultan la recuperación de la vida sexual y la confianza en los hombres: hay que conseguir volver a vivir normalmente.

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Empezar de nuevo

«Yo de este tema no hablaba y ahora lo hago con muy pocas personas, porque me avergüenza, aunque la verdad es que ya sí me siento capaz de aconsejar», comenta C. H. M., quien insiste en que ha querido cambiar por completo: su persona ya no tiene nada que ver con la que compartía sus días con un maltratador, aunque concede que le va a costar rehacer su vida –en el sentido de volver a tener una pareja–: «Pero no voy a consentir nada; a la primera señal, abandono; ni la primera mala palabra, porque todo empezó con un insulto, con un empujoncito». A. B. G. dice que cuando se divorció de su maltratador «no podía ver un hombre ni en pintura». Ha tenido alguna relación, pero ha cortado rápido en cuanto percibía alguna señal de celos; y en la actualidad tiene más amigos que amigas, pero porque la respetan.

«No voy a consentir nada; a la primera señal, abandono; ni la primera mala palabra, porque todo empezó con un insulto, con un empujoncito»

Esta mujer de 59 años es el máximo exponente de que de una situación de extrema violencia se puede salir y se sale, aunque arrastra una vida a sus espaldas de huida, hasta de cambio de ciudad, para que no la encontrara su exmarido, también de durísimo trabajo para sacar adelante a sus dos hijos, uno de ellos con importantes patologías. Ya no le hace daño la ligazón que mantiene con su expareja a través de una casa en bienes gananciales de cuya deuda tributaria se ha tenido que hacer ella cargo en solitario.

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Violencia institucional

También es frecuente encontrar en los testimonios de las mujeres víctimas quejas por la violencia institucional ejercida sobre ellas. A. B. G. habla de desmayos en juicios y de llegar a acabar hasta en el hospital por la tensión. Y Laura, de que se ve constantemente cuestionada.

Leticia Teboul, en este punto, denuncia que los recursos desinados a la lucha contra la violencia de género no se ejecutan salvo en un 35% en el caso de la Junta de Andalucía y que el nuevo Ejecutivo ha rebajado la antigua Dirección General de la Violencia de Género a un mero servicio de atención a las víctimas.

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Ello en un contexto en el que, como explica Carmen Martín, ante el avance de la conciencia feminista –en el año del «Se Acabó»–, también se produce el auge de los mensajes negacionistas y reaccionarios, al tiempo que los adolescentes y los jóvenes se «educan» con una pornografía violenta ante la dejación de funciones pedagógicas de la administración pública, la escuela y la propia familia. Éste es un diagnóstico del entorno en el que se desarrolla este 25 de noviembre ampliamente compartido por las expertas. A algunos de estos factores -singularmente el temprano acceso a la pornografía violenta por internet- achacan el incremento de los casos de violencia contra niñas y adolescentes, a veces en manada. Aunque también se observa un incremento de las denuncias entre las mujeres mayores: «Llevan muchos años aguantando una situación de violencia que ahora se está visibilizando», afirma Carmen Martín. «Ahora ya se reconocen como víctimas», añade Melissa Mann.

«Las mujeres mayores llevan muchos años aguantando una situación de violencia que ahora se está visibilizando» «Ahora ya se reconocen como víctimas»

De una situación de violencia se sale. Con trabajo y con fórmulas de empoderamiento que eviten una recaída, un encadenamiento de relaciones de dominación. Pero lo pendiente es que no sea necesario tener que reconstruir la propia vida tras esta brutalidad.

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