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Los hijos y las hijas de las mujeres víctimas de violencia de género también son víctimas y necesitan ayuda para superar el trauma. La Asociación Deméter nació hace justo quince años para contribuir a erradicar la violencia machista actuando en los menores que la han ... sufrido en su casa para tratar de evitar que se siga repitiendo la historia: «Es muy importante hacerlo porque los niños y las niñas van a reproducir lo que han vivido», afirma Maite Pérez-Caballero, gestora de proyectos de la ONG. De este modo, en el centro, situado en Pedregalejo, se presta atención directa e individual de índole psicológica, psicosocial y psicoeducativa a niños y niñas que llegan derivados de instituciones públicas y privadas así como de centros educativos porque sus madres han sufrido malos tratos. Se les atiende el tiempo que haga falta: a algunos les es suficiente con unos pocos meses, pero otros requieren años.
La intervención comienza con una entrevista con la madre para conocer cuál ha sido la realidad que ha vivido el niño. Y a continuación comienza el trabajo con éste en un ambiente lúdico, en el que pueda hablar sin ser juzgado y así contribuir a reducir la carga que soporta. Y ésta es muy grande, a la vista de los dibujos que hacen los niños y que enseña la experta. A la pregunta «Si tuvieras una lámpara mágica y el genio te diera la oportunidad de borrar con una goma gigante algo de tu vida que no te haya gustado, ¿qué borrarías?» contestan con dibujos y palabras cosas como: «Quiero que me quites el miedo a estar con mi padre»; «quiero quitar de mi vida a papá; quiero que se quede mi mamá en mi vida». Y a la pregunta «Si tuvieras una lámpara mágica y el genio te diera la oportunidad de pedir algo para tu vida, ¿qué pedirías? responden: «Que mis padres no se peleen»; «deseo mi tranquilidad en general»; «mamá y papá son felices».
«No les puedes quitar la experiencia, porque lo que han vivido lo han vivido, pero les damos herramientas para gestionarla», apunta Pérez-Caballero, quien describe que los niños llegan con «miedo generalizado»: «siempre creen que va a pasar algo malo»; además de con problemas de alimentación, algunos vuelven a hacerse pis en la cama y sufren somatizaciones (les duele el estómago o la cabeza continuamente), no son capaces de controlar su ira y sufren una bajísima autoestima; también tienen un gran sentimiento de culpa porque el conflicto de los padres a veces lo achacan a que no se han portado bien –desobedecen, por ejemplo, y justo el padre golpea a la madre– o porque no han sido capaces de defender a su madre. Esto último, señala Pérez-Caballero, obedece a que en el seno de la familia en la que tiene lugar esta violencia machista se puede llegar a producir un cambio de roles: los hijos se convierten en adultos muy pronto y adquieren un papel protector de la madre; pero ello tiene como consecuencia que cuando se produce la separación de la pareja, la figura de autoridad vuelve a ser la madre y entonces afloran problemas de convivencia.
Ampliando un poco más el foco, fuera de la familia, Pérez-Caballero también ha observado que existe una relación entre haber sufrido violencia de género en la familia y ejercer o sufrir bullying en el colegio. En ocasiones, estos niños procedentes de estos difíciles hogares son los que ejercen malos tratos contra sus iguales en el patio: imitan a su padre usando la violencia para conseguir sus objetivos; pero en otras ocasiones, son ellos mismos los abusados. «No tienen otro patrón de comportamiento que el poder o la sumisión, unos, según su carácter, ejercen el primero, y otros, el segundo, y si no se trabaja con ellos, esto es de por vida», reflexiona Pérez-Caballero.
Leticia Teboul, de la Asociación para la Defensa de la Imagen Pública de las Mujeres, coincide con esta visión: «Si no hay intervención, los niños y las niñas replican los comportamientos, porque así están siendo socializados. Y se detecta en los colegios», asegura.
Pérez-Caballero añade que en el caso de las chicas, desde sus primeras relaciones, tienden a repetir el patrón de su madre: aunque ellas sean violentas con los demás emulando al maltratador, con su pareja son sumisas y hacen lo que él les diga y si les castiga, sienten que es por su culpa, porque han hecho algo mal. De hecho, señala, muchas veces las jóvenes no buscan un igual en su pareja, sino un padre -quizás porque sienten que no lo han tenido-, aunque éste muchas veces no va a cuidar y a proteger, sino que las va a controlar. Las secuelas en las mujeres de haber vivido tan traumática experiencia de violencia masculina desde niñas en su casa son tan profundas que cuando en el colegio o en el instituto tienen un tutor en lugar de una tutora sienten miedo y se muestran sorprendidas si éste las trata bien.
El conocimiento de Pérez-Caballero sobre estas casuísticas deviene de que en la Fundación Deméter atienden a niños y adolescentes de entre tres y 17 años, así que tienen un panorama muy amplio sobre los efectos y secuelas en cada edad. Así, otra de las realidades que ha detectado es que hay varones que han crecido en familias que han sufrido violencia de género que acuden en busca de ayuda porque no se ven capaces de desarrollar relaciones afectivas en igualdad: cuando discuten, por ejemplo, no saben distinguir si se están poniendo violentos.
Las secuelas vienen de que las dinámicas de la violencia machista no sólo son percibidas por los niños, sino que los involucran directamente. Por ejemplo, en ocasiones el hombre, cuando hay varios hijos, escoge a uno, al más parecido a él, para ponerlo como ejemplo y contraponerlo a sus hermanos y a la madre (»éstos son igual de inútiles que tu madre»), con lo que activa e incentiva en este menor los comportamientos violentos. También se desencadenan en ocasiones conflictos de lealtad entre los hijos, que por un lado rechazan las actuaciones del padre pero, por otro, se esfuerzan por hacer lo posible por que su progenitor les quiera. «Quieren un padre, han aprendido desde pequeños a que hay que querer a su padre, pero su papá concreto les da miedo», dice la experta.
En la Asociación Deméter también han observado que la mayor parte de los niños que son usuarios de sus servicios han sufrido violencia vicaria (es la violencia que se ejerce sobre los hijos para hacer daño a la madre): así, según cuenta Pérez-Caballero, algunos relatan que su padre no les pone crema solar y se queman en la playa, o que les dan de comer más de la cuenta a sabiendas de que están a régimen o que no les suministran los medicamentos que tienen prescritos, por no hablar de los malos tratos directamente físicos que a veces también les propinan.
Pero la psicóloga Angélica Cuenca cree que no existe una relación tan determinista entre haber sido hijo de una familia marcada por la violencia machista y repetir roles de dominio y de sumisión:la familia. Defiende que la familia cada vez tiene menos importancia en la socialización, ya que los niños reciben mucho más inputs, sobre todo tras la multiplicación de las redes sociales. Aunque la influencia de éstas también parece ser en gran medida perniciosa. Y la abogada Leticia Teboul desliza que los chicos acceden a la pornografía a los 13 años; las chicas, a los 16; pero les une el hecho de que unos y otras consumen la más violenta.
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