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«Empecé en mi empresa ya con un plan de carrera, con muchas expectativas y todas se fueron cumpliendo. Comencé a crecer y a desarrollarme dentro de la compañía, todo iba fantástico y hasta llegué a convertirme en la mano derecha de la dirección…». Entonces la voz se entrecorta, baja el volumen y apenas queda un susurro para decir: «Tenía ambiciones y ganas de aprender». Y Cristina se traga las lágrimas, quizá el orgullo y algo parecido a una vergüenza extraña.
«Todo empezó a ir diferente en el momento en el que me convertí en madre. Durante la época previa siempre me sentí igual que mis compañeros, con las mismas oportunidades y quizá por eso la torta fue tan gorda. Cuando te lo encuentras con esa brutalidad, te choca más y te duele más. En el momento en que levantas la mano y hablas de conciliar, ahí se cierra el cielo, se cubre de negro y te quedas en las mazmorras. Cuando tuve el segundo hijo y pedí una reducción horaria, un octavo de mi jornada, lo mínimo que se despacha, vamos… Uf… En ese momento sí que empieza la lucha, porque no sólo es una merma profesional, consiguen afectar a la confianza en ti misma, que te sientas culpable por querer conciliar y les llegas a dar en parte la razón… Y eso es lo más cruel…».
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Y Cristina se detiene otro instante para casi sacarle una sonrisa a su amargura. Porque Cristina ni siquiera se llama Cristina, porque prefiere mantener el anonimato ante la posibilidad de llevar su lucha hasta el juzgado. «Reconozco que me he silenciado a mí misma durante mucho tiempo y eso es lo que más me pesa», admite esta profesional que ya ha cumplido los 40 años y que después de más de una década de exitosa trayectoria en su compañía ahora se ve «más fuera que dentro» de la empresa que hasta hace unos años la promocionaba.
Cristina
Porque la conciliación entre la vida familiar y profesional se mantiene como una de las zanjas más profundas en la brecha laboral por motivos de género. «A mí me lo llegaron a poner por escrito en un correo electrónico: 'Tienes que decidir si tener conciliación familiar o desarrollo profesional'», comparte Cristina. Su testimonio se parece mucho al de Inés, que tampoco se llama así por los mismos motivos que Cristina.
«Son situaciones muy humillantes…», desliza esta profesional que trabaja de cara al público y que ahora está de baja por ansiedad. «Cuando nació mi primer hijo y volví después de la baja no me dieron opciones de conciliación. Mi marido y yo somos de fuera y no tenemos apoyo familiar y eso hace todo un poco más complicado. Al final estuve de excedencia un año, pero necesitábamos los ingresos y volví, pero con una reducción de jornada del 50%», recuerda.
La siguiente piedra en el camino llegó a la hora de negociar la concreción horaria. «Me pusieron un horario que coincidía justo con el de la guardería. Eran medidas para que me agobiase y me fuese, pero seguía allí. Luego tuve a mi segundo hijo y la situación ha seguido empeorando. Sientes mucha impotencia y mucha frustración. Sé que no siempre es así y que otras mujeres pueden acogerse a la conciliación sin tantas trabas, pero no es mi caso…», lamenta.
Inés
El testimonio de Inés enlaza con una reflexión de Gloria Fernández, pensionista de 70 años y la única de las tres que presta su nombre y su rostro para estas líneas: «Antes encontrar un trabajo era mucho más fácil. Ahora los jóvenes lo tienen mucho más complicado. Hay mucha más precariedad en el empleo que cuando yo empecé». Eso fue hace más de cuatro décadas, como recuerda esta graduada social que durante los últimos 25 años de su carrera profesional trabajó en un despacho laboralista de la capital.
«Hay mucha incertidumbre respecto al futuro, eso antes no se notaba tanto», ofrece Gloria, que a lo largo de su vida laboral ha tenido «múltiples trabajos». Y añade: «Fui la primera secretaria de Comisiones Obreras de Hostelería en el año 77 y era de las pocas mujeres en la ejecutiva. Se nos exigía mucho más que a los compañeros. En mi caso, no la he sentido mucho en carne propia, pero esa discriminación ha sido una realidad».
Gloria Fernández
Pensionista
«Esa discriminación se traduce luego en las pensiones, esa menor posibilidad de trabajar o de encontrar trabajos bien retribuidos hace que después las pensiones de las mujeres sean mucho más bajas. Ha habido medidas para compensar esa situación, pero queda mucho por hacer», añade Gloria sobre un desfase que, en el caso de las pensionistas malagueñas, hace que la prestación media sea 340,69 euros mensuales más baja que la de los hombres.
«Igual que hay un salario mínimo, debería haber una pensión mínima de esa misma cantidad, de entorno a los mil euros, para poder subsistir dignamente», lanza esta pensionista que sigue colaborando con Comisiones Obreras en Málaga. Y sobre esa capacidad de movilización, cierra: «Hoy estamos mejor en algunas cosas, pero en otras peor. Hace años había mayor participación y entusiasmo por organizarse. Ahora veo que en ese sentido estamos retrocediendo, hay más individualismo. Y antes quizá con ese entusiasmo compartido podíamos conseguir mayores mejoras».
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