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La caída de la natalidad, el envejecimiento de la población, el declive demográfico... son tendencias relacionadas entre sí que, a su vez, tienen causas complejas. La socióloga Elisa Chuliá anima a debatir y reflexionar con calma sobre estos retos sociales antes de que sea demasiado ... tarde.
–Hemos conocido las estimaciones de nacimientos del primer semestre en España, que indican que la caída de natalidad no se ha frenado. De hecho, en provincias como Málaga el desplome se agudiza. Ya no podemos seguir echándole la culpa a la pandemia...
–El problema es que después de la pandemia han seguido ocurriendo cosas que no han reducido la incertidumbre. La guerra de Ucrania, la inflación… La natalidad se ha convertido en un fenómeno muy relacionado con las expectativas. Antes no lo estaba tanto: uno llegaba a la edad de tener hijos y tenía hijos; no se planteaba si la economía iba a ir mejor o peor. La paternidad y la maternidad eran algo predeterminado dentro del ciclo vital. Ahora la decisión de tener hijos se toma teniendo en cuenta más factores, entre otros la situación económica. Y la incertidumbre en la que estamos instalados se ha convertido en un desincentivo muy importante para la natalidad. Cuando la gente joven tiene desconfianza en el futuro, retrasa el momento de procrear. Esto ocurre porque ahora se puede retrasar; antes existía el miedo de que se 'pasara el arroz', pero ahora las mujeres tienen hijos pasados los 30 e incluso los 40.
–¿Qué pesa más en este retraso de la maternidad y paternidad: el cambio cultural o las dificultades económicas?
–Existe un cambio cultural muy profundo, yo no lo pongo en duda. La felicidad individual e incluso la familiar se asocia menos a tener hijos. Pero luego también hay muchas consideraciones racionales que están frenando la decisión de tener hijos. Si tú no tienes una buena situación económica o piensas que no vas a poder ofrecerle a tu hijo todo lo que necesita, vas a renunciar temporalmente a ser padre o madre. En algunos casos, la renuncia acaba siendo permanente. También podemos pensar cómo ha cambiado lo que se considera indispensable ofrecer a los hijos.
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–Es que ahora la paternidad y maternidad se viven con mucha presión y autoexigencia. ¿Será que como tenemos menos hijos, volcamos muchas más expectativas sobre ellos?
–Hay demógrafos que dicen eso: que como tenemos pocos hijos, se han convertido en un tesoro a proteger y nos hemos puesto unos criterios muy exigentes de educación y crianza. Pero luego tampoco queremos ser padres a cualquier precio; no queremos renunciar a nuestros 'hobbies', a salir o a viajar. Combinar ambas cosas es muy difícil. ¿Por dónde viene el ajuste? Los economistas dicen que las crisis se ajustan por cantidades o por precios. Aplicado a la paternidad, se trata de elegir entre tener menos hijos o reducir el presupuesto destinado a criarlos. Con los hijos, se está ajustando por cantidades. No reducimos los gastos aparejados a los hijos; directamente dejamos de tenerlos. De ahí que las encuestas revelen que hay muchas familias que queriendo tener dos hijos, se quedan en uno.
–También hay un factor puramente demográfico en la ecuación, ¿no? Ahora hay menos mujeres en edad fértil de las que había en los años 70 u 80.
–Ese argumento no lo veo tanto. Es cierto que hay menos mujeres entre los 20 y los 30, pero es que la edad fértil se ha alargado mucho. Mi madre me tuvo con veintipocos. Yo tuve a mi hija con 32 y me veía mayor. Y ahora gente con alto nivel de formación está teniendo sus primeros hijos a los 40.
–¿Se puede combatir o frenar este desplome de nacimientos?
–Yo creo que en primer lugar, hay que intentar que la gente sea consciente de lo que significa tener hijos; de las satisfacciones que reporta. Y en segundo lugar, el Estado debería procurar que todos los que quieran tener hijos los puedan tener. Debería haber ayudas a las familias comparables a las que hay en otros países. En España hay muchos gastos que las familias tienen que asumir solas, como la educación y el cuidado en la etapa preescolar.
–Cuando dice que la gente sea consciente de lo que aporta tener hijos, ¿a qué se refiere?
–A nivel general, siempre se pone el acento en los costes y sacrificios que conllevan los hijos, pero no se habla de los beneficios. Cada vez me encuentro más gente que dice que no quiere tener hijos, pero no se ha parado a pensar en la renuncia que supone eso a largo plazo. No tener hijos significa envejecer en otras condiciones; no porque ellos te vayan a cuidar, sino por la carencia de ilusiones asociadas al desarrollo de los hijos, ¡qué decir de cuando llegan los nietos! Cuando eres joven quieres libertad y es verdad que los hijos la limitan. Pero uno no es siempre joven. Nuestras sociedad prima las necesidades inmediatas. Pero la vida es mucho más que el presente.
–¿Debemos preocuparnos por el futuro demográfico o simplemente adaptarnos al cambio?
–El problema de la evolución demográfica es muy importante y debería preocuparnos a todos. Para empezar, deberíamos ser conscientes de que hay un problema, que no lo somos. Ese es el primer paso para reflexionar, debatir y tomar decisiones. Dos años después de la pandemia, la natalidad no ha rebotado y va siendo hora de hablar del reto demográfico. Es una alegría que la esperanza de vida aumente, pero es compatible con preocuparnos por que la distribución de la población cambie. Si el conjunto de personas que perciben prestaciones aumenta y no lo hace el de personas que aportan, algo habrá que hacer. Yo creo que sería importante combatir la caída de la natalidad. Pero incluso si acabamos decidiendo que la perspectiva de perder población nos parece bien, debemos tomar decisiones: ¿introducir más inmigración, retrasar la jubilación...? Hay que decidirlo ahora para no enfrentarnos en el futuro a hechos consumados. Las elites políticas y culturales han conseguido trasladarnos la importancia del reto climático y medioambiental, pero la conciencia sobre el reto demográfico es mucho menor.
–Al mismo tiempo que la natalidad cae, en el primer semestre de este año los datos revelan un aumento de la mortalidad llamativo. En Málaga, por ejemplo, tenemos un 9% más de fallecimientos que hace un año. ¿Se atreve a lanzar alguna hipótesis?
–Efectivamente, ahora todo lo que podemos ofrecer son hipótesis. Puede que estén falleciendo personas que no fueran tratadas adecuadamente de enfermedades por el colapso sanitario derivado de la pandemia. Puede haber también fallecimientos relacionadas con las olas de calor de este año. Y puede haber también una razón demográfica: están aumentando las cohortes que llegan a edades avanzadas. Los expertos tendrán que estudiar cuáles razones están presentes; yo pienso que quizá las tres.
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